Desde la ventana — Rolando José Di Lorenzo, Luciano Doti & Ada Inés Lerner
Levantó unos
centímetros la persiana y miró con insistencia, los ojos llenos de miedo del
niño recorrían todo el patio, buscando el motivo del ruido acompasado que
escuchaba. No estaba seguro porque ese ruido precisamente lo había despertado
de un profundo sueño. Los pasos de un hombre muy grande, que pisaba fuerte, lo
habían alarmado. No veía nada, era plena noche y estaba totalmente oscuro,
apenas los brillos en el piso mojado le permitían vislumbrar el panorama.
De pronto una sombra
se cruzó ante sus ojos, asustado dejó caer la persiana, el ruido fue
inevitable. La sombra se detuvo y volvió sobre sus pasos, se fue agachando
lentamente hasta que sus ojos quedaron a la altura del borde de la ventana.
Ahora, estaban los dos
frente a frente: el niño dentro, la sombra afuera. Se miraban por una rendija
de esa abertura que conectaba dos mundos. ¿Cuál de los dos era real? Los dos
podían serlo. Todo lo que está existe, y la sombra estaba ahí.
No era esa la primera
vez que el niño se topaba con algo sobrenatural. Un tiempo atrás, el monstruo
del armario lo había aterrorizado. Habían sido necesarias varias sesiones de
terapia para convencerlo de que no existía tal monstruo del armario, la sombra
que lo acosaba desde la rendija que formaba la puerta entornada de ese mueble.
Otras veces salía de allí y se situaba en una silla, entonces el niño tapado
hasta la cabeza sacaba una mano para encender la luz, y el monstruo pasaba a
ser un montón de ropa sobre la silla.
Esta sombra era igual,
o quizás no igual: podía tratarse de la misma.
No, la misma no. La
otra no tenía ojos que brillaran en la oscuridad, ni pisaba fuerte. Además,
ésta caminaba por el jardín y en ese momento, al escuchar el ruido de la
cortina había vuelto, era alguien que tenía vida, veía y oía bien.
<<O bien no sabe
hablar o no quiere que lo reconozca por la voz —pensó el niño— tiene ojos
verdes y cabeza redonda; yo podría bajar la cortina del todo, pero si es un
fantasma o un alien, no lo voy a detener así. Mejor me quedo en silencio a ver
que hace>>.
El ignoto no se movió,
no se retiró del lugar en que se había apostado, y el niño no quería gritar
llamando a sus padres, ni alertar al extraño, ni abandonar su vigilia en la
ventana. Pasaba el tiempo y el asunto no se resolvía.
Su mamá en un momento
se despertó y conociendo la patología de su hijito lo fue a ver a su
habitación.
—Mamá, mira —dijo el
niño.
—No te preocupes,
ángel mío —le dio un beso, bajó del todo la cortina—. Ven a tu cama, no hay
nadie allí afuera, mañana con la luz del día te llevaré para que veas.
—¿Se irá, mamita?
—preguntó el niño.
—La luz todo lo
aclara, ahora duérmete —la mamá lo arropó y salió rápido a avisar a su esposo.
Éste salió con una linterna y una escopeta, mas solo vio huellas frescas
alrededor de la casa y supuso que algún perro de los vecinos habría andado por
ahí.
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