EL ANCIANO SABIO —Rolando José Di Lorenzo

EL ANCIANO SABIO —Rolando José Di Lorenzo

     El eterno anciano sabio, vivía como un verdadero ermitaño. En la cumbre de una pequeña montaña, muy difícil de trepar, donde ocupaba una cueva natural. Nadie sabía a ciencia cierta cómo ese viejo estaba allí, ni desde cuándo; pero estaba y eso era un hecho. Cuando la gente se fue enterando de su sabiduría y sobre todo de sus consejos, muchos decidieron ir a conocerlo y pedirle ayuda.
     Así fue como una mañana muy temprano, antes del amanecer y casi a escondidas,  recibió a “Don Juan” ya muy mayor, apremiado por su falta de interés en el sexo, al cual confortó explicándole como buscar otros caminos para encontrarse con la felicidad. En otro momento atendió a “Caperucita Roja” algo crecida, que seguía confiando en los extraños y estaba cansada de que todos los lobos siguieran haciéndole propuestas raras. La dejó conforme el anciano, cuando con total sutiliza le enseñó cual era el verdadero camino de la virtud.
   También tuvo que soportar al temible “Fu Manchú”, que acosado por la vejez y la artrosis, estaba perdiendo habilidades maléficas y por lo tanto perdiendo su esencia; no fue fácil explicarle el camino del arrepentimiento y la bondad.  Difícil también fue el encuentro con el “Capitán Garfio”, empecinado en su lucha contra el paso del tiempo y no pudiendo dejar de odiar al imberbe Peter, pero también sus palabras fueron para él un bálsamo. Al que no dejó  convencido, fue al “Conde Drácula”; cuando lo consultó por  la flojedad de sus colmillos, con su mirada incrédula ante la explicación de los beneficios del vino tinto.  Otro que lo visitó fue “Gilgamesh” que a pesar de los siglos que había desperdiciado buscando la inmortalidad y sin darse cuenta que ya era inmortal, logro hallar la paz con sus consejos.

      Pero cuando lo entrevistó “Otelo”, supo que era un hueso duro de roer. Como no pudo convencerlo con simples palabras, le contó un cuento mágico; que nunca había necesitado relatar y que decía así: “Hace mucho tiempo, casi en los orígenes, consultó el hombre celoso a un genio; luego de frotar miles de lámparas y este le dijo, que a los hombres engañados por sus esposas, le crecían a veces enormes cornamentas en su frente, que de acuerdo a quien la mirara, podía ser motivo de burlas o de lástima. Pero que ese hombre, si la aceptaba con resignación, con el tiempo se acostumbraba a ella y hasta le facilitaba la vida.  Podía también suceder que afrontara con dignidad y rectitud el caso; dándole una solución definitiva a la situación amorosa y la cornamenta desaparecía, dejando en la gente, solo un vano recuerdo. Pero lo más grave era cuanto el hombre celoso, solo tenía una oscura sospecha y se aferraba a ella sin buscar la verdad, entonces lentamente le crecían unos “cuernos internos”, que poco a poco le iban perforando el alma, hasta convertirlo en un árbol seco, en un verdadero muerto viviente. Pasado un tiempo, el viejo comprobó que Otelo nunca entendió el cuento.

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