RECUERDOS PERDIDOS Rolando José Di Lorenzo
Salió esa tarde a caminar como de costumbre, Pedro, no tenía
ya otra cosa que hacer, solo le quedaba recordar, el tiempo pasaba y cada día
se sentía más cansado; ese cansancio no era solo físico era también mental. No
recordaba si el destino o la vida le habían jugado en contra, hasta eso se le
había perdido. Andaba lentamente por las calles de la ciudad que lo había visto
nacer, hacia mucho, mucho tiempo. Quizá hubo en su vida alguna época luminosa,
o por lo menos mejor que la última. Y Esa tarde trataba de recordar
precisamente esos momentos.
Necochea era distinta en aquellos días, todo era más
tranquilo y silencioso. Las veredas y las casas eran agradables, los árboles
eran jóvenes y se escuchaban los pájaros. Los chicos jugaban en las calles,
llenándolas de pelotas y bicicletas. La gente vivía segura en sus casas. Él
mismo era distinto entonces, tenía expectativas, pero a medida que pasó el
tiempo todo fue cayendo a su alrededor y su falta de confianza lo había
acorralado de a poco, hasta que terminó de obrero en una empresa que lo
traicionó, a él, como a tantos otros. Fue a fines de los 70, que aquella
empresa relacionada con la pesca y alimentos en general; sumamente importante a
nivel nacional, afrontaba serios problemas financieros, derivados de la crisis
económica que sacudía al país desde el "rodrigazo", nombre que se le
dio a un vuelco brutal y negativo de la economía tiempo antes. Para 1980 la
situación financiera se hizo insostenible; los problemas financieros se
acumularon, y la empresa se vio obligada a cerrar varias plantas y a despedir
personal. En marzo de 1981, tras otra serie de cierres, la justicia decretó la
quiebra. La mayoría de las fábricas quedaron abandonadas y la gente sin trabajo,
él, entre ellos. Desde entonces no supo cómo rehacerse, se sintió incapaz y
comenzó a rodar de trabajo en trabajo, luego changas y más tarde ruegos. Y hubo
hambre y frio que pudo capear, solo porque la gente fue solidaria. Pasaron
muchos años y el puerto se fue convirtiendo en su lugar, allí consiguió pequeños
trabajos que lo ayudaron a vivir y últimamente a conseguir la triste pieza lo que
cobijaba.
Pedro llegó esa tarde a los muelles y las vio, como tantas
otras tardes, allí estaban; amarillas como el sol, descansando en el agua azul
cielo. Con el tiempo había aprendido a amar esas lanchas, con las que había
soñado tantas veces soltando amarras y viviendo en libertad. Ahora estaban quietas y silenciosas, eran
muchas y más aún en el reflejo. Los restos de peces muertos en cubierta, brillaban
como trocitos de plata, con los últimos rayos del sol. Estaban seguras, protegidas en el puerto,
antes de salir a la lucha, la vieja lucha entre los hombres y el mar; tratando
de arrancarle sus frutos, de ganarse la vida. Y todo lo que Pedro veía ahora eran reflejos,
espejos y colores. Agua y cielo. Muelles cansados y viejos. Restos de amarras y
redes rotas y espinazos antiguos.
Se le pasó el tiempo mirando el muelle, de pronto sintió
frio; volvió a mirar la calle ancha y mojada. Era de noche ya, los brillos de los
faroles se confundían con las luces del recuerdo, comenzó a caminar y todo fue
quedando atrás. Era solo un hombre cansado que recorria esas calles sin ansias
de llegar a ninguna parte.
El perro del bar, levantó su oreja mojada y olfateó al
hombre que pasaba. Se conocen, solo eso. No son de nadie, son de la calle. El
cuarto al que no quiere llegar, está cerca. Algún día no volverá, lo sabe bien.
Se ira de allí, se ira de todas partes a la vez. Las gaviotas, volaran al amanecer y él se ira
con ellas. Algún día soltará amarras, como tantas veces soñó; volará al
amanecer y será nube. Será viento, viento del sur.
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