Atrapado en la isla – Microrelato a tres cabezas
Atrapado
en la isla – Microrelato a tres cabezas
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Eduardo Poggi, Luis Alberto Guiñazú, Rolando José Di Lorenzo
El Paraná había crecido más de lo que Anselmo imaginó, y ahora el agua lo mantenía aislado en el techo de la casa que construía. La cosa se había puesto fulera: el Anselmo esperaba que vinieran a rescatarlo, pero no sabía si alguien pensaba en él porque a nadie le dijo que iría para la isla. Colocaba las últimas chapas del techo cuando vio unas sombras moverse entre los sauces, y pensó: “Seguro que es lo que anda matando gente”. Al pasar flotando un tronco de árbol, suspiró aliviado, el estrés, la angustia y las primeras sombras del atardecer le habían jugado en contra.
Lo que no sabía era que el árbol también arrastraba una yarará ñata.
Ahora Anselmo, se preocupaba más por el lento y persistente ascenso del agua. Cuando vio el destello verde de la piel del ofidio, fue tarde, apenas evitó la dentellada. Cuando el martillo dio contra la desgraciada, esta cayó al agua.
Recién se percató el arañazo en la pierna. ¿Habría alcanzado inocularle su veneno? Aliviado vio que el raspón se lo había producido con el borde de la chapa. Había pasado unos momentos de terror, creyendo que la víbora lo había mordido, ahora todo estaba bien, ni le importaba estar aislado en el techo, dormiría allí esa noche y mañana alguien pasaría para ayudarlo. Cansado se quedó dormido y ni se dio cuenta cuando la figura negra saltó hacia su cuello y lo despedazó.
El Paraná había crecido más de lo que Anselmo imaginó, y ahora el agua lo mantenía aislado en el techo de la casa que construía. La cosa se había puesto fulera: el Anselmo esperaba que vinieran a rescatarlo, pero no sabía si alguien pensaba en él porque a nadie le dijo que iría para la isla. Colocaba las últimas chapas del techo cuando vio unas sombras moverse entre los sauces, y pensó: “Seguro que es lo que anda matando gente”. Al pasar flotando un tronco de árbol, suspiró aliviado, el estrés, la angustia y las primeras sombras del atardecer le habían jugado en contra.
Lo que no sabía era que el árbol también arrastraba una yarará ñata.
Ahora Anselmo, se preocupaba más por el lento y persistente ascenso del agua. Cuando vio el destello verde de la piel del ofidio, fue tarde, apenas evitó la dentellada. Cuando el martillo dio contra la desgraciada, esta cayó al agua.
Recién se percató el arañazo en la pierna. ¿Habría alcanzado inocularle su veneno? Aliviado vio que el raspón se lo había producido con el borde de la chapa. Había pasado unos momentos de terror, creyendo que la víbora lo había mordido, ahora todo estaba bien, ni le importaba estar aislado en el techo, dormiría allí esa noche y mañana alguien pasaría para ayudarlo. Cansado se quedó dormido y ni se dio cuenta cuando la figura negra saltó hacia su cuello y lo despedazó.
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