El romance secreto de Frankenstein
El
romance secreto de Frankenstein — Ada Inés Lerner, Omar Chapi, Rolando José Di Lorenzo
Entró en el laboratorio y lo primero que
descubrieron sus ojos fue su mirada. No tenía la menor idea de cuánto tiempo
había pasado fuera, pero ahora que regresaba, ella estaba ahí esperándolo sin
una pisca de reproche, sin un reclamo, por el contrario, se sentía feliz de
volver a verlo. —Te he extrañado tanto— dijo ella con voz dulce. —He tenido
cosas que hacer —respondió él con un ligero sentimiento de culpa. Ella, se
acercó y le tapó los labios con un beso. Su aliento aún olía a formol, aunque
las demás funciones del cuerpo, parecían normales. —No importa —le susurró al
oído —ya estás aquí y no vamos a perder el tiempo con reclamos. Era una mujer
casi perfecta. Perfeccionada por él en su laboratorio secreto de la vieja
casona, sabía complacerlo sin reproche; sin embargo, su obra maestra tenía un
defecto. Pensaba demasiado, razonaba con total facilidad y rapidez, como si en
realidad fuera humana. Muchas veces, él pensaba “¿Habré hecho el trabajo
perfecto..., esta criatura es en realidad humana?” Le daba vergüenza pensarlo,
porque él sabía que no era Dios, ni intentaba serlo, solo creía en la ciencia y
soñaba con solucionar los problemas de salud de las personas perfeccionando los
procedimientos de trasplante de órganos. Lo interrumpió su voz poderosa y dulce.
—Frankenstein, no te alejes de nuevo y cuando estás conmigo no te evadas con
tus pensamientos —dijo—. Amor, soy toda tuya, nada ni nadie, será más tuya que
yo. El genio pleno de dudas y temores, comenzó a retroceder despacio, no sabía
qué hacer, amaba a su mujer perfecta, su mayor éxito, pero algo le decía que no
estaba bien; por ejemplo, que ella también lo amara, debía crear cuerpos para
sanar a otros y no para el amor. Ella lo
agobiaba con mimos y sexo perentorio. Él tenía que trabajar, ser un científico
pleno y andar jugando a ser un Ser Superior. ¿Cómo resolver el enigma? De pronto de un centro de salud experimental,
lo llamó un colega.
—Buen día, colega –le dijo—, ¿seguís
trabajando en tus teorías?
—Buen
día, amigo— respondió—; sí, claro que sí, cuando quieras vení por el
laboratorio.
—Sí claro, pero hoy te llamo porque tengo un
problema perentorio y, —agregó el cirujano—, tengo una paciente joven, que a
raíz de un accidente perdió los miembros inferiores y el corazón está delicado,
¿qué me aconsejás?
— ¡Ahh! —Contestó
Frankenstein, mientras miraba a su creación casi perfecta—, en dos horas
envíame un transporte con las cajas refrigeradas. — ¡En dos horas estará allí!
No sabés cuánto te agradezco. —Contestó el cirujano. Cuando el científico se dio
vuelta su casi mujer perfecta estaba pegada a él con un bisturí hiriéndole a la
aorta.
—Solo mío, mi amor —murmuró, ella mientras la
sangre manchaba el delantal impecable de su creador.
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