EL TURCO - Cuento que integra el libro LA VEREDA DE LOS CUENTOS
EL TURCO
Se estaba haciendo de noche, Lito caminaba
apurado hacia el bar, donde lo esperaba su
amigo. Estaba contento, El Flaco, le había
dicho por teléfono, que había localizado al Turco y que lo estaba vigilando de incognito.
Era una buena noticia, buena para los dos. Él y su amigo con esto, ganarían
muchos puntos en la banda. Serian al fin, tenidos en cuenta y no dejados de
lado como dos tontos, a los que solo usaban para llevar y traer cosas. Parecía que la situación había comenzado a
cambiar. Pero sus pensamientos se
congelaron cuando desde la esquina vio, que en la puerta del bar lo esperaba El
Flaco. Si estaba afuera y mirando hacia abajo, algo no estaba bien. No le daban
las piernas para llegar, aunque seguramente solo para enterarse de una mala
noticia
El Flaco, casi sin
levantar la cabeza, le largó con voz temblorosa:
—Se me fue Lito… ¡Te
juro que cuando me di cuenta, ya no estaba! — así, el flaco Ferreyra le contaba
a Lito, como se le había escapado El Turco.
— ¿Cómo pudiste
dejarlo ir así? ¿Ni con el rabillo del ojo viste el movimiento? ¡Que macana
flaco! Esto nos compromete — Le decía Lito preocupado por la situación. Que el
turco se hubiese ido, era culpa de los dos, no solamente del flaco. Justamente en
el momento en que no quería tener ningún problema con don Franco.
— ¡Que cagada flaco! —
insistía con eso y no le salía otra cosa.
— ¡Che… no fue a propósito!
De todos modos, el tipo es uno más, el Turco es bravo y todos lo saben, pero no
debe ser tan importante — trató de explicar el flaco
— ¡Ni se te ocurra
decir esto delante de los capos! No seas estúpido flaco, El Turco no es uno
cualquiera para ellos, si se dan cuenta de que para vos si, estás frito…fritos
vos y yo al lado tuyo, ¡ni se te ocurra decirlo, Por Dios!— Terminó de decir esto,
lo agarró del brazo y lo arrastró hacia la calle, despegándolo de la pared. Ya
estaba totalmente oscuro, era demasiado tarde, con el problema encima, no se habían
dado cuenta. Entonces más preocupado que antes le dijo:
— Decime Flaco, para que
lado se pudo haber ido el tipo.
— Que se yo Lito, no
te digo que cuando volví a mirar la mesa, ya no estaba —Asustado el flaco, le
explicaba nuevamente la salida del Turco y preguntó:
— Lito, ¿decime porque
estas tan preocupado? Ya lo encontraremos de nuevo, pondré más atención y listo.
Mirá, yo mañana a la mañana, tranquilo lo busco de nuevo y te llamo en cuanto
lo vea.
— ¡Que gil que sos
flaco! La cosa es ahora, no se te pudo ir, ¿no te das cuenta pedazo de idiota?
No tenemos más tiempo, ya lo teníamos y ellos lo saben.
— ¿Lo saben…cómo que lo
saben? — preguntó molesto
— Lo saben, porque yo
los llamé en cuanto me dijiste que el tipo estaba en el boliche.
— ¿Y yo soy el tarado?
¿Vos los llamaste y yo soy el idiota? La cagada la hiciste vos Lito… vos me
conocés, sabés que no soy tan confiable, me distraigo a veces. Qué se yo que me
pasa, pero me pasa — Le decía el flaco lastimeramente, mostrando sus falencias
al amigo y seguía: — Yo, lo encontré al turco, después de todo, yo fui quien lo
siguió hasta el bar, y te avise que allí estaba, pero luego, me agarró hambre,
me pedí un lomito con una cerveza y cuando miré de nuevo se había ido, que le
voy a hacer
— Tenés razón flaco,
que le vas a hacer. Se nace pelotudo. Uno no tiene la culpa y lo peor es que se
muere pelotudo, no tiene arreglo. Es de cuna a tumba hermano — Le dijo Lito, poniéndole
la mano en el hombro y agachando la cabeza, moviéndola de un lado a otro como
negando y siguió:— Lo tenemos que encontrar flaco, acordate donde lo viste hoy,
volvamos al lugar y partimos de allí, comencemos todo de nuevo.
Caminaron apurados por las calles, que Lito
suponía que su amigo había recorrido más temprano, ahora oscuras. El flaco trataba de decir más o menos por
donde lo había visto, pero no estaba muy seguro:
—Estaba caminando sin
rumbo y de pronto lo vi, casi lo cruzo en la vereda, me hice el tonto, bajé la
cabeza y cuando llegué a la esquina, doblé y comencé a caminar detrás del Turco,
y lo seguí hasta el bar. Pero ahora no recuerdo
bien en qué calle lo vi y menos ahora, de noche, con un panorama tan oscuro—. Interrumpió
su explicación mientras pensaba y se decía para si el Flaco: <<Tenía razón
Lito, tenían razón todos, cuando le decían que era un muerto, que no servia
para nada y justo le venia a fallar a su amigo, a Lito que había confiado en él>>
— ¡Che, flaco, dale!,
¿no fue por acá? — le preguntaba Lito mirándolo preocupado - ¿Era por aquí que
lo viste, no estás seguro?
El flaco miraba para todos lados, se detenía,
se daba vuelta, miraba las puertas y ventanas de las casas que pasaban a su
lado.
— ¡Flaco!… ¿Qué te
pasa? ¡Decí algo! ¿Estás perdido? Mirá,
paremos un poco… pensá bien, tratá de reconocer el lugar.
— No sé, Lito, no me
doy cuenta, hoy era de día, todo era claro. Ahora el lugar es distinto, no veo
una mierda, no se si era aquí o más allá, no lo sé. El flaco se había apoyado sobre la pared de
una vieja casa de revoque descascarado, como casi todas las de allí, y tomándolo
de los brazos a su amigo le preguntó:
— ¿Que va a pasar, si
no lo encuentro de nuevo? ¿Estamos en un lío serio? ¿Los dos?, ¿porque dijiste
que vos también quedas pegado? Yo hice la macana. Vos no tenés nada que ver;
decime la verdad ¿Tan mal estamos?
Lito, con la cabeza baja, porque no se atrevía
a mirar a su amigo y decirle la cruda verdad, no decía nada. No aclaraba nada,
pero lo venció la tristeza y la bronca y le contestó:
— Flaco, pensá, yo les
avisé que lo teníamos. Estaban yendo para el bar, para agarrar a ese turco de
mierda, tenían ya terminado el tema. Estaban
contentos, tenían arreglado un viejo pleito, que los estaba llevando a la ruina
de a poco. Pero lo peor, es que El Turco,
según me dijeron, los estaba por delatar. Ese tipo, está jugando de pajarito
cantor. Por eso lo iban a limpiar del mapa, esta noche arreglaban todo —Se
detuvo un instante y continuó— Además,
pueden pensar que arreglamos con él. Que lo dejamos ir porque negociamos y si
esto llega a pasar, si, que estamos fritos. ¿Te estás dando cuenta como queda
la cosa?
El flaco, seguía apoyado en la pared de la
vieja casa y miraba a Lito con los ojos llorosos. Pensaba con dificultad, como
le había pasado siempre. Se estaba dando cuenta, estaba frito. No tendría perdón su estupidez, todavía no
se atrevía a pensar lo que le harían por idiota. Pero su amigo no tenía nada
que ver, él era el pelotudo, él tendría que pagar la deuda. A Lito lo tenían que disculpar. Pero también
se daba cuenda, que él se había dado crédito con los jefes, él seguramente le había
dicho todo orgulloso: “Mi amigo, el flaco, encontró al turco y lo esta
vigilando, vengan por el”
— Lito, estamos
perdiendo el tiempo, ¿porque no nos vamos a casa y mañana yo sigo con la búsqueda?
— le dijo por último el flaco, tratando de engañar a su amigo, mostrando mas
animo y mas esperanzas.
— Está bien, pero
antes, vamos al centro, vamos al bar y vemos si nos están esperando y si es así,
les decimos la verdad. Les contamos como se nos fue — Lito tratando de minimizar lo que se
les vendría y así no culpar más a su amigo.
Caminaron más despacio, sabiendo lo que les
iba a pasar y tratar de esa forma de dilatarlo, o de que no pasara. Sobre todo
Lito, sabia que con esa gente no se jodia, no podrían zafar de esta fácilmente.
Cuando llegaron al bar, ya era tarde, casi
la media noche, No había allí nadie más que ellos. Estaban sentados en una mesa
al fondo del local, al lado de la barra y de los baños, los tres mosqueteros (así
les decían a esos tres monstruos) Bronco, Mayor y Chiqui (sus sobrenombres) que
en cuanto los vieron llegar, se levantaron de la mesa y los sacaron a la
calle. El flaco y Lito, cabizbajos y
sin decir nada, esperaban, solo esperaban.
— ¿Qué pasó?— Dijo Bronco, que era el jefe de los tres, mirándolos
fijamente
Lito se adelantó y sin
dejar hablar a su amigo, lo miró a los ojos y le dijo:
— ¡Que pasó, que pasó…
se no fue! — largó con toda soltura, sin demostrar miedo — Estábamos en una
mesa cerca y en cuanto nos dimos vuelta, se debe haber dado cuenta de que estábamos
vigilándolo y desapareció, eso es todo, salimos enseguida pero ya no lo vimos más.
El flaco, que estaba por decir la verdad, se
quedó helado, al ver que su amigo se le había adelantado y como siempre ponía
la cara por él. Aunque en realidad, esa actitud, no lo tomó por sorpresa. Siempre Lito lo había ayudado, desde chicos, en
todos los quilombos en que se había metido.
Lo había sacado, de todas las peleas bravas sano y salvo, Lito siempre lo
había defendido, como ahora, que trataba de salvarlo, porque seguramente siendo
el problema de dos, seria mas difícil que los castigaran muy duro. Lo peor
hubiera sido se lo hubieran agarrado a él solo. Pero no fue así.
En un momento, ambos se vieron apretados y
empujados hacia los autos que estaban esperando estacionados en la calle. Uno
en cada auto, los dos entraron casi de cabeza en los asientos de atrás, donde había
sentado otro de aquellos muchachos esperando.
Los
dos autos arrancaron rápidamente. Los dos vieron como se alejaban del centro de
la ciudad, también se dieron cuenta, a pesar de la oscuridad, que habían llegado
hasta la orilla del río. Todo oscuro y en silencio.
Los dos vieron al mismo tiempo que se abrían
las puertas de los autos y que caían al barro de la orilla, empujados
violentamente y los dos juntos, sintieron el profundo dolor de las balas
entrando en el pecho. Al cabo de unos segundos, volvió el silencio. Antes de
morir notaron como les abrían las manos para ponerles los revólveres en
ellas. Los dos vivieron sus últimos instantes,
con los cuerpos inmóviles y buscándose
con la mirada, pero estaba muy oscuro.
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