UNA NOCHE CALUROSA
UNA NOCHE CALUROSA
Era de noche y él caminaba lentamente, recorriendo las
calles oscuras, ensombrecidas por las copas de los árboles. La temperatura era
alta para esa hora, era un buen verano.
Ella había salido de su casa temprano, para encontrarse con sus amigas
en el bar y de allí a la salida habitual de los viernes, cine y luego comer algo.
Caminaba apurada, nerviosa, no le gustaba andar de noche sola, pero no había
conseguido taxi y tenía que andar más de 5 cuadras hasta llegar a la avenida
principal. Para colmo con la vereda
destrozada, solo podía mirar hacia abajo, para no caerse. Cuando llegó a la
primera esquina, se encontró de golpe con él.
Se sobresaltó y hasta sintió miedo, en realidad a los dos les pasó lo
mismo. A él, el encuentro repentino lo sacó de sus pensamientos y atinó a tirar
el cuerpo hacia atrás, gracias a eso no la llevó por delante. Ambos alarmados,
se miraron unos instantes y comenzaron a aflojar la tensión, aunque la
adrenalina corría por su sangre. Fabián,
fue el primero en reaccionar y con una sonrisa la saludó amablemente, Lara le
correspondió y rodeándolo, siguió su camino. Él, se dio vuelta y extendió su
mano para detenerla, pero se contuvo, aunque le pidió disculpas por el susto,
ella se detuvo unos segundos, lo miró intensamente y con una sonrisa siguió su
camino. Caminaba al mismo ritmo de
antes, Fabián la alcanzó en unos momentos, se le puso al lado y le preguntó si
podían seguir juntos unas cuadras, no tenía apuro y podría retomar su camino
más tarde. Lara, no le respondió al
instante, pero tampoco le dijo que no.
Anduvieron las cuadras que faltaban para llegar a la avenida, hablando
muy poco, pero lo suficiente como para conocer sus nombres y coincidir en que
el calor de esa noche no era habitual y que existía la posibilidad de que
lloviera. Ambos se miraban de reojo y
quedaron conformen con lo que vieron, aun en las sombras. Lara era una chica de
baja estatura y gordita, con el cabello largo y muy bien vestida. En cambio
Fabián era un flaco de estatura mediana, con el cabello largo y una barba
escasa, que no dejaba de sonreír. Era gente común, como otros miles que vivían
por allí, quizá eso los conformó y los hizo sentirse bien.
Mirando las luces y el tránsito de la avenida, Fabián,
le preguntó si era inevitable y necesario que se separaran, o podían seguir
hasta el bar juntos y tomar algo. Ella pensaba rápidamente en la situación.
Cuando le dijo que si, se acordó que la esperaban las chicas, entonces, sacó de
su cartera el teléfono y llamando a una de ellas, le dijo que no la esperaran,
que tenía algo que hacer y que si podía llegaría para cenar juntas. Guardó el
teléfono y lo miró como diciéndole que todo estaba bien. Fabián estaba contento, caminaron hasta el
bar que él conocía bien, entraron y se sentaron en una mesa contra la vidriera,
le pareció feo llevarla hasta la mesa que ocupaba siempre, que estaba al
fondo. Se miraron para conocerse
físicamente, la impresión de ambos no cambio a la luz, eran igual que en la
oscuridad. No fue solo un café, la charla los hizo seguir con una gaseosa y
luego una cerveza. Ambos se sentían
bien, se contaron muchas cosas, donde vivían, donde trabajaban, quienes eran
sus amigos y como eran estos. Mientras lo hacían se iban sorprendiendo de lo
que se contaban, no era habitual que lo hicieran, no era habitual, como el
calor de esa noche.
Más tarde sintieron hambre y acordaron continuar la
charla en un restaurante cercano, no tenían ganas de separarse, esa noche era
distinta para los dos, ni se imaginaban que la iban a pasar tan bien. Cuando ambos
salieron, lo hicieron para vivir una noche como otras tantas. Pidieron la
comida y allí se pasaron las siguientes dos horas, ya eran las 11 de la noche,
luego de mirar el reloj, Lara volvió a tomar el teléfono y llamó a la misma
amiga, para decirle que todo estaba bien, pero que no se encontrarían tampoco
para cenar. Fabián la miraba asombrado,
realmente era una chica diferente, no la detenían los compromisos previos ni
las costumbres, hacia lo que le parecía que estaba bien, en el momento que sucedía. Además su sonrisa era cautivadora, igual que
sus movimientos graciosos. No dejaba de mirarla como agradecido y feliz de
haberla encontrado. Ella parecía sentir
lo mismo, pero trataba de demostrarlo menos que él. Siguieron con su conversación y ambos se confiaron
que estaban solos, que no tenían compromiso alguno. Fabián le tomó las manos y ella contenta las
dejó entre las suyas. Al rato se dieron
cuenta que llevaban allí adentro más de
cuatro horas, era ya la una de la madrugada. Decidieron seguir un rato más y
volvieron al bar, se tomaron unas copas y sin darse cuenta, el reloj marcaba
las dos y media. El mozo ya levantaba
las sillas y las colocaba cobre las mesas, cuando lo llamaron, le pagaron y
salieron, no tenían ganas de separarse y
la noche seguía calurosa.
El departamento que ocupaba Fabián, era muy chiquito,
tenía un estar con la cocinita en una esquina y el baño en la otra y una
habitación con una gran ventana al exterior. Tenía pocos muebles, una pequeña
mesa con tres sillas y un silloncito frente al televisor. En el dormitorio,
solo estaba la cama y una mesita de luz, sobre la cual se lucía un viejo
velador, que había sido de su abuela, con base de bronce y pantalla de tela. Al
lado de la cama, en el piso, un pequeño equipo de música, con una pila de CDs
encima. Lo peor era la iluminación, en
el centro del estar pendía una lámpara con un potente foco de luz blanca y otro
en el dormitorio, lo había recibido así y no le había hecho cambio alguno. Se sentía avergonzado de su lugar, pero ese
era en ese momento lo mejor que tenían. Apartado, reservado, en un barrio
silencioso y tranquilo. Le dio mil
explicaciones a Lara, disculpándose por lo poco que podía ofrecerle y por la
falta de calidez y romanticismo del
ambiente. Ella lo miró dulcemente y con
una sonrisa tierna, le dijo:
-Solo estoy aquí por vos, no te disculpes más, todo
está bien- Lo dijo con una voz profunda, al tiempo que le acariciaba la cara,
deteniendo su dedo índice en los labios de Fabián, como indicándole
silencio. Él la tomo por la cintura y la
atrajo con total suavidad, se miraron unos instantes y se besaron
dulcemente. Entonces advirtieron ambos
la fuerte luz blanca, se separó de ella, la apagó y solo quedó la tenue luz que
entraba por la persiana del dormitorio. Ambos caminaron hacia allá. Lara con
total serenidad, comenzó a quitarse la ropa antes que él, llevaba solo una
blusa blanca y los jean azules. En ropa
interior quedaba hermosa, Fabián la miraba absorto y emocionado, mientras que
comenzó a quitarse la camisa y luego el jean. Se recostaron en la cama y allí
ella siguió con su tarea de desvestirse, lentamente llevó las manos a su
espalda, se desprendió y sacó el corpiño. Tenía los pechos pequeños pero
hermosamente formados. Se miraron
asombrados, estaban desnudándose y entre ellos, solo estaba el silencio de la
noche. La luz que entraba tímidamente
desde la calle, por la persiana, formaba rayitas sobre el cuerpo de Lara. Él se
arrimó a ella y comenzó a seguir con sus labios las líneas de luz y luego las
de sombra. El bello se erizaba a medida que la calidez de su boca pasaba sobre
ellos. Fabián actuaba con serenidad y dulzura, como temiendo que al menor de
los ruidos, se quebrara en mil pedazos la imagen de su felicidad. Lara terminó
de desnudarse, también él y se ofrecieron mutuamente, generosamente se
abrazaron y se dieron uno al otro profundamente, como si lo hubieran vivido
antes. Con una entrega total de cuerpo y
alma. Las manos de Fabián acariciaban
sus pechos y ella sonriendo halagada y estallando de femineidad, besaba sus
labios entreabiertos. Largo rato
estuvieron amándose y se sintieron felices como nunca, la luz de la calle
seguía jugando sobre ellos con sus rayitas, acompañando sus movimientos suaves
y lentos, a veces sobre él y otras sobre ella. Así lo hicieron y más de una
vez. Ninguno de los dos miró la hora y agotados y felices se durmieron, justo
cuando el zorzal comenzó su canto de amanecer.
Había sido una noche muy calurosa y presagiaba una mañana igual.
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