NI ANTES NI DESPUÉS

NI ANTES NI DESPUÉS


Las sombras de la noche, le ocultaban la cara. Caminaba mirando al sur, de donde venía el viento. Los ojos entrecerrados, quizá por el humo del cigarrillo, o porque le dolía el brillo de los faroles. Con paso firme, pero lento, avanzaba hacia su destino. Las manos en los bolsillos. Esa era su noche, la noche del olvido, la del encuentro final. Ya había agotado todas la ideas y desechado todos los consejos. No podía perdonar, no podía olvidar, ni perdonarse. Las culpas deben pagarse, como las deudas; le había dicho hacia mucho. Por eso, esa era la noche, la del abrazo final con ella, la que lo esperaría  indolente, silenciosa, casi inerte. Al final de ese camino estaría, nadie la vería más que él. Caminaba ahora más rápido, las manos en los bolsillos, la derecha apretaba con fuerza la empuñadura, que ya no estaba fría. Cuando llegó al lugar, miró a su alrededor, como si quisiera despedirse. Pero no estaba en su lugar, era un baldío sucio y sintió asco. No era lugar para él, ni siquiera para su última noche. Agobiado se apoyó en un tronco seco y retorcido. Miró detenidamente ese degradado trozo de madera, vano recuerdo de árbol. Aflojó la presión sobre la culata del revólver.  Definitivamente no era su lugar y quizá no era el tiempo. Nunca antes ni después, Además, ni estaba allí la muerte.

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