AMIGOS - Relato, Rolando José Di Lorenzo
AMIGOS
No crecieron en el mismo barrio y
eran diferentes hasta en el color de la piel, pero fueron amigos entrañables. Se conocieron en el club, muy jóvenes. Juntos
vivieron los bailes compartieron tragos y borracheras. No se perdían fiesta de ningún tipo; todas
eran bien venidas, aniversarios de clubes, de colegios, cumpleaños, fiestas de egresados y hasta de quince años, de alguna
niña conocida. Todo lo hacían para
divertirse y lo conseguían. Los demás muchachos conocidos o amigos trataban de
imitarlos, pero no era fácil. Ellos
tenían una forma de actuar hasta para los gastos, si uno no podía el otro lo
ponía. Inventaron un sistema de trabajo
(si se le podía llamar trabajo), hacían changas en distintas obras como
electricistas (que de eso sabían) y se alternaban al hacerlo. Eran tipos tan
simpáticos y hábiles, que los patrones los tomaban de esa forma (aunque siempre
en negro). Si uno no podía ir, iba el otro.
Pedro era un tipo desordenado y despistado que
se olvidaba de todo. Él mismo lo sufría y se lo escuchaba decir a menudo, que
estaba cansado de ser así; claro que luego venia una carcajada, la suya, la de
Pocho y la de todos. En cambio Pocho
era todo lo contrario, muy inteligente, rápido y ordenado; todo lo tenía bajo
control. Eran
dos locos lindos y queridos. Aunque lo que pasó con ellos después, demuestra
que la vida hace con sus marionetas lo que se le ocurre.
Un mediodía de intenso calor. Uno de esos días de enero, que solo se
podía aguantar en la playa y metido en el mar. Pocho, conoció casi de casualidad a una chica
formidable, allí, al lado de su casa.
Le dio bronca no haberla visto antes, ¿Cómo era posible que le pasase
por alto? —Se dijo— ¿Qué le había pasado, estuvo distraído? De todas formas, se fueron acercando. Todos
los días al entrar o salir de la casa charlaban un rato. Se fueron haciendo
amigos, cosa que no le gustaba nada. Lo había discutido muchas veces con sus
amigos. Él afirmaba que no podía existir
la amistad entre el hombre y la mujer. Aunque
en este caso reconocía que el acercamiento era favorable, ya tendría tiempo de cambiarlo.
Las cosas con sus amigos seguían como siempre y sobre todo con Pedro, la
diversión estaba a la orden del día, o mejor dicho de la noche. Pocho de a poco, se estaba metiendo con
Camila, era hermosa, simpática y dulce. Pero
no quería dar su brazo a torcer y seguía con la intención de transformar esa
nueva amistad en una relación diferente.
Estaba sintiendo algo distinto y novedoso por ella y se sabía preparado
para eso, no dejaría pasar el momento. Si esa chica era para él lo sabría y
pronto. No lo podía creer, pero se
estaba enamorando. Él, el vago de la barra, el rompecorazones, ahora de a poco
se le estaba metiendo un azuelo en su corazón. Aun sabiendo que eso es
terrible, que un anzuelo en el corazón no se puede sacar sin destrozarlo,
seguía adelante; haciéndose así, cada vez más vulnerable. Como creyó, que lo que le estaba pasando
debería ser todavía su secreto, no se lo diría a nadie, ni siquiera a Pedro,
por lo menos hasta que lo tuviera claro y así lo hizo.
Al poco tiempo, se sintió enfermo, le
diagnosticaron una hepatitis y con eso, el consabido reposo, la medicación, la
dieta de comidas, prohibición de alcohol, en fin todo lo conocido y odiado. Lo que más sufrió fue dejar las salidas,
perder las noches de café, de bailes. Para seguir sumando inconvenientes, no le fue bien con la enfermedad, el reposo
se demoró más de lo pensado; hasta
que final pudo volver al ruedo, pero
luego de más de dos meses. El día en que pudo y decidió salir, se fue al bar
como de costumbre. Era temprano y estaba
casi vacío, pero vio en una mesa a dos de los muchachos. Se sentó con ellos y
luego de un rato de charla, Rodrigo, un flaco que era también muy amigo de
Pedro, comentó algo que le había pasado a Pedro hacia unos días en un baile.
Pocho intrigado, le pidió que le contara y el otro se despachó con el relato. Lo que
más lo sorprendió es que Pedro había conseguido novia y no le había dicho nada
y su comentario fue rápido: — “Que guacho y no me dijo nada…se lo tenía
callado”— el otro, le aclaró enseguida (como para que no quedaran dudas) que
hacía unos pocos días que andaba con esa piba.
Luego de un rato se deshizo la reunión y cada cual se fue por su lado. Cuando
volvía para su casa, iba pensando que seguramente, su amigo, había tenido la
misma idea que él. Los dos se habían ocultado el hecho de que estaban
enamorados. Era increíble, seguía pensando, que todo lo hacían igual, incluso
sin proponérselos. Eran almas gemelas y hasta se sintió en falta, por no
haberle contado, su enamoramiento con Camila.
Al día siguiente, Pocho fue a la
casa de su amigo, para ver cómo estaban las cosas con el trabajo y para charlar
de varios temas, que les habían quedado pendientes por su enfermedad. Lo encontró justo cuando salía a trabajar,
había calculado bien la hora, como de costumbre. Cuando Pedro lo vio, se dieron un abrazo y
ambos se alegraron del encuentro. Él mientras estuvo enfermo, le había pedido a
Pedro que no lo visitara, por temor a contagiarlo. Quedaron en encontrarse al mediodía, porque a
la tarde Pedro no trabajaba. Así lo
hicieron, de nuevo en la misma mesa del bar, que era casi de ellos. Estaban contentos de estar juntos
nuevamente, la charla se estaba yendo por las ramas, cuando Pocho le pregunto,
con cara de pícaro:
—Decime… ¿Vos no tenés que contarme nada
nuevo? Dale, que algo me adelantaron— Pedro entonces se largó confiado:
—Sí, hermano…no lo vas a creer, estoy
remetido con una piba, que conocí hace unos días. Parece que a uno no le fuera
a pasar nunca, pero se da —Pedro se había puesto colorado, al decir esto. Estaba
un poco avergonzado por sentirse así, como un adolescente primerizo en amores.
Pocho interesado le pidió que le siguiera contando. Y así siguió:
—Vos sabés que yo no me doy cuenta de
nada y fue Rodrigo el que hizo notar que esta chica me estaba mirando
insistentemente en el baile. Le di para adelante y resultó que me enganché como
un zonzo, Pocho…estoy enamorado y de verdad, enamorado enserio — Ya lo decía
con una sonrisa de satisfacción, había pasado la vergüenza y miraba a su amigo
como buscando aprobación. Pocho le dijo,
para terminar de calmarlo, que todo eso era bueno, que a él le parecía bárbaro
y que cuando terminara con su cuento, él le también le tenía que decir
algo. Pedro siguió con su tema:
—No hay mucho más, pero lo más sorprendente,
es que vos no te hayas enterado o que nadie te haya dicho que yo andaba por el
barrio seguido— Decía esto mientras lo miraba inquisidoramente. Pocho no sabía
de qué estaba hablando y con un gesto de pregunta lo miraba esperando el resto.
Y le dijo:
—Te lo digo, porque estoy saliendo con
Camila, tu vecina…ella es la que me atrapó.
A Pocho, que era también un buen jugador de póker, no se le movió un
musculo de la cara. Los ojos quedaron fijos en los de su amigo del alma,
perforándolos, buscando en su interior y a la vez, rogando que todo fuese una
broma; una de esas que ellos se hacían a menudo. Pero no fue así, veía la cara de Pedro que
estaba como esperando su aprobación, su bendición, pero a él le dolía tanto el corazón, que estaba impedido
de hablar. Incrédulo, golpeado, casi inerte, no encontraba palabra que le
sirviera; ni para felicitarlo, ni para reputearlo por robarle su amor. ¿Cuánto tiempo pudo durar ese silencio? Para los dos fueron eternos, hasta que
sonriendo Pocho, se levantó y abrazo a su amigo, quizá tratando con ese abrazo
de ocultar sus ojos llorosos. Lo mantuvo un rato apretado entre sus brazos,
hasta que Pedro sorprendido le dijo:
— ¡Bueno... no es para tanto!, igual nos
vamos a seguir viendo, la cosa no va a cambiar
— ¡No, Pedro, claro que no!…lo que pasa
es que me emocioné. Después de la hepatitis quede flojo…sensible, que se yo— Le
dijo apartándose, para ver la cara de contento de su amigo. A pesar de todo, lo quería como siempre. Pobre
Pedro, que no sabía nada de su amor y que en ese momento, se juraba a sí mismo,
que no lo sabría nunca.
—Pero vos tenías que decirme algo
también — dijo Pedro enseguida
— ¡Ha, sí! …pero nada que ver, era una
idea que tuve mientras que estuve en cama, cosa de trabajo, que todavía no
tengo claro después te cuento—Dejó pasar unos segundos, tratando de asimilar
todo. Luego se levantó de la silla despacio y mirando el reloj como excusa, le
dijo amablemente:
—Pedro, ya me tengo que ir, porque tengo
que tomar una medicación y no me la traje—No supo decir nada más. Pedro lo miró
sorprendido y tampoco dijo nada, aunque sintió en su corazón, que algo no andaba
bien con su amigo. Esa enfermedad de
mierda lo había dejado mal, pero seguramente se le pasaría pronto. Se saludaron como de costumbre, con un choque
de manos. Pocho caminó despacio hacia la salida y antes de desaparecer, se dio
vuelta, miró a su amigo unos instantes y le hizo como saludó una pequeña
reverencia, con una sonrisa de payaso triste en sus labios.
El tiempo fue pasando y calladamente, Pocho fue desapareciendo de los
lugares de costumbre y al tiempo se enteraron, que se había ido de la ciudad.
Nunca supo nadie el motivo que lo había llevado a hacer eso. Varios años pasaron, Pedro se casó con Camila
y tuvieron dos hijos. Al mayor le decían
Pocho, en recuerdo de su amigo, al que no había vuelto a verlo más. Los meses y
los años se fueron acumulando, hasta que la vida determinó, que era hora de que
Pedro afrontara la desgracia. Camila enfermó de gravedad y en pocos meses
falleció.
Al día siguiente a la muerte de Camila, por la tarde sonó el teléfono,
Pedro se apuró a atenderlo como esperando algo muy deseado, pero nadie
respondió a su: “Hola”. Desde lejos, Pocho,
que se había enterado de la desgracia lo estaba llamando; pero pudo decir nada,
ni una palabra, no podía hablar ni sabía que decir, una profunda angustia le
cerraba la garganta y le nublaba los ojos. Pasaron los segundos, Pedro con el
teléfono en la oreja y Pocho en silencio, luego lentamente, Pedro colgó el tubo
y con los ojos inundados por el llanto,
se dio vuelta y le dijo a su hijo, muy bajito:
— ¡Me llamó el Pocho!…era él… y me llamó.
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