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Mostrando las entradas de 2020

Gente en la playa—Rolando José Di Lorenzo, Vladimir Koultyguine& Ana María Caillet Bois

  El sol salió en un cielo limpio, ni una nube impedía que sus rayo cayeran libremente y aumentara la temperatura del piso y el ambiente. El verano estaba a pleno, mucha gente invadía la playa; su playa, por eso estaba molesto.   No podía caminar libremente, la gente ponía las sombrillas y carpas en cualquier lugar, las lonas, los bolsos, las pelotas y de paso los perros, que corrían entre la gente que no sabía cómo acomodarse.   Los chicos gritaban como locos saltando entre   las olas. Era un verdadero loquero, todo esto lo desencajaba a Adolfo que no sabía cómo sentarse en el pequeño pedacito de arena que había encontrado libre. Estuvo sentado unos cuantos minutos, pero no aguantó más, se levantó y comenzó a caminar dando gritos intimidantes, moviendo los brazos y dando saltos. Y hubo todo de nuevo: madres recogiendo sus hijos e hijas diciendo que “es un loco, es un idiota, te va a hacer daño”, guardias mirándolo de reojo y algún que otro diciéndole que dónde est...

Desde la ventana — Rolando José Di Lorenzo, Luciano Doti & Ada Inés Lerner

  Levantó unos centímetros la persiana y miró con insistencia, los ojos llenos de miedo del niño recorrían todo el patio, buscando el motivo del ruido acompasado que escuchaba. No estaba seguro porque ese ruido precisamente lo había despertado de un profundo sueño. Los pasos de un hombre muy grande, que pisaba fuerte, lo habían alarmado. No veía nada, era plena noche y estaba totalmente oscuro, apenas los brillos en el piso mojado le permitían vislumbrar el panorama. De pronto una sombra se cruzó ante sus ojos, asustado dejó caer la persiana, el ruido fue inevitable. La sombra se detuvo y volvió sobre sus pasos, se fue agachando lentamente hasta que sus ojos quedaron a la altura del borde de la ventana. Ahora, estaban los dos frente a frente: el niño dentro, la sombra afuera. Se miraban por una rendija de esa abertura que conectaba dos mundos. ¿Cuál de los dos era real? Los dos podían serlo. Todo lo que está existe, y la sombra estaba ahí. No era esa la primera vez que el niñ...

— Fatalmente solo – Rolando José Di Lorenzo, Ada Inés Lerner & Carlos Enrique Saldívar

  Ni siquiera su perro quiso salir detrás de él; estaba solo, fatalmente solo. No lo había pensado así, el futuro imaginado muchos años atrás no era este, sin duda Dante era un fracasado, un perdedor de película. Caminando, esa noche recordaba las mañanas luminosas de su infancia, los sonidos de los juegos, los olores de la cocina de su madre. Evocaciones que en esos momentos no le servían ya de nada. Siguió andando pero sin pensar hacia dónde iba, hasta que una ventana de café de la antigua esquina de Rivadavia y Rincón lo detuvo. Entró y ocupó una mesa cerca de la “barra” donde paraban Gardel y Razzano.   Estaba en Balvanera, el tango lo envolvió en su magia junto al misticismo de las ideas puestas en palabras por los socialistas Alfredo Palacios, Juan B. Justo y muchos otros.   Cuando Benjamín Solari Parravicini empezó a dilapidar sus ajustadas predicciones, nuestro hombre solitario, Dante, salió raudo del café. No podía creer que lo hubieran mencionado de esa manera...

EL TRAPECISTA—Rolando José Di Lorenzo, Ada Inés Lerner, Carlos Enrique Salvador

  El trapecista, todos los días se arriesgaba más y más. Quería alcanzar marcas que nadie hubiese conseguido, pero con esto no solo él se ponía en peligro, sino a su partenaire, su adorada Micaela, bella joven que también era su amante. Ella antes de cada entrenamiento o de cada función, le pedía, le implorara que se dejara de competir—“ya sos el mejor Lucas, has superado a todos los conocidos, pensá en vos…pensá en nosotros”—Pero parecía inútil. El teatro estaba desbordado de público expectante y algo morboso que disfrutaba por anticipado. El cartel anunciaba que esa noche los trapecistas trabajarían sin red de seguridad. Toda la publicidad posible se había irradiado por la ciudad en grandes carteles blanco y negro, negro como llamando a la desgracia. Lucas llegó a la cima y balanceó su hamaca, miró a su compañera que a su vez repetía la entrada con todo el brillo de las lentejuelas y la armonía de su figura.   Se lanzaron casi al mismo tiempo, dejando boquiabiertos a los...
  OTRA ESQUINA   Siempre hay una esquina, Donde ella estuvo o está. La esquina de su casa La de la tuya, u otra igual.   Siempre hay una esquina, Donde escribiste el relato, Corta idea de aquel amor. O aquella otra, donde la besaste   Siempre una esquina oscura Donde temeroso callaste. Aquella triste del dolor O la fría, la de la lágrima.   Siempre hay una esquina Donde se talló su imagen A fuego en tu cuerpo. Donde se miró en el espejo.   Siempre hay una esquina   Donde no lo imaginás Donde deba, o quiera estar Y quizá   solo porque sí.     Rolando José Di Lorenzo    
  El sur tiene esas cosas     El sur tiene esas cosas su viento frío y fuerte sacude el laurel y el jazmín retuerce el almendro empuja, mueve y arranca.   El sur tiene esas cosas Agita el mar y sus olas cubren la arena oscurecida lanzando al aire la espuma que borda en blanco el espejo.   El sur tiene esas cosas Pero cuando calma.   ¡El azul! transparente y distante. El infinito allí al alcance Hacen el otro mundo,   el del silencio   El sur tiene esas cosas Todo es azul, frio, lejos Es el lugar elegido Donde debe estar el fin ¡Allá en el sur!     Rolando José Di Lorenzo    
                                                                  La noche mas oscura Como en la noche más oscura Siendo día de pleno sol Mis sentidos pierden el norte Vagan al garete por el infinito   Como en la niebla más cerrada Aun cegado por la resolana No percibo formas ni colores Mis ojos están ciegos   Como sepultado en el negro fondo Estando en la cima del monte Mis oídos nada escuchan El silencio invade mi mundo   Muere el distante futuro Cierra sus puertas la esperanza Si no estás conmigo Cae el telón sobre la vida      

LEYENDO EN EL HOTEL - Cuento qUe integra el libro EL MARTILLO DE JOSÉ

LEYENDO EN EL HOTEL           Quizá lo más interesante del hotel, para Griselda, era la tranquilidad, había poca gente, el otoño estaba llegando a su fin y los jardines resplandecían de colores ocres amarillos y rojos.       En esos momentos ella necesitaba paz y silencio, para volver a conectarse con si misma.     Eran momentos difíciles, tenía que detener el torbellino que había invadido su cabeza.       Esos días en ese tranquilo hotel, le traerían el remanso buscado.    Armando, antes de viajar, había recibido de mano de amigo Diego, el libro que le había comprado, “nada mejor que la buena lectura, para poner en orden tu cabeza” le había dicho.   Era un libro grande, pero seguramente en la semana que estaría en el hotel, acabaría de leerlo.   Él era un buen lector.    El “Costa de Oro Hotel” era un edificio de pocos pisos, de construcción a...

LOS GEMELOS . Cuento que integra el libro EL MARTILLO DE JOSÉ

LOS GEMELOS Los Bolloni, que eran gemelos idénticos, Gerardo y Ángel, llegaron al pueblo de muy jovencitos, a los 15 o 16 años, (no tengo muchas referencias de ese tiempo). Vinieron de la mano de un viejo, que era su tío, un hombre de unos 70 años, o más, que estaba muy bien, fuerte y sano, como lo demostró luego trabajando como carpintero en diversas carpinterías del lugar y por último, en su propio taller. Don Saturno, que ese era el nombre del viejo, no llevaba el apellido Bolloni, sino que era Rodrigoza, posiblemente sería pariente de los gemelos por la rama materna. Los chicos no estudiaron en el secundario del pueblo, sino que se pusieron a trabajar inmediatamente. Nadie tenía datos confiables de esa familia y a la gente de aquella época les preocupó tener nuevos vecinos, a los cuales no se los podía conocer en profundidad. Pero igualmente habían sido bien recibidos los tres. El viejo Saturno alquiló una pequeña casa en las afueras del pueblo. Era una edificación humi...

LA CORTADORA DE CÉSPED - Cuento que integra el libro EL MARTILLO DE JOSÉ

LA CORTADORA DE CÉSPED           Esa mañana, el gordo, la comenzó pensando en un montón de cosas, mientras empujaba la cortadora de césped, en su jardín, que era bastante extenso.     Estos pensamientos, lo habían llevado a elaborar, con el tiempo, firmes teorías que   trataba de explicar cuando se encontraba con sus amigos y también, aunque pocas veces, con su familia.   Una de ellas, seguro la principal: Que la mujer no puede dejar de ser madre (¿o no quiere?) cuando los chicos crecen y se van de la casa, comienza el calvario del marido. Y se da en el momento justo, justo ese tiempo, coincide con el comienzo de la declinación del marido, del jefe de familia, del hombre de la casa.      Entonces, ella vuelca toda esta capacidad de protección, que a pesar del tiempo no ha perdido, ni nunca perderá, en ayudar al pobre tipo.     El gordo, Iba y venía, con la cortadora, al ritmo de sus pe...