UN TAXI DE IDA Y VUELTA -Rolando José Di Lorenzo- Relato que integra la Antología:EL ABRAZO DEL AMOR
Todo comenzó aquel día, en que ella bajó de un
taxi, quizá el mismo que ahora se la llevaría de allí y se dirigió al pequeño bar, por
casualidad. El mismo bar, que se
convertiría más tarde, en el lugar de ellos, el lugar de la reunión amable, de
las charlas sobre cine, de las discusiones sobre historias y cuentos. Un lugar donde lo menos importante era lo
que iban a tomar o a comer, donde lo importante eran ellos, Marina y Franco,
ellos, que habían descubierto el amor y que lo llevarían adelante, contra
viento y marea, según se habían prometido.
Marina, no era una heroína típica de las
novelas de amor, era bajita y delgada, quizá demasiado pequeña, una carita
similar a otras tantas, de las que se ven en cualquier vereda, de cualquier
lugar. Pero su voz llamaba la
atención, melodiosa, baja y suave, como el fondo de sus ojos, como su mirada,
que dejaba a su alma desnuda y vulnerable.
Él, veía todo esto en ella, pero también le gustaba su forma de ser,
discutidora, inteligente, obstinada y divertida.
Franco, en cambio, era un flaco desgarbado,
con el cabello largo, negro, casi sin peinar, un tipo informal por donde se lo
mirara, melancólico, callado. Cuando hablaba lo hacía en voz baja, como temiendo
molestar a alguien y miraba a su alrededor antes de sentarse en un lugar, como
si buscara un enemigo entre la gente, quizá por su timidez.
Cuando aquel día se vieron, se gustaron y
ambos se lanzaron a una relación descontrolada, que luego iría creciendo
rápidamente. En ese momento, se dieron
cuenta de todo lo que pasaba: Se estaban enamorando y así fue, día a día y lo
tomaban como algo inevitable. Los dos
creían fuertemente en el destino y creyeron que estaban signados, que habían
nacido el uno para el otro.
Las diferencias, que fueron encontrando
entre ellos y que en muchas ocasiones, los llevaban largas discusiones, las
tomaron como cosas posibles de corregir, todos lo dejaban para más adelante,
con la seguridad absoluta de que el futuro, sería el sanador de todos sus males
y desencuentros. Se amaban y eso era
todo para ellos.
Pero no fue así, porque los caminos que les
eligió la vida, fueron muy diferentes, de los que cada uno de ellos esperaba o
necesitaba. “La vida, maneja los hilos
muy por encima de la gente y talla en ella, el verdadero destino, ése que nadie
puede imaginar y que siempre es misterioso” pensaría más tarde y con angustia Marina.
Aquel taxi,
aquel encuentro casual en el bar, aquella mañana de verano, no garantizó
que estuvieran hechos el uno para el otro.
Solo ellos, así lo creyeron y se jugaron a que todo saldría bien, pero
el tiempo les demostró que estaban equivocados.
Un día, agotados por
la lucha, decidieron dejar las
cosas como estaban, interrumpir el duro camino para no dañarse más; habían pasado buenos momentos juntos y no era
justo, que cuando esos momentos se transformaran en recuerdos, quedaran como imágenes
dolorosas.
Tomados de la mano, como era su costumbre, se
levantaron de la mesa del pequeño bar. Ésa
mesa, que era la de ellos, la que estaba junto a la vidriera pequeña, casi al
fondo del salón, sobre la que desde ahora quedarían para siempre olvidadas,
promesas, deseos y besos. Caminaron
lentamente hacia la puerta y luego de cerrarla a sus espaldas, se dieron un
beso, se soltaron las manos y ella comenzó a caminar hacia el cordón de la
vereda, para tomar un taxi, el primero que pasara, que la llevara lejos y
pronto, quizá para no arrepentirse.
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