LA CORTADORA DE CÉSPED - Cuento que integra el libro EL MARTILLO DE JOSÉ


LA CORTADORA DE CÉSPED   
 

    Esa mañana, el gordo, la comenzó pensando en un montón de cosas, mientras empujaba la cortadora de césped, en su jardín, que era bastante extenso.
    Estos pensamientos, lo habían llevado a elaborar, con el tiempo, firmes teorías que  trataba de explicar cuando se encontraba con sus amigos y también, aunque pocas veces, con su familia.  Una de ellas, seguro la principal: Que la mujer no puede dejar de ser madre (¿o no quiere?) cuando los chicos crecen y se van de la casa, comienza el calvario del marido. Y se da en el momento justo, justo ese tiempo, coincide con el comienzo de la declinación del marido, del jefe de familia, del hombre de la casa.     Entonces, ella vuelca toda esta capacidad de protección, que a pesar del tiempo no ha perdido, ni nunca perderá, en ayudar al pobre tipo.
    El gordo, Iba y venía, con la cortadora, al ritmo de sus pensamientos, siguiendo una línea imaginaria, que ya se sabía de memoria, después de haberlo hecho durante años.
    No podía se olvidar, cuando aquel día, de repente escuchó, mientras se subía a una escalerita, de esas chiquitas, domésticas, de 2 ó 3 escalones, a cambiar una lamparita quemada, que Juanita le dijo dulcemente:
  — Gordo, tené cuidado con la altura, no sea que te marees y por una simple bombita te caigas y te rompas los huesos.
“¿La altura…que altura?, pensó enseguida, pero dentro de todo, eso se lo bancó, no dijo nada, pero la cosa se puso peor, cuando después de un tiempo, le dijo:
   — ¡Viejo,  viejo!  No te subas a cambiar ese foco vos solo….esperá que voy yo y  te tengo la escalera, no seas porfiado, que te vas a caer…
¿Tenerle la escalera? ¿Cuál escalera va a sostener?  - Pensó entonces enojado - ¿A la que se subió? Si sigue siendo la misma de antes, esa de los míseros cincuenta centímetros de altura.     ¡Además que va a sostener!  Si no tiene fuerza ni para sujetar el plumero,  ¿pero cómo se le ocurre hacerle sentir eso?   Que ya es un viejo, que no tiene estabilidad, que no tiene fuerza. ¿Pensaría esa mujer, que no la iba a poder proteger más?  ¿Ni a ella, ni a nadie?   Y también había notado, que sus hijos ya lo trataban de igual a igual, o lo que es peor, ya lo querían proteger.      Seguramente, es una de las más conocidas leyes de la vida, pero no sólo le rompe, sino que le carcome las pelotas,  porque se  pregunta: ¿qué le hizo el tiempo?  Sin dudas, mucho más de lo que él mismo veía  en el espejo todas las mañana, cuando entraba al baño para la ducha: esos viejos músculos que chorreaban por todos lados, mostrando su flacidez, debajo de esa piel blandita y manchada, sí, seguro que sí.       
    Además, si bien no le había molestado demasiado la declinación corporal porque sabía que el tiempo hacía esas cosas, nunca pensó que estaba debilitado, que ya no podía con los deberes del líder de la manada, ni con la funciones de jefe de familia ¿y ahora ella cree que lo puede hacer?  Pensaba y repensaba el Gordo.     
    En aquel momento fue cuando se dio cuenta que se le presentaban dos terribles opciones: luchar por su supremacía, con el desgaste cotidiano que representa el enfrentamiento con la persona que se ama, o dejarse llevar por las circunstancias, aflojar y comenzar a pensar que el mando lo tiene ella, que le conviene o le conforma y, así, con  seguridad, se iría convirtiendo en el viejo boludo y fácil que algunos quisieron ver en él desde hacía mucho tiempo, sí, esos otros que nunca lo quisieron.
    Todo esto pasaba por su cabeza mientras se escuchó el primer trueno, al tiempo que levantaba la vista mirando hacia el cielo que se ponía cada vez más amenazante y pensó:
   — Esta tormenta de mierda no me va a dejar terminar de cortar el pasto.
Justo a él, que no le gustaban esos trabajos caseros: cortar el pasto, pintar…  Lo venía a joder esta tormenta y  si dejaba, tendría que hacerlo mañana; no, seguiría para poder terminar ese mismo día.
   No recordaba qué tenía que hacer mañana, si es que tenía algo que hacer. Es más, él bromeaba siempre diciendo: “¿El mañana llegaría? ¿Estaba el mañana allí, a la vuelta de la esquina?”. Porque muchas veces había sentido en serio, que el mañana no estaba allí adelante. Sí, sabía que había estado el pasado y que estaba este momento, ¿pero… mañana?  
    Miró de nuevo hacia arriba y vio que, realmente, se estaba poniendo feo el cielo. Las nubes grises que habían aparecido por el oeste, cada vez eran más negras y avanzaban implacables,  parecían esas que traen granizo.     
   — Basta de pensar en boludeces - se dijo preocupado, y apresuró el trabajo con la cortadora de césped, llevándola mucho más rápido que antes.
    De pronto, escuchó la voz de su mujer que lo llamaba y lo apuraba a entrar a la casa:
    — Dale, Gordo, que se pone feo. No quiero que te mojes y ¡menos con la cortadora enchufada!
    — Y, desenchufada no anda ¿no? —  le gritó a Juana, molesto
    El cielo se ponía cada vez peor, ya se sentía ese olor característico antes de la lluvia, pero cada vez más rápido el Gordo empujaba la cortadora.
    — Que lo parió, ¡qué trueno! -   retumbó en sus oídos un ruido seco y corto y nuevamente su mujer que le gritaba:
    — Gordo, dejate de joder… ¡mirá si cae un rayo!
    — Dale vos, nomás, dale manija, ya termino y ¡no van a caer rayos!
 Pero, pensó: “Eso espero, porque ésta tiene algo de bruja…siempre adivina, presiente, dice ella…y eso a mí me pone loco”
    De repente, la luz violeta lo envolvió, lo deslumbró, sintió olor a quemado y casi no escuchó el trueno ni los gritos de su mujer, en realidad, ya no escuchaba nada.
   — ¿Qué carajo es esto,  qué me pasa?  — se decía asustado el gordo – Che, no jodan, que me muero del susto, ¿qué es esto?   ¿Y mi mujer? ¿Adónde está?...  ¡Juanita!...   Juanita, no me digas que tenías razón, que lo parió, ¡cayó un rayo y me hizo mierda! 
    La cara chamuscada del Gordo estaba sobre el pasto y las primeras gotas de lluvia trataban de aclarar su piel oscurecida y humeante.  Juanita corría salpicando para todos lados con  un pie descalzo y el otro todavía con la pantufla,  iba por el caminito de lajas. Ya llovía fuerte.
   Corría y gritaba, gritaba como loca, se le pegaban los pelos en la cara porque ahora también se había levantado viento. Ella había visto todo: la luz, el rayo y luego ese estruendo aterrador, todo tembló y vio al Gordo cayendo al pasto aferrado a su cortadora que echaba chispas y se prendía fuego al mismo tiempo.
  — ¡Gordo, Gordo, no, no, Gordo! –  gritaba mirándolo desesperada.
  — Acá estoy, vieja, acá ¿no me ves?  ¿No sé adónde mierda estoy?  — decía o pensaba el Gordo -  No te veo, pero te oigo, Juanita, vieja.
Y de repente vio claramente que en esos momentos, esos, al borde del cielo o del infierno, se está solo, solo.
    Juanita se tiró sobre el pobre Gordo, lo movía desesperada, lo daba vuelta, pero nada, no se movía, no abría los ojos, no respiraba, no, ya no respiraba. Levantó la cabeza hacia las nubes como buscando a la culpable: le habían matado a su marido, una de ellas le mató al Gordo.     
    La pobre Juanita lloraba como loca, abrazada a su Gordo carbonizado y humeante y, para colmo, la lluvia….esa lluvia.


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