EL GOLPE MÁS DURO . De mi libro EL COLOR DE LA SANGRE




— ¿Qué fue lo que pasó? No me podes decir simplemente: “no lo sé” ¡Esto es muy grave! —Sandra le decía esto a Piero tomándolo de las solapas de la chaqueta, sacudiéndolo para que se despierte. Pero él no decía nada, estaba con la cabeza gacha, aguantando los gritos histéricos de ella—. ¿No me vas a aclarar nada más? Siempre fuiste un cagón, eso lo supe desde el principio, pero que eras un traidor hijo de puta, no lo sabía. —Sandra lloraba y gritaba su bronca, le pegaba con las palabras y Piero lo seguía soportando sin soltar la lengua.  No era indolente, escuchaba todo lo que le decía ella y le dolían sus palabras. Eran duros golpes a su orgullo: Lo estaba tratando de traidor, cagón, hijo de puta… ¡quien carajo se creía que era! Pensaba con tanta rabia como la que ella le demostraba. Al final no pudo aguantar más. Le pegó una cachetada, que le dio vuelta la cara y recién entonces se dio cuenta de lo que había hecho; una barbaridad. Nunca le había pegado a nadie y ahora debutaba con ella, la mujer que quería, su Sandra.  Ella enmudeció y llamativamente dejó de llorar. Se irguió ante él y le contestó con un golpe con el puño cerrado, bien dirigido a su boca. Le partió el labio inferior que comenzó a sangrar. Pero no se detuvo, le siguió pegando con las dos manos mientras él solo atinaba a cubrirse. Los golpes eran fuertes y le lastimaron el labio superior y la nariz.  Entonces Piero consiguió atrapar las manos de Sandra y detener el ataque. Los dos lloraban, los dos estaban enfurecidos. La cara de él mostraba un estado lastimoso, sangraba por la boca y por la nariz.  Cuando creyó que Sandra se había tranquilizado, le soltó las manos y así fue. Ella no volvió a pegarle, se retiró unos pasos hacia atrás, sus piernas chocaron con el sillón y se dejó caer en él. Piero, que seguía de pie en el medio de la sala, dándose cuenta del estado de su cara, se encaminó hacia el baño. Entró violentamente, golpeando la puerta, abrió la canilla y metió su rostro dentro del agua que llenaba la pileta. Todo se ponía rojo, la sangre era abundante, luego de unos minutos se detuvo y con la toalla en la mano, presionándola sobre las heridas, caminó de nuevo hacia la sala.  Sandra seguía sentada en el mismo sillón, tapándose la cara con las manos, llorando intensamente. La miró ya sin bronca, la quería demasiado, tendrían que serenarse ambos y tratar de resolver el problema que los había llevado a la violencia.  Se acercó lentamente, se agachó a su lado y le acaricio la cabeza, Sandra la retiró rápidamente, pero cuanto vio la expresión del rostro de Piero, se calmó, sintió pena al verlo tan lastimado, entonces le tomó la mano.
— ¿Duele mucho? —le pregunto—. Nunca imaginé que pudiera hacerte tanto daño con unos golpes, perdóname.
—Estamos locos Sandra… yo te amo como siempre y no entiendo como pude pegarte. Pero no pude seguir soportando tu ira y tus palabras, me saqué, perdoname. —Piero la miró con ternura mientras seguía diciendo—. Qué locura que nos agarró… no entiendo tanta furia, así de repente.
—Me traicionaste, Piero, eso provocó todo, la traición nos envenenó a ambos. —Sandra decía esto sin mirarlo, con la voz muy baja, como si lo estuviera pensando, quizá se lo estaba diciendo a sí misma. Él bajo la cabeza y apoyó sobre sus piernas, no decía nada, no sabía qué decir.
Unos pocos días antes, el dueño de la empresa donde Piero trabajaba, lo llamó a su despacho. A Piero le pareció raro, porque ese hombre no hablaba casi nunca con sus empleados, para eso estaba el gerente. Cuando llegó a la puerta, se la abrieron antes de que llamara. Adentro estaban los dos socios de la empresa. Detrás del impresionante escritorio, don Fernando, que lo esperaba de pie, le habló inmediatamente, sin dejarlo siquiera saludar.
— ¡Qué nos hizo, Piero! ¿Qué le pasó? —dijo el hombre apoyando las manos en el escritorio, con voz fuerte y mirada amenazante—. ¡Justamente usted, en el que había depositado mi confianza! Y lo digo frente a mi socio, que tampoco lo puede creer.
—Señor, no sé qué pasa. —Fue lo único que le salió a Piero, estaba tan sorprendido como asustado, no atinaba a nada y además, no sabía qué le estaban recriminando algo. Y volvió a preguntar lo mismo—. Por favor explíqueme qué pasa, no entiendo nada.
—Me imaginé que ibas a salir con eso —le dijo don Fernando—, y me ofende que me quieras hacer creer que no sabés el motivo. Pero de todas formas te lo digo ya. —El hombre comenzó con un relato que no cabía en la cabeza de Piero—: “Tenemos información certera e indiscutible, que entregaste el nuevo proyecto, a nuestro principal competidor en el mercado. —Piero escuchaba todo atentamente, cada vez más asustado y nervioso. Se daba cuenta de que era todo una gran mentira, alguien le estaba echando culpas que no tenía, pero no sabía cómo defenderse. A todo esto don Fernando seguía—: “Sabemos que por una mujer, nos vendiste miserablemente. Solo te diré que nuestros abogados están preparando una acusación que hará que no olvides nunca esta traición”. El hombre ya lo había condenado y lo mismo el socio, que no abría la boca, pero lo decía todo con su expresión.  Piero se dio cuenta que por el momento no tenía modo de contrarrestar esa acusación. Tendría que saber por lo menos de donde había venido, entonces con mucho respeto y con escasa voz, dijo:
— ¿Podría saber cómo obtuvieron esa información? ¿Están seguros de que es confiable? —Tenía la cabeza gacha y temblaba al hablar; y aunque no era el mejor modo de enfrentar a esos dos soberbios potentados, siguió preguntando—. ¿Cómo pueden estar tan seguros de lo que dicen? Mi palabra también vale.
Le contestó el socio de don Fernando mirándolo con furia. —Le pedimos a Alicia, nuestra mano derecha, la persona en la que más confiamos, que investigara sobre la filtración de la información. Ella nos contó que lo vio con esa ramera disfrazada de gerente. Eso, más algunos detalles que anexamos, fue suficiente. Y ahora le exigimos que se retire definitivamente, ya recibirá noticias a través de nuestros abogados.  Casi lo empujó hacia la puerta, que cerró con fuerza detrás de Piero. No podía pensar. Caminó hacia la salida y se encontró de repente en la calle. Anduvo sin rumbo unos minutos, hasta que pudo hacerse cargo de la situación. Se sentó en una mesa del primer bar que encontró y se puso a repasar la cosa: Se filtró información, se dijo, le encargaron una investigación secreta a la jefa de personal, Alicia, esa bruja solterona que nunca me quiso. Ella me acusó con mentiras, es cierto que conozco a la gerente de la otra empresa, con la que en el pasado tuve algún que otro encuentro. Pero de esto había pasado mucho tiempo y no volví a verla. Todo era una mentira. Algún otro había cometido la falta, que a él le hacían pagar, no había duda. ¿Pero como hacer para desenmascarar al culpable? No tenía idea de esas cosas. Por otra parte, ya lo habían despedido del trabajo y nada los haría cambiar de actitud. Nunca se echarían atrás. De pronto se acordó, que tenía que sacar sus cosas de allí cuando antes. Pero no lo dejarían entrar. Llamó entonces a su compañero y amigo. Ricardo le confirmó que acudiría ni bien saliera del trabajo. Piero pensó que además de traerle sus cosas, podría sacarle algunos datos más sobre el caso, si es que estaba al tanto. Cuando llegó la hora se encontraron en un bar cercado a la empresa. Ricardo le trajo una caja con sus pertenencias y se sentaron a conversar. A pesar de la preocupación y el miedo que tenía por alguna represalia en su contra, le dijo que fue Alicia la que le había contado todo lo sucedido, le había dicho que había echado a perder un negocio importantísimo para la empresa, cuya estrategia era salir primeros en el mercado, caso contrario no servía de nada. También le dijo que él los había traicionado al meterse con la gerente de ellos y que entre besos y caricias terminó entregándole los datos necesarios como para ganar. Eso era todo lo que sabía, pero estaba claro, le habían tendido una cama. No siguió preguntando, en realidad Ricardo tenía razón de temer por su trabajo.  Él comprendía esas cosas. Quizá comprendiera y justificara demasiadas cosas a la gente. Todo lo contrario de lo que hacían con él. Fue lo primero que pensó en ese momento. No podía creer lo que le estaba pasando, de un día para otro estaba perdiendo todo.
 Levantó la cabeza que tenía apoyada en las piernas de Sandra, la miró a los ojos y con su mejor sonrisa, le quiso aclarar un poco las cosas. No le había contado aún a ella lo que le había pasado en el trabajo, no sabía como hacerlo. Había tenido miedo por tanta mentira que lo rodeaba, pero ahora que ella hablaba de traición, ya no podía posponer más su verdad.
—No sé de qué te enteraste, ni por quién, pero no hay, ni hubo ninguna traición, te amo demasiado como para hacerlo. —Sandra, más calmada, había dejado de llorar, pero se retiraba hacia el fondo del sillón, para alejarse de él
—Me contaron todo, Piero, todo, con lujo de detalles. Me lo dijo el doctor Aguirre, que comparte el estudio con los abogados de la empresa. —Sandra se levantó, se acercó a la ventana y se quedó mirando a través de ella, quizá sin ver.
—No, mi amor, es todo una mentira… además, ¿porque la palabra del doctor Aguirre, tiene más valor que la mía? ¡Por Dios! ¿Qué está pasando? De repente todos me culpan y me condenan por algo que no hice— Hablaba fuerte, el drama lo envolvía, se levantó y caminó hacia Sandra, trató de tomarla por los hombros, pero la reacción de la mujer lo detuvo: lo miraba con furia y se alejaba de él, como de la peste—. ¿No crees más en mí? —Le decía esto mirándola con desesperación. La persiguió por toda la habitación, estirando los brazos como para abrazarla, pero ella continuo escapando de él. Entonces Piero se detuvo, desconsolado, acorralado. Se dio vuelta y caminó hacia la puerta y antes de que llegara, Sandra lanzó la peor noticia:
—Hablé con Alicia, ella me confirmó todo lo que me dijo el doctor Aguirre.
— ¿Hablaste con esa bruja? —exclamó Piero.
—Sí, hablé con ella. Estaba desesperada, no sabía a quién recurrir, no quería creerlo, pero los hechos estaban ahí, irrefutable. No te olvides que yo también te amaba
—Me amabas… eso es pasado Sandra… eso es pasado. —Piero siguió su camino hacia la puerta, la abrió lentamente, y antes de salir volvió la cabeza para mirarla, esperando que algo la conmoviera, algún gesto, una mirada. Pero ella tenía la miraba calvada en el piso, estaba cruzada de brazos y retrocedió un paso más para alejarse más de él.  Piero salió a la calle y se vio y se sintió solo, abandonado, perdido. Le dolía la nariz y la boca, que para ese entonces se iba hinchando cada vez más. Le habían dado el golpe más duro. Nadie creía en él. No lograba entenderlo, mientras caminaba no dejaba de preguntarse: ¿Por qué? 
Piero siguió andando y así llegó hasta la esquina de la casa de Alicia. En la calle lateral en la sombra, estaba estacionado el auto de Ricardo, seguro que él estaba en la casa de ella, pensó, pero el auto dejado lejos le daba la pauta de que algo raro estaba pasando. No se amilanó, caminó con total decisión hacia la casa, donde estaba seguro que encontraría la respuesta definitiva a su problema. Golpeó con fuerza la puerta, despreciando el timbre y a los pocos segundos Alicia la abrió y se quedó atónita ante su presencia; no decía palabra, entonces Piero, la empujó hacia adentro y se metió en el living, donde Ricardo estaba sentado con una copa en la mano. Con solo verle las caras a ambos, no necesitó explicación alguna, eran los traidores que lo habían destruido con sus mentiras. Ricardo saltó de su sillón y fue hacia Piero, pero este no esperó ni que abriera la boca, le dio un trompada en la nariz con toda su fuerza y su amigo cayó hacia atrás sobre la mesita ratona, volaron por el aire copas y botellas, mezclándose en el piso bebidas y sangre. Alicia reaccionó tarde, porque cuando intentó correr hacia el cuarto contiguo, Piero la alcanzó con un golpe en la nuca que la lanzó con fuerza hacia la puerta del baño; la mujer golpeó con la frente, dejando una huella de sangre al resbalar luego hacia el piso. Piero, afirmado sobre sus piernas separadas, con los puños cerrados bajos, a ambos lados del cuerpo; miraba a los dos culpables con desprecio, había hecho justicia por primera vez en su vida. Notó que Ricardo no podía respirar ahogándose con su propia sangre y que Alicia, con el rostro en el piso no se movía, ni siquiera estaba seguro de que respirara. Dio media vuelta y salió lentamente a la calle, no sabía por cuanto tiempo, pero se sentiría victorioso, era un hombre nuevo.

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