ERA HORA DE IRSE

Era hora de irse. . Rolando José Di Lorenzo


   Un hombre muy desagradable, narraba junto al fuego, ante un grupo de personas que lo admiraban, una de sus historias.  Y ante ellos y como sin quererlo, compuso una obra maestra. Ella, que allí solo era una figura decorativa. Se sentía ofendida, agredida. Esa historia que lo llevaría de nuevo a la gloria a ese tipo insufrible, le pertenecía.  No hacía mucho tiempo, cuando eran buenos amigos; o mucho más que eso, se la había relatado. Tratando de que el artista le ayudara con el texto. Pero esa noche lo estaba contando palabra por palabra, sin haberlo corregido en nada. Era un texto perfecto y se lo estaba adjudicando.
   Luego de que todos se fueran rememorando las palabras con que el artista los había regocijado.  En un acto casi desesperado, ella, que se había quedado escondida detrás un pesado cortinado, se le acercó por detrás y con un golpe furioso en la nuca del hombre, con el pesado cenicero de bronce, dio por concluido el asunto. Sin inmutarse, vio como este caía, primero de rodillas y luego de bruces, haciendo un seco ruido sobre la alfombra, que comenzaba a teñirse de rojo.
   A la mañana siguiente, sin que nadie la viera, se fue de la mansión. Había trabajado toda lo noche, con las herramientas que encontró en la casa, deshaciéndose  de las partes del cadáver. Una a una las fue enterrando, en distintos lugares del parque, del galpón, de los corrales. Y siguió así hasta terminar con todo. Estaba tranquila, el muerto había desaparecido

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