MONÓLOGO - Del Libro EL MARTILLO DE JOSÉ

MONOLOGO 
Rolando José Di Lorenzo ( Del libro “El martillo de José”)
     

   “Aquí estoy nuevamente Johnny, acodado en esta barra amiga, que me conoce desde hace años”.   Se dijo para sí el hombre, mirando la botella.      El viejo bar, le daba otra vez acogida, eligió el mejor lugar, al final de la larga barra, justo debajo de una luz que no funcionaba, porque allí había algo más de intimidad.
  “¿Por qué vine?  Sí, sí, me equivoque otra vez, de nuevo creí que había encontrado la felicidad, pero como me ha pasado otras veces, fue solo una ilusión”
   La mano izquierda jugaba con el vaso de whisky, que estaba casi lleno, los dos cubitos de hielo giraban lentamente, al frente tenia la botella, que contenía lo suficiente como para pasar un largo rato.   Él siguió pensando, reflexionando sobre lo ocurrido y quizá, sobre toda su vida.
“Por eso estoy aquí, ahora.   No, no me preguntes que pasó, terminó y listo.    ¿Porque se fue?  No lo sé, no me dijo nada, se fue simplemente, de un momento para otro, sin decir adonde.    Quizá para que no la buscara nunca más.   Y sabes que yo no pregunto, si tomó esa decisión sería porque lo necesitó.    Si, tenés razón todo esto es historia repetida”
   Del bolsillo interior de su saco, extrajo el atado de cigarrillos, encendió uno lentamente, con un viejo encendedor de plata con sus iniciales.   Como hacia siempre, lo retuvo en su mano unos instantes, lo miró atentamente y se le escapó una leva sonrisa, recordando algo agradable del pasado
   “No todo fue tan malo,  Johnny, yo también tuve momentos buenos, pequeños momentos, instantes en que la vida me trató bien y ahora es eso lo que recordaba, justo uno de esos momentos.     Pero esta noche estoy triste, amigo y no es por quedarme solo de nuevo, no, ya me estoy acostumbrando a la  soledad y hasta te diría que se está haciendo mi amiga.     Estoy triste porque no supe hacer las cosas bien, como te dije al principio, me equivoque en todo”
   El barman, viejo conocido, se dio cuenta que el hombre no estaba bien y ni se le acercó, le dejó frente a él la botella cuando lo vio venir y se retiró. Sentía respeto por las situaciones emocionales de sus parroquianos y más con éste, con el que había tenido largas charlas y conocía muy bien.
   “Y vos sabés de que hablo, sos el único al que se lo he confesado, Johnny, son los detalles.    Los malditos detalles y todo lo que trato de tener en orden, como las ideas, las palabras, es mi exigencia viejo amigo.      Todo tiene que estar bien hecho a mí alrededor y la gente se cansa de eso.     Es como si pretendiera que tu hermano, el colorado (etiqueta roja), tuviera las mismas virtudes tuyas, no, no es así, cada uno con sus cosas.    Lo peor es que yo lo sé, lo sé bien, pero a veces se me olvida y quiero  la perfección. Hasta creo que la necesito, a pesar de que yo, soy el más imperfecto de todos”
    Tomó la botella y se sirvió generosamente, levanto la mirada y le pidió al barman otros dos cubitos, que se los trajo rápidamente, mirándolo a los ojos, como tratando de decirle: Aquí estoy amigo, por si necesita algo.  
   El hombre se dio cuenta de ello, pero bajo su mirada y se concentro en el movimiento del hielo que comenzaba a girar nuevamente en el vaso.  
   Sacó de nuevo el atado de cigarrillos, que se estaba vaciando, tomo el ante último, lo encendió con su encendedor, con el que jugó unos segundos, luego con su mano derecha, lo guardó de nuevo en el bolsillo de su saco.      Se acomodó mejor en la banqueta.    Sopló unos resquicios de ceniza que habían caído descuidadamente sobre la barra, apoyó nuevamente los antebrazos y  mirando fijamente la botella que lo acompañaba, se sumergió nuevamente en sus reflexiones:
   “Y así es la cosa, amigo, de nuevo solo, o mejor dicho, de nuevo con vos y con esta música que me rodea, que me inunda de placer”
   Al pensar eso, levanto la cabeza y vio que el barman había cambiado la música, se escuchaba un viejo bossa nova: Insensatez y era Frankie el que lo cantaba…nada mejor.       También miró la hora y vio que ya era el otro día, las dos y media de la madrugada del lunes, quedaban pocas horas para dormir.
   “Se nos termina el tiempo Johnny, a sido una noche larga, una lástima que haya sido de penas y lamentos.    Quizá mañana venga a contarte otra cosa.   Algo mejor ¿Por qué no?    ¡Si señor! Ha sido una larga noche”
   El hombre tomó la botella de “Johnny Walker Black lavel”, le hizo una seña al barman para que se la guardara, al tiempo que le hacía una broma sobre la botella y la noche siguiente.      Ambos rieron levemente, pero en sus ojos solo se veía la tristeza. 
  Caminó lentamente hacia la salida del bar, cerró la puerta suavemente, subió las solapas del saco y metió las manos en los bolsillos del pantalón, encogiendo los hombros, notó que el vapor de su respiración dejaba huella en el aire.

   Hacia frío, la calle estaba solitaria y oscura, comenzó a caminar lentamente y su imagen se fue diluyendo hasta desaparecer.

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