DON RAMÓN EN LA ISLA - Rolando José Di Lorenzo
Un recuerdo
que siempre reaparece en mi mente, es el encuentro que tuve con un soñador, en
un viaje al caribe. Que por cierto me
hizo mucho bien.
Don Ramón, era un hombre flaco y alto, con
un andar descuidado y siempre vestido con total informalidad, raro para un tipo
mayor. Re cuerdo que alguien había
comentado que ya había superado los 80 años y además según decían estaba solo
allí, esto lo pude corroborar después.
Desentonaba un poco, siempre vestido,
deambulando por todo el hotel, porque solo se lo veía en los lugares internos
del mismo: los bares, el restaurante, el lobby, pero nunca en la playa o en la
pileta. Parecía que durante las horas
de sol, el hombre se la pasaba en su habitación, muchas veces me lo imagine
leyendo pesados libros, tendido sobre la gran cama de su cuarto, protegido del
intenso calor de la isla, por el aire acondicionado.
Cuando volví de la playa, al medio día,
agobiado por el calor, cansado de entrar y salir del mar, me dirigí al comedor
principal y allí ya estaba él, fresco, recién bañado y cambiado, siempre
conversando con las camareras, haciendo alguna que otra broma, tratando de mostrar
unas ganas de vivir, que solo él sabía si eran o no ciertas, pues a mi parecer, era un hombre triste.
Uno de esos días, me detuve a preguntarle a
una de las camareras conocidas de ese hombre, quien era y que hacía allí tan
solo y me contó la historia que ella sabia:
“Don Ramón Villalba, que era su nombre
completo, era cliente de ese hotel desde hacía mas de 15 años, viajaba desde
España, todos los veranos de la isla y se pasaba en ella, 15 o 20 días. Pero antes no lo hacia solo, no, al
principio lo hacia con su esposa, una bella mujer, casi tan alta como él, muy
elegante y agradable, que disfrutaba de la vida”.
Sobre todo, les gustaba bailar, siempre se
ponían cerca de los músicos y allí bailaban y lo hacían muy bien. Él no dejaba de mirarla mientras lo hacían,
esos ojos azules, que en esa época estaban vivos y brillantes, se deleitaban y
gozaban con el cruce de sus miradas y cuando la salsa terminaba, miraban a los
músicos, como sorprendidos, como si recién bajaran a la tierra, luego de un
largo vuelo por secretos lugares del espacio”.
La mujer me siguió contando: “Esto siguió así,
año tras año y en esos tiempos gozaban de la pileta, la playa, excursiones y
todo lo que se podía hacer, hasta que un año, él llegó solo. Su mujer había muerto, según contó, de
golpe, se fue casi sin darse cuenta, ella y él; entonces, creyendo que el único
recurso que le quedaba para sentirse mas cerca de su amada, eran sus viajes, siguió
yendo cada año a la isla, a ese lugar que los acogió amablemente y le hizo de
marco a su historia de amor”.
Escuchar esta historia e imaginarme el dolor
de ese hombre, buscando cada año los lugares que fueron de ellos, tratando de reconstruir
lo imposible, deseando verla y sentirla a su lado, me hizo mal y cuando me
cruzaba con él sentía una gran pena.
Un mediodía cuando me iba a sentar a
almorzar, lo vi a Don Ramón, en la barra del bar, entonces me dirigí hacia allí
y pidiéndole permiso me senté en el banco de al lado, luego de los saludos y de
pedirme un trago, el viejo me miró sonriente y me dijo:
- Lo he
estado observando y noto que me mira con mucho interés, seguramente le han
contado mi historia, ¿O me equivoco? –
- No, no se
equivoca, yo pregunté por usted, porque me llamó la atención, verlo solo aquí,
por eso me contaron las chicas – le conteste como para comenzar una charla
- A mi
también me llamo la atención usted, porque en todo caso yo soy un viejo
solitario, pero usted es joven y esta solo – me dijo intrigado
- Es
cierto, yo todavía estoy buscando, me he pasado la vida buscando
- Perdón –
dijo Don Ramón - ¿Y que es lo que busca, que es tan difícil?
- Mi
camino, mi lugar y quizá mi mujer – le respondí un poco triste
- Visto así,
parece difícil, pero me imagino que esta buscando en lugares equivocados o
quizá con demasiado esfuerzo ¿No sería más fácil dejarse encontrar, en lugar de
buscar todo el tiempo?
- ¿Quedarme
quieto y que encuentren, quiere decir usted? –pregunte asombrado
- Si, así
me paso a mi, solo le di tiempo a la vida, ella sabe lo que hace y en que
momento, claro que luego, uno tiene que tomar la decisión, a mi me paso así y
le puedo asegurar que fui feliz – me dijo calmadamente
- Quisiera
yo poder hacerlo, pero vivo apurado y muchas veces pienso que no conoceré la
felicidad, como dice usted – cada vez mas apenado por mi suerte, seguía
hablando con el viejo, que me miraba con dulzura
- No se
apure, tiene tiempo, es joven, mi tiempo se termino, por eso es que vengo aquí,
para volver a ser feliz, aunque sea por unos segundos –
- ¿Tan
importante fue ese tiempo, que viene hasta aquí, solo por unos segundos de
felicidad?
- Yo conocí
el Paraíso, joven – me dijo emocionado – Con Isabel, mi mujer, viví allí y
gracias a ella, por eso sigo viniendo,
solo a esperar sentirla, unos instantes conmigo.
No seguí la
charla, me retire lentamente del bar y me senté a una mesa del restaurante para
cenar, luego de un rato me sentí mejor, algo me había dejado Don Ramón muy
adentro y era bueno.
Una noche, antes de irme de allí, luego de
la cena, sentado en el bar principal, muy cerca de los músicos, mientras
saboreaba un scotch, lo vi venir a Don Ramón, muy lentamente, mirando todo y a
todos, con esos ojos vacíos. Como de
costumbre, se detuvo al lado del grupo salsero y luego de un rato, con las
manos en los bolsillos de su viejo Jean, comenzó a balancearse lentamente,
apenas mostrando un movimiento de sus pies, con la cabeza levantada, mirando
hacia el espacio, ese secreto espacio suyo. Estaba bailando, pero al mirar sus
ojos, note claramente que ya no estaban vacíos, se avivaban segundo a segundo y
una expresión de felicidad apareció en su rostro, ya no estaba solo Ramón, ella
estaba allí, con él.
Todavía , luego de mucho tiempo, cuando me
siento triste y solo, recuerdo a Ramón bailando allá en la isla, en su espacio
secreto, con ella y algo cambia en mí, algo que me dice simplemente: “ Se puede”
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