La mecedora - Micro relato a 3 cabezas
La mecedora—Rolando
José Di Lorenzo, Lucila Adela Guzmán y Fernando Andrés Puga
En el huerto reseco y
olvidado, las verduras dejaron de ser verdes, las zanahorias dejaron de crecer,
igual que los toma - tes, que luego de ponerse amarillos, se amarronaron y cayeron
inertes. Don Ramón veía todo eso, no lo ignoraba, pero algo lo ataba a su silla
hamaca, compañera de toda la vida. Algo lo retenía y le impedía volver a ser el
que había sido. El almanaque había dejado de marcar los momentos de la siembra
y los cuidados
que el hortelano solía brindar al huerto
fueron cedidos a los caprichos de la intemperie. ¡Ay! Ramón y su enfermizo
apego al vaivén de la mecedora. Fue tarde cuando intentó huir del sopor y la
modorra. Tarde entendió que esa pelusa verde que asomaba desde los poros
abiertos de su piel curtida eran microscópicos tallos. La humedad del rocío
había inundado las raíces encarnadas y el sol, desplegando sus virtudes, había
entibiado los minúsculos brotes que, hinchados, tiernos y jugosos crecían a sus
anchas.
Hoy Inesita vino a
visitar a Don Ramón. No pudo encontrarlo. Tampoco a la vieja mecedora. En su
lugar, una planta desconocida alargaba sus ramas hacia ella.
— ¡Pero estas hojas
tienen forma de hamaca!— se sorprendió—. ¡Y parecen tener ojos en el envés!
¡Igualitos a los de Don Ramón!
Una honda somnolencia
la envolvió de repente y cuando quiso acordarse las ramas del arbusto la
abrazaban hasta hacerle perder la respiración.
Afortunadamente no
alcanzó a gritar.
Comentarios
Publicar un comentario