VISITA MEDICA - Cuento que integra el libro " EL MARTILLO DE JOSÉ "
VISITA MÉDICA
- Teodoro – Gritó la mujer enojada – Ya me
tenes cansada, termina de una buena vez con esas patrañas
La diminuta anciana, parada con los brazos en
jarra, al lado de la cama matrimonial, donde estaba tendido inmóvil su esposo,
Teodoro, siguió hablándole:
- Teodoro, me estás obligando a que llame al
Dr. Pardo, ¿me entendes? Esto ya no es un juego - gritaba la mujer cerca de la oreja del hombre
que no daba señales de vida y siguió con sus amenazas:
- Está bien, vos lo quisiste, no se que le
dirás al Doctor cuando venga.
Cuando sonó el teléfono en el consultorio, el
Dr. Berger, tomó la llamada, que estaba reemplazando por unos días al Dr. Pardo,
viejo médico de la ciudad, que se había tomado sus vacaciones, luego de varios
años de suspenderlas, por su obligación con sus pacientes. Una mujer, de edad avanzada, le pareció al
joven médico, necesitaba que fuera a su casa por su marido, lo más rápido
posible.
Ya era
tarde, el sol había caído, estaba oscureciendo y hacia mucho frío, igualmente
condujo su auto hacia el domicilio indicado, lo antes que pudo. Ya había
terminado con la consulta diaria y antes de irse hacia su departamento iría a
visitar a esta gente, que por lo que había visto en el fichero, eran de los
primeros pacientes del Dr. Pardo.
El barrio, estaba apartado del centro de la
ciudad, a medida que se aceraba a la casa del paciente, el panorama le fue
pareciendo mas oscuro y triste. Los
altos árboles tapaban la poca luz de los amarillentos faroles, ocultando así
los viejos y resquebrajados frentes de las antiguas construcciones.
Cuando llegó a la dirección indicada. Se encontró con una casa similar a las
otras del barrio, muy alta, con el revoque gastado y gris, la puerta a la que tenía
que llamar, era altísima y con un llamador de bronce. Todo estaba oscuro y apenas divisó el botón
del timbre. Trató de escuchar
atentamente si sonaba y le pareció escucharlo muy lejano.
Al cabo de unos segundos, una anciana abrió
la puerta y se quedó asombrada al verlo; al tiempo que le preguntaba quien era
y que hacia en lugar de su médico de cabecera. Luego de las explicaciones de rigor, la
mujer de mala gana lo introdujo en la casa para que cumpliera con su trabajo.
Todo era lúgubre allí, el olor a humedad era
intenso. Las ventanas cerradas y las bombillas
de la araña apenas iluminaban el recibidor, o living, no lo podía definir bien
con una sola mirada el joven, porque estaba todo muy oscuro. La anciana le indico que la siguiera. Tomaron por un pasillo cuya sola iluminación
era un reflejo que venía de otra habitación, o también podría ser la cocina. Como los pisos eran de madera, resonaban
los pasos en todo el ambiente y producían ecos, por lo que Berger imagino, que habría
pocos muebles. Lo que producía también
el piso de listones de madera, era un movimiento continuo, al flexionarse estos
con el peso de cada pisada.
- Pasé por acá doctor, tenga cuidado con el
borde de la mesa y con la lámpara de cristal, que si esa se rompe, no la podría
reponer nunca más-
El joven
pensó inmediatamente, en las expectativas de vida que creía que tenía esta
diminuta mujer. Al final del pasillo
se veía la puerta de la habitación, pero de inmediato se detuvo y le dijo:
- Antes de que lo vea doctor, le diré que el
Teodoro, desde siempre se hizo el sordo, para pasarla bien. Así le decía yo siempre, con el tiempo,
comenzó a haraganear de lo lindo. Al
final no se quería bajar de la cama, yo lo tenía que sacar a empujones y
últimamente con mi hermano, lo tomábamos de cada brazo y lo hacíamos caminar
hasta el baño- La mujer no paraba de hablar, cada vez con más firmeza y enojo,
tomo aire y continúo:
- Y hace poco, comenzó a dejar de hablar, ni siquiera
contesta y todo término esta mañana, que
cuando me desperté, ni siquiera me dio los buenos días ¡Que le parece! - esto lo dijo mirando fijamente a los ojos del
medico, que no se atrevía a detenerla, luego siguió:
- Bien, ya le conté todo, ahora puede entrar
a verlo, sígame –
Lo
introdujo en la habitación, ese ambiente era igual o peor que los demás y
señalando hacia el centro de la misma, le dijo con un tono despectivo:
- Ahí lo tiene al Teodoro, doctor, haciéndose
el dormido, como le dije-
El médico, se acercó a la cama y no veía
nada más que un largo bulto inmóvil, entonces le dijo a la señora que le
encendiera la luz, a lo que esta respondió:
- A la araña se le quemo el último foquito la
semana pasada, lo único que tenemos aquí es el velador y esta encendido, ¿no lo
nota? – dijo algo molesta
El citado velador, tenía una pantalla de raso
de color rosa con largas borlas del mismo material y solo dirigía la amarillenta
luz hacia su propia base de bronce labrado y parte del mármol de color marrón
de la mesita de luz.
El joven, sin decir más, sacó la pantalla,
que por suerte era de esas que se sostienen con una manita de alambre sobre el
foco, tomó el velador en sus manos e iluminó a la persona que estaba acostada.
La impresión fue mayor de la que esperaba. El hombre de color verdoso, tenía lo ojos
cerrados y la boca entreabierta, totalmente inmóvil, tanto era así, que lo
primero que atino a hacer, fue acercar su oreja a la seca y resquebrajada boca,
para ver si escuchaba la respiración;
si, aún respiraba.
La mujer estaba por recomenzar con su
historia, cuando el joven casi le gritó asombrado y molesto y con firmeza en su
voz le dijo:
- Señora, por favor escúcheme –
La mujer se
quedo sorprendida con la actitud del joven y se dispuso a escuchar
- Señora, este hombre está muy mal, yo creo
que está en coma – antes de que el joven pudiera seguir la mujer se le
anticipó:
- Doctor, no me venga a decir a mí como está
Teodoro, hace 55 años que vivo a su lado, por supuesto que estamos casados y yo
le conozco a ese todas la mañas – dijo con tono áspero y agresivo
- Señora, esto no es una maña, es mas, tengo que pedir el traslado al hospital ahora
mismo, esto es grave
En ese momento, comenzó a bramar un motor,
que parecía estar debajo de la cama del pobre hombre. Asustado el médico dio un salto en su
silla, mientras miraba con los ojos agrandados a la anciana
- No se asuste doctor, ¡Por favor! ese es mi
hermano que viene todas las tardes para poner en marcha el auto. Vio como son los hombres, que cuidan más a
los autos que a las personas – Aclaro la situación la anciana, con una expresión
de sabihonda en su cara
El auto seguramente estaba en el garaje y éste
ubicado a espaldas de la cama de
Teodoro, que ni con ese escándalo movió un párpado. Juntamente
con los bramidos furiosos, que emitía el viejo motor; estimulado por las
frenéticas pisadas sobre el pedal del acelerador, que realizaba el hermano de
la anciana. Tintineaban los caireles de las arañas y lámparas de pie,
que abundaban en la casa. Además del tremendo ruido, se podía
sentir el olor acido producido por el escape y también de la nafta sin quemar.
- Doctor, ¿lo va a seguir revisando, o ya
terminó con su visita? – dijo con tono insolente, volviendo a poner los brazos
en jarra.
- Señora insisto, no necesito ver nada mas,
este hombre debe ser internado ya – insistió el medico
- Mire, si hubiera estado el Dr. Pardo,
seguramente me estaría dando la razón, el también lo conoce bien al Teodoro.
- Esta bien señora, yo haré la llamada de
todos modos
- No, no insista. Está bien, con mi hermano lo llevaremos a
la clínica en el auto, dentro de un rato y si ya terminó… – Decía esto al
tiempo que le indicaba al joven la salida de la habitación
El medico, camino lentamente detrás de la mujer. Aun se escuchaban los rugidos del viejo
motor, que respondía como podía, a las aceleradas del hermano de la mujer. Haciendo temblar los caireles de las
arañas que al no dar luz, inútiles colgaban de los techos, haciendo una extraña
música.
El joven fue acompañado hasta la puerta de
calle y antes de salir de dice la mujer:
- Dígame lo que le debo doctor – mirándolo
con los ojos entrecerrados, como maliciando un abultado precio por la visita
- Mejor señora, lo dejamos para cuando vuelva
el Dr. Pardo
- Me parece bien joven – y mirándolo
seriamente a los ojos, continúo:
- Le diré que tiene una mirada inteligente,
va ser un buen doctor, pero tiene que ser menos testarudo.
Tras decir esto, cerró la puerta de un golpe. Dejando al joven mirando la mirilla de bronce
que adornaba la puerta de roble tallada.
El médico se sentó en el paredón de la reja
del frente, y con su celular llamó a emergencias del hospital:
- ¿Silva? El Dr. Berger habla, mirá tengo una
emergencia en Aldana 325 – dijo confirmando la numeración con la mirada- tengo
un paciente en coma, vengan pronto, yo los espero afuera – “Por otra parte, no tengo otra opción” pensó.
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