Amigos— Ana María caillet Bois—Rolando José Di Lorenzo—Vladimir Koutyguin

Amigos— Ana María caillet Bois—Rolando José Di Lorenzo—Vladimir Koutyguin


 Desde niños habían sido inseparables: compañeros de escuela, vecinos, siempre juntos. Todas las mañanas se saludaban desde la ventana de sus cocinas mientras tomaban el desayuno. Lucio salía primero, pasaba a buscar a Juan y partían hacia el colegio. Pancho, el perro de este último, siempre los acompañaba. Hasta que un día Juan desapareció, pero no sólo él, también se esfumaron su familia y su casa, y lo único que quedó ahí que los recordara, fue Pancho, el callejero que tanto amaban. Lucio se quedó mudo por el asombro cuando al asomarse por la ventana una mañana encontró un lote lleno de flores en el lugar donde había estado la casa de su amigo. Se acercó a Pancho y lo invitó a su casa, pero el perro no se movió. Camino todo el lugar, lo miró y analizó metro a metro, hablo con vecinos, pero nada se aclaró, igual que cuando desaparecieron, nadie había visto nada y Pancho que lo seguía dentro del terreno, lo miraba también con cara de asombro y algo de miedo, se pasaba el día con la cola entre las patas y las orejas gachas. Lucio estaba seguro que el perro había visto lo ocurrido. Esa noche desvelado se convenció de lo ocurrido a su amigo y su familia: “Habían sido abducidos” esa era la única explicación a este misterioso caso: “Seguro, algún Ovni se los había llevado en el mayor de los silencios, pero porque ellos” se devanaba los sesos con estas ideas: “¿o acaso ellos eran alienígenas confundidos entre la población de su barrio?”. Sumergido en estos pensamientos, no se dio cuenta de cuándo exactamente había surgido aquella luz que veía ahora, brillante, insistente y pulsante. Y sin embargo, esta luz ya había estado aquí un rato, sin que se pudiese descubrir su origen. Estaba en la calle, pero también en el cuarto de Lucio, que ahora quedó ilusionado y perplejo. La luz blanca, inmensamente profunda, insistía, borrando la calle, las flores, las paredes, la ventana, borrando a sí misma. Después, llegó la oscuridad. Unas sombras, mas oscuras que la oscuridad que lo envolvía – ¿qué eran, de verdad? – pasaron medio corriendo. Lucio, siempre agarrado en el alféizar, - creía que estaba en su cuarto, - quiso seguirlas. Logró ver la casa y algo que descifró ser los rostros. “Te esperábamos”, pareció que dijo alguien.

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