UNA NOCHE CALUROSA—— Rolando José Di Lorenzo
Era de noche y él caminaba lentamente, recorriendo las calles oscuras,
ensombrecidas por las copas de los árboles. La temperatura era alta para esa
hora, era un buen verano. Ella había
salido de su casa temprano, para encontrarse con sus amigas en el bar y de allí
a la salida habitual de los viernes, cine y luego comer algo. Caminaba apurada,
nerviosa, no le gustaba andar de noche sola, pero no había conseguido taxi y tenía
que andar más de 5 cuadras hasta llegar a la avenida principal. Para colmo con la vereda destrozada, solo
podía mirar hacia abajo, para no caerse. Cuando llegó a la primera esquina, se
encontró de golpe con él. Se sobresaltó
y hasta sintió miedo, en realidad a los dos les pasó lo mismo. A él, el
encuentro repentino lo sacó de sus pensamientos y atinó a tirar el cuerpo hacia
atrás, gracias a eso no la llevó por delante. Ambos alarmados, se miraron unos
instantes y comenzaron a aflojar la tensión, aunque la adrenalina corría por su
sangre. Fabián, fue el primero en
reaccionar y con una sonrisa la saludó amablemente, Lara le correspondió y rodeándolo,
siguió su camino. Él, se dio vuelta y extendió su mano para detenerla, pero se
contuvo, aunque le pidió disculpas por el susto, ella se detuvo unos segundos,
lo miró intensamente y con una sonrisa siguió su camino. Caminaba al mismo ritmo de antes, Fabián la
alcanzó en unos momentos, se le puso al lado y le preguntó si podían seguir
juntos unas cuadras, no tenía apuro y podría retomar su camino más tarde. Lara, no le respondió al instante, pero
tampoco le dijo que no. Anduvieron las
cuadras que faltaban para llegar a la avenida, hablando muy poco, pero lo
suficiente como para conocer sus nombres y coincidir en que el calor de esa
noche no era habitual y que existía la posibilidad de que lloviera. Ambos se miraban de reojo y quedaron
conformen con lo que vieron, aun en las sombras. Lara era una chica de baja
estatura y gordita, con el cabello largo y muy bien vestida. En cambio Fabián
era un flaco de estatura mediana, con el cabello largo y una barba escasa, que
no dejaba de sonreír. Era gente común, como otros miles que vivían por allí,
quizá eso los conformó y los hizo sentirse bien.
Mirando las luces y el tránsito de la avenida, Fabián, le preguntó si
era inevitable y necesario que se separaran, o podían seguir hasta el bar
juntos y tomar algo. Ella pensaba rápidamente en la situación. Cuando le dijo
que si, se acordó que la esperaban las chicas, entonces, sacó de su cartera el
teléfono y llamando a una de ellas, le dijo que no la esperaran, que tenía algo
que hacer y que si podía llegaría para cenar juntas. Guardó el teléfono y lo
miró como diciéndole que todo estaba bien.
Fabián estaba contento, caminaron hasta el bar que él conocía bien,
entraron y se sentaron en una mesa contra la vidriera, le pareció feo llevarla
hasta la mesa que ocupaba siempre, que estaba al fondo. Se miraron para conocerse físicamente, la
impresión de ambos no cambio a la luz, eran igual que en la oscuridad. No fue
solo un café, la charla los hizo seguir con una gaseosa y luego una
cerveza. Ambos se sentían bien, se
contaron muchas cosas, donde vivían, donde trabajaban, quienes eran sus amigos
y como eran estos. Mientras lo hacían se iban sorprendiendo de lo que se
contaban, no era habitual que lo hicieran, no era habitual, como el calor de
esa noche.
Más tarde sintieron hambre y acordaron continuar la charla en un restaurante
cercano, no tenían ganas de separarse, esa noche era distinta para los dos, ni
se imaginaban que la iban a pasar tan bien. Cuando ambos salieron, lo hicieron
para vivir una noche como otras tantas. Pidieron la comida y allí se pasaron
las siguientes dos horas, ya eran las 11 de la noche, luego de mirar el reloj,
Lara volvió a tomar el teléfono y llamó a la misma amiga, para decirle que todo
estaba bien, pero que no se encontrarían tampoco para cenar. Fabián la miraba asombrado, realmente era una
chica diferente, no la detenían los compromisos previos ni las costumbres,
hacia lo que le parecía que estaba bien, en el momento que sucedía. Además su sonrisa era cautivadora, igual que
sus movimientos graciosos. No dejaba de mirarla como agradecido y feliz de
haberla encontrado. Ella parecía sentir
lo mismo, pero trataba de demostrarlo menos que él. Siguieron con su conversación y ambos se
confiaron que estaban solos, que no tenían compromiso alguno. Fabián le tomó las manos y ella contenta las
dejó entre las suyas. Al rato se dieron
cuenta que llevaban allí adentro más de
cuatro horas, era ya la una de la madrugada. Decidieron seguir un rato más y
volvieron al bar, se tomaron unas copas y sin darse cuenta, el reloj marcaba
las dos y media. El mozo ya levantaba
las sillas y las colocaba cobre las mesas, cuando lo llamaron, le pagaron y
salieron, no tenían ganas de separarse y
la noche seguía calurosa.
El departamento que ocupaba Fabián, era muy chiquito, tenía un estar con
la cocinita en una esquina y el baño en la otra y una habitación con una gran
ventana al exterior. Tenía pocos muebles, una pequeña mesa con tres sillas y un
silloncito frente al televisor. En el dormitorio, solo estaba la cama y una
mesita de luz, sobre la cual se lucía un viejo velador, que había sido de su
abuela, con base de bronce y pantalla de tela. Al lado de la cama, en el piso,
un pequeño equipo de música, con una pila de CDs encima. Lo peor era la iluminación, en el centro del
estar pendía una lámpara con un potente foco de luz blanca y otro en el
dormitorio, lo había recibido así y no le había hecho cambio alguno. Se sentía avergonzado de su lugar, pero ese
era en ese momento lo mejor que tenían. Apartado, reservado, en un barrio
silencioso y tranquilo. Le dio mil explicaciones
a Lara, disculpándose por lo poco que podía ofrecerle y por la falta de
calidez y romanticismo del
ambiente. Ella lo miró dulcemente y con
una sonrisa tierna, le dijo:
-Solo estoy aquí por vos, no te disculpes más, todo está bien- Lo dijo
con una voz profunda, al tiempo que le acariciaba la cara, deteniendo su dedo
índice en los labios de Fabián, como indicándole silencio. Él la tomo por la cintura y la atrajo con
total suavidad, se miraron unos instantes y se besaron dulcemente. Entonces advirtieron ambos la fuerte luz
blanca, se separó de ella, la apagó y solo quedó la tenue luz que entraba por
la persiana del dormitorio. Ambos caminaron hacia allá. Lara con total serenidad,
comenzó a quitarse la ropa antes que él, llevaba solo una blusa blanca y los
jean azules. En ropa interior quedaba
hermosa, Fabián la miraba absorto y emocionado, mientras que comenzó a quitarse
la camisa y luego el jean. Se recostaron en la cama y allí ella siguió con su
tarea de desvestirse, lentamente llevó las manos a su espalda, se desprendió y
sacó el corpiño. Tenía los pechos pequeños pero hermosamente formados. Se miraron asombrados, estaban desnudándose y
entre ellos, solo estaba el silencio de la noche. La luz que entraba tímidamente desde la
calle, por la persiana, formaba rayitas sobre el cuerpo de Lara. Él se arrimó a
ella y comenzó a seguir con sus labios las líneas de luz y luego las de sombra.
El bello se erizaba a medida que la calidez de su boca pasaba sobre ellos.
Fabián actuaba con serenidad y dulzura, como temiendo que al menor de los
ruidos, se quebrara en mil pedazos la imagen de su felicidad. Lara terminó de
desnudarse, también él y se ofrecieron mutuamente, generosamente se abrazaron y
se dieron uno al otro profundamente, como si lo hubieran vivido antes. Con una entrega total de cuerpo y alma. Las manos de Fabián acariciaban sus pechos y
ella sonriendo halagada y estallando de femineidad, besaba sus labios
entreabiertos. Largo rato estuvieron
amándose y se sintieron felices como nunca, la luz de la calle seguía jugando
sobre ellos con sus rayitas, acompañando sus movimientos suaves y lentos, a
veces sobre él y otras sobre ella. Así lo hicieron y más de una vez. Ninguno de
los dos miró la hora y agotados y felices se durmieron, justo cuando el zorzal
comenzó su canto de amanecer. Había sido
una noche muy calurosa y presagiaba una mañana igual.
Comentarios
Publicar un comentario