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Mostrando las entradas de mayo, 2018

mi libro LA VEREDA DE LOS CUENTOS

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MI LIBRO EN UROBOROS

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EL GOLPE MÁS DURO . De mi libro EL COLOR DE LA SANGRE

— ¿Qué fue lo que pasó? No me podes decir simplemente: “no lo sé” ¡Esto es muy grave! —Sandra le decía esto a Piero tomándolo de las solapas de la chaqueta, sacudiéndolo para que se despierte. Pero él no decía nada, estaba con la cabeza gacha, aguantando los gritos histéricos de ella—. ¿No me vas a aclarar nada más? Siempre fuiste un cagón, eso lo supe desde el principio, pero que eras un traidor hijo de puta, no lo sabía. —Sandra lloraba y gritaba su bronca, le pegaba con las palabras y Piero lo seguía soportando sin soltar la lengua.   No era indolente, escuchaba todo lo que le decía ella y le dolían sus palabras. Eran duros golpes a su orgullo: Lo estaba tratando de traidor, cagón, hijo de puta… ¡quien carajo se creía que era! Pensaba con tanta rabia como la que ella le demostraba. Al final no pudo aguantar más. Le pegó una cachetada, que le dio vuelta la cara y recién entonces se dio cuenta de lo que había hecho; una barbaridad. Nunca le había pegado a nadie y ahora debut...

DE PARTE DE ANDREA . De mi libro EL COLOR DE LA SANGRE

Esa tarde Jorge, iba caminando por las calles del barrio, sin darse cuenta por donde andaba. Eso no era nuevo, siempre hacia lo mismo, caminaba para despejarse y a su vez para pensar y repensar en todo lo que le sucedía, sobre todo luego de salir de la cárcel. Al rato llegó al centro, pensó entrar al bar, para encontrarse con algunos de los muchachos, pero sin saber porque, siguió de largo; aunque miró por la vidriera, pero tan rápidamente que no distinguió a nadie conocido.   Al poco de andar, se encontró de golpe con una mujer que le llamó tanto la atención, que lo distrajo de sus pensamientos.   Una mujer hermosa, alta, de buen físico, enseguida notó que era mayor que él. Ella también se sorprendió al verlo y sintieron que estaban pensando lo mismo uno del otro.   Luego de unos segundos mirándose, a él le salió sin quererlo, la pregunta más tonta para ese momento: — ¿Andás buscando algo?   Ella lo miró a los ojos y con una sonrisa socarrona le contestó s...

EL ASOMADO . De mi libro EL MARTILLO DE JOSE-

        El bar Regina era de Nicola Gambetta, un hombre mayor que estaba allí desde hacía más de 30 años.     Nadie conocía a la gente del pueblo como él y a su vez, él era conocido por todos, aunque con el tiempo, había perdido la clientela joven, ya que otros boliches más modernos, los habían alejado de allí.      El bar era un clásico, o más que eso, una antigüedad.   Tenía un salón grande, con paredes muy altas, rematadas en un cielorraso de delgadas tablas de madera de color marrón oscuro, (quizá fueran pintadas de ese color alguna vez), pero seguro se le había sumado el humo de miles de cigarrillos, la humedad, el smog, en fin, el tiempo.   Las paredes estaban pintadas de un color, entre beige y ocre, y tenían un zócalo de madera alto,   también marrón, casi del color del cielorraso, pero brillante por el barniz que de tanto en tanto le pincelaban.   De todas estas paredes colgaban unos cuadros al óleo, ...

TACHUELITAS DESPERDIGADAS

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EL FANTASMA-Rolando José Di Lorenzo- Abelardo Cid Topete-Diego Martínez

. El fantasma recorrió tímidamente los últimos metros del largo pasillo. Cuando llegó a la puerta de la habitación de su amada, quedó inmóvil, no se atrevía a llamar, para evitar asustarla. Trataba de encontrar la forma de decirle que estaba de regreso, que esto en que se había convertido era él; ese que amó hasta el final. Decidido a enfrentar la situación volvió a acercarse pero escuchó voces, palabras sueltas dichas en voz baja, pero ardiente. Al fin abrió la puerta, obscuridad total, ya no oía las voces, sólo murmullos entrecortados, en su interior escuchaba ese ruido constante desde que había vuelto que evocaba la figura de ella. Ruido de cristales que se rompen, neumáticos que derrapan, la imagen de ella a su lado y él abandonándola. No sabía dónde estaba, seguían los murmullos en la habitación, un frío mortal se fue metiendo en sus huesos. El aroma de ella llegó en el aire helado. Imágenes, sonidos, olores, texturas…Entremezclados, desordenados, pero entendiendo ahora ...

El Maestro Rolando José Di Lorenzo & Ana Caliyuri & Eduardo Poggi

― ¿Estás seguro de que era un fantasma? —preguntó el anciano monje de larga barba blanca. —Si maestro, lo vi bien y sentí el frio que emitía —respondió el joven asustado. — ¿Era de esos que arrastran cadenas al caminar, o de los que levitan y agitan su vestimenta? —Levitaba maestro, pero además estoy seguro de que era una mujer…y hay algo más… —Decime todo lo que tengas que decir de una vez. —Impaciente el monje. — ¡Gritaba su nombre maestro… Aquiles, decía… Aquiles! —No me gustaría equivocarme, pero si dices que me llamaba, no era un fantasma: era una sirena. —Maestro, la levitación es cosa de fantasmas, no de sirenas. —Te equivocas muchacho. Crees que levitaba, en realidad divagaba por ondas celestiales en la absoluta creencia de que eran ondas marítimas. —Pero, ¿por qué habría de buscarlo, maestro? —Es una larga historia: hace más de dos mil años, hallábase mi corazón desahuciado. Ítaca, lejano; el universo reducido a un puñado de estrellas… ―Sí, Maestro, ¿y entonces?...

Doña Azucena_ Ana María Caillet Bois_ Rolando Jose Di Lorenzo

_ Doña Azucena es como un árbol viejo, la savia se le ha detenido. Sin embargo todavía se levanta y prepara la sopa que la hizo famosa en el pueblo. Corta todas las verduras en cuadraditos del mismo tamaño, como si los marcara con una regla. Al cabo de un rato comienza a sentirse el aroma inconfundible de la parva de colores, que se asoman curiosas para ver a Doña Azucena. Sus rugosas manos han trabajado tanto que al moverlas un crac crac metálico resuena en el silencio. Todavía siente la suavidad del amor entre sus dedos, cierra con fuerza las manos para que no escape Aunque sabe que si cierra sus manos para retener los recuerdos, no seguirá creando sabores y colores y dejará de ser ella.   Doña Azucena, viejo árbol con savia estática necesita las dos cosas, retener la memoria del viejo amor gozando en la intimidad,   pero más aún sufre la exigencia de servir y así pasará seguramente sus días siguientes, entre las dos posiciones, que en definitiva son lo mismo, aquel am...

Anselmo enamorado — Rolando José Di Lorenzo, Carlos Enrique Saldivar & Sergio Gaut vel Hartman

Anselmo se había enamorado, no era la primera vez, no recordaba cuántos amores había tenido en su vida. Precisamente eso era lo significativo, se había enamorado de nuevo a los ochenta años. No quería contárselo a sus hijos ni a su amigo Pedro. Amigo de la infancia y ese era su mayor problema, porque la mujer que amaba era amiga de Pedro. Se acordaba claramente que habían sido novios cuando estaban en el secundario y luego ella se había ido lejos. Anselmo comenzó a rememorar la relación de Claudia y Pedro. Desde siempre, su mejor amigo solía decirle que ella había sido el gran amor de su vida. Y ahora Anselmo había encontrado a aquella hermosa mujer, para la cual parecían no haber pasado los años: tropezaron adentro de una librería; ella intentó marcharse, pero él la retuvo tomándole la mano. Todo pasó muy rápido, conversaron sobre obras literarias, fueron a tomar el té y esa misma tarde se enamoraron. La relación fluyó con suavidad, y Anselmo supo esto no se parecía a nada que hub...

PEREZHITO . De mi libro EL COLOR DE LA SANGRE

El Sr. Pérez, empleado importante de un negocio de compra y venta de cereales, era un tipo muy eficiente. Los dueños de la empresa lo conocían desde chico y confiaban en él; además, le había demostrado su gran capacidad para las tareas encomendadas.   Últimamente había estado ocupando la oficina contable.   En su vida particular, las cosas también le eran favorables, a pesar de no contar con familia alguna: sus padres habían fallecidos y no tenía hermanos.   Hacía un tiempo y de una insólita manera, había conocido a Oko Hito. Fue una tarde, cuando salía apurado de la tintorería a la que concurría habitualmente, la llevó por delante, de tal forma que casi la tira al piso, luego de las disculpas del caso, que la chica no entendió, entró con ella nuevamente al negocio y usando como intermediario al tintorero, se pudo disculpar y al poco tiempo, comenzó a conocerla.   En unos días más, los encuentros se hicieron más frecuentes y así empezó todo.   Ella una japon...

LA ORDEN - De mi libro EL COLOR DE LA SANGRE

LA ORDEN     ­­—No tenés salida, te tocó a vos y lo tenés que hacer, no porque no tenga a otro, sino porque cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer —así duro y seco había sido el hombre al hablar. Fito había sido citado por el Jefe y así se lo había dicho: primero con la firmeza lógica y esperable del jefe y luego, ante su duda y posterior tímida negativa, se lo había ordenado. Con claridad había hablado el Jefe y aunque no lo hubiera dicho, él sabía que lo que continuaba a esa frase, de por sí dura, era que si no cumplía con su parte, lo pagaría muy caro. ¿Cómo hacer entonces para evitar cumplir la orden?   Todo lo que se le ocurría, o era inútil, o imposible. <<Largo es el brazo del Jefe —pensaba convencido—, llega a todos lados>>;   por otra parte, no quería perder su vida, a cambio de la del otro, a quien ni siquiera conocía. Las indicaciones del Jefe habían terminado con esta frase: —Andá a verlo al Gancho, él te va a dar las i...