EL BAILE DE JUAN

EL BAILE DE JUAN
Al flaco Jensen, siempre las cosas le costaron más que a cualquiera de nosotros.  Tenía mala suerte, él insistía con eso y todos le decíamos que no era así, que a todos nos pasaba lo mismo, pero lo hacíamos para sacarle un poco de peso de encima.  Todos nos dábamos cuenta de que eso era cierto, pero pobre Flaco, creíamos que con nuestra actitud lo ayudábamos.  Aunque a veces nos desconcertaba, porque enojado nos decía, que no le creíamos, o que no le dábamos pelota a sus sufrimientos.   Era un caso difícil de tratar.
Desde que se había quedado sin el padre, tan chiquito, las cosas se le complicaban, terminó el primario y arrancó bien el secundario, con orientación industrial, era un buen alumno, pero tenía metido entre ceja y ceja, ser un chapista como su viejo.  Quería tener el mejor taller de chapa y pintura de la ciudad.   Por ese tiempo, el taller que era de propiedad de ellos, lo tenía alquilado un viejo chapista y herrero muy bueno, un tipo de gran corazón. Cuando el Flaco le contó lo que quería hacer, el hombre de acuerdo con su mamá, lo tomó como aprendiz y ayudante,  siempre y cuando siguiera el secundario.   Así lo hizo, y mientras estudiaba, fue aprendiendo el oficio, hasta que llegó a dominarlo por completo.
Pero no le fue fácil, la casa la bancaba la mamá con la pensión del marido y el alquiler del taller, como no les alcanzaba, la mujer empezó  a hacer algunos trabajos de costura, se la pasaba hasta altas horas de la noche cosiendo.   Al mismo tiempo el Flaco estudiaba y su lucha con la vieja, era para que lo dejara trabajar en algún lugar donde le pagaran bien.  Pero siempre se encontraba con la misma respuesta “Vos estudiá y seguí aprendiendo si querés en el taller de don Rómulo, con eso es más que suficiente” y no la sacaba de eso. Andar mal de plata, lo dejaba afuera de la diversión, el Flaco, nunca tenía un mango para ir al club, o al cine.  Muchas veces nosotros hacíamos una vaca y le bancábamos la joda.  Él siempre agradecido, trataba de hacernos gauchadas de todo tipo, o nos prometía que cuando el taller fuera de él, nos arreglaría los coches de forma especial y con descuento.
Estando con nosotros, la pasaba bien, pero cuando volvía a su casa y veía a la vieja cosiendo, se entristecía tanto que a veces no lo podíamos sacar de la casa por varios días. Pero todo eso cambió una tarde, cuando entramos en el club, para tomar algo, antes del baile de la noche.  Estábamos casi todos, El Negro Ferretti, Carlitos, El Fede, el Morcilla y yo, la mesa nos quedaba chica, pero había mucha gente y no podíamos juntar dos. Y  allí fue cuando vio, que entre un grupo de chicas había una que le interesó sobremanera.  La estuvo mirando y hablando de ella, hasta que fue la hora de entrar al salón de baile. En el salón, las mesas se disponían alrededor de una gran pista de baile. Sobre un costado, un escenario que era ocupado por  la orquesta del momento, que generalmente eran de música tropical y boleros.   En los bailes de más importancia, como los de las fechas patrias, actuaban dos orquestas.  Al rato de comenzar la orquesta que amenizaba la tertulia (que así se llamaban esas reuniones danzantes en el club) y cuando había hecho unos cuantos temas, se decidió y salió hacia la mesa en que estaba esa chica.    Luego de saludarla cortésmente, la sacó a bailar, eso nos dio una alegría a todos nosotros que estábamos rogando que no le saliera nada mal.  Pero la cosa no fue así, sino todo lo contrario, bailaron varios temas y se los veía contentos.  Más tarde y luego de un descanso de la orquesta, al reanudarse el baile, el flaco salió para la mesa y entonces se llevó un chasco, porque allí estaba sentado al lado de la chica un tipo desconocido.   Se detuvo, dio media vuelta y volvió con nosotros.  Luego de las consultas  y averiguaciones del caso, nos enteramos que ese tipo era de otro lado.   Había llegado a la ciudad hacía menos de un mes, era un contador recién recibido.   Al instante de conocer eso, el Flaco se vio perdiendo tres a cero y en el segundo tiempo del partido.  Le metimos leña, para que reaccionara, buscamos mil formas de explicarle que no todo era ser profesional, que el tipo no era más que él, en fin todas esas pavadas que se dicen para darle animo a un amigo bajoneado, que no se creía nadie y menos él.
Entre todos hicimos un estudio de la situación y llegamos a la conclusión (ninguno de nosotros sabíamos porque habíamos concluido eso), que si el Flaco hablaba con la chica se aclararía todo y que luego si veía un poquito de interés, tendría que dilucidarlo con el contador, frente a frente.    Eso que a nosotros nos pareció brillante, al Flaco lo asustó un poco, era muy reflexivo, le daba muchas vueltas a las cosas, porque “estaba quemado”, según decía, de que todo le saliera mal.   Nosotros seguíamos insistiendo que eso no era así, sino que se fijara en toda su vida, estaba terminando el colegio, ya sabía mucho del oficio de chapista y otras cosas más.  Pero el insistía simplemente, en que no podría compararse con un profesional y menos con ese, que además era pintón.    La verdad es que ese guacho las tenía todas, bien empilchado (usaba traje y corbata), alto, morocho bien peinado, ¿cómo haríamos para ganarle con nuestro candidato?
Pero la vida tiene cosas que sorprenden, la chica lo seguía mirando al Flaco, de vez en cuando, no todo el tiempo y eso alimentó sus ilusiones y lo mejor, es que le dio fuerza como para intentar conseguirla.    En un momento en que el extraño se levantó para ir seguramente al baño, el Flaco salió disparado para la mesa, pero antes de llegar, según nos contó (ella con expresión inquisidora y desesperada, le hacía señas con la cabeza, indicando hacia la dirección que había tomado su acompañante), ante eso el Flaco se detuvo y con la mirada le preguntó que quería que hiciera y ella le contestó de la misma forma (él nos dijo, que entendió que ella le dijo que esperara, que de alguna forma hablarían luego) “¿Y todo eso sin hablarse?” Dijimos todos al unísono y el Flaco asintió con la cabeza convencido.
Tendría que buscar la forma de hablar con ella y de ser así, lo encararía al tipo a la salida del baile.    Cuando volvió a la mesa, el tipo se acomodó en la silla y compartió el resto de la velada con la chica y otras amigas de ella, aunque sin bailar con ninguna.   La única forma de solucionar eso era utilizar el plan B, o sea “te espero a la salida”.     Pero un rato antes de que terminara la reunión, el tipo miró su reloj, se despidió de las chicas y de ella en especial con un beso en la mejilla. Se dirigió a la salida y cuando estaba en la puerta del club, bajando los escalones para salir definitivamente a la calle, vimos que el Flaco se le acercaba. Se nos anticipó, porque ninguno de nosotros vimos cuando el tipo se iba.   Nos quedamos en el pasillo, lejos de ellos, tampoco nos queríamos meter tanto en el asunto, era un tema exclusivo del Flaco.
Primero vimos el empujón que le dio el Flaco y un segundo después, las dos o tres piñas que el otro le metió, sabiendo lo que hacía.  Jensen cayó sentado al piso, por suerte zafó de los escalones, entonces el otro, dio media vuelta y se fue tranquilamente.   Cuando llegamos al lado del Flaco, lo quisimos levantar, pero debe haber sentido nauseas o algo así, porque a continuación vomitó todo lo que tenía adentro.   Un rato después, lo acomodamos un poco, pero tenía la cara muy marcada, el ojo se empezaba a poner oscuro, el labio inferior cortado y sangrando y todo sucio.   Lo que no pudimos evitar es que lo viera la chica, que ya salía con sus amigas.  Cuando lo vio así, enseguida se encamino hacia él, haciendo caso omiso de nosotros, que estábamos inmóviles, sin saber que hacer o decir.  Entonces ella se le acercó y le preguntó:
-¿Pero, qué te pasó Juan? ¡Pobrecito como quedaste!  Mientras lo miraba de arriba abajo
-Me pelee con el tipo que estaba con vos- Le contestó, estampándole las palabras en la cara
-¿Con mi primo? ¿Por qué…que te hizo? – le decía ella sorprendida
-¿tu primo?...yo pensé que…está bien déjalo así- dijo Juan, bajando la cabeza avergonzado
-¿Te peleaste por mí?- Le dijo ella, con una dulzura que al flaco le hizo olvidar los dolores de su cara y siguió: -Pobrecito, te lastimaron por mi…y eso que te hice señas, para que me esperaras, ¿No me entendiste?-
Mientras decía eso, le pasó la mano por la cara lastimada, como haciendo el “sana sana…” El flaco, subiendo al cielo, ya había pasado la primera capa de nubes, sin poder creer lo que oía.  Fue entonces que volvió a tierra y avergonzado, como pidiéndole perdón, le dijo:
-Mejor que pasó, lo que pasó, así me vas conociendo, no te engañes, yo soy esto, no mucho más-moviendo sus manos como mostrándose  y bajó la cabeza angustiado.  Mientras se reía, ella le dijo por todo comentario:
 - Tonto... ¿Quién te dijo que yo quería un boxeador?- Seguía riendo y ahora acompañada por el flaco.

Al poco tiempo, el viejo del taller se jubiló.  Él se hizo cargo y comenzó a cumplir su sueño y de a poco lo fue consiguiendo.    La chica, Emilia, siguió a su lado toda su vida, aunque las cosas no le fueron del todo bien.  Si bien tuvo un taller que era tenido en cuenta, no fue el mejor de la ciudad,  luego de casarse vivieron la tristeza de no poder tener hijos y tampoco se decidieron a adoptar.   Aunque a pesar de todo vivieron la vida juntos y aún lo hacen.

De: Rolando José Di LÑorenzo

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