EL CUENTO DEL ANCIANO SABIO

EL CUENTO DEL ANCIANO SABIO.

El eterno anciano sabio, vivía como un verdadero ermitaño. En la cumbre de una pequeña montaña, muy difícil de trepar, donde ocupaba una cueva natural. Nadie sabía a ciencia cierta cómo era que ese viejo estaba allí, ni desde cuándo; pero estaba, era un hecho. Cuando la gente se fue enterando de su sabiduría y sobre todo de sus consejos, muchos decidieron ir a conocerlo y pedirle ayuda.
Así fue como recibió una mañana muy temprano, antes del amanecer y casi a escondidas,  a “Don Juan” ya mayor, apremiado por su falta de interés en el sexo, al cual confortó explicándole que hay otros caminos para encontrarse con la felicidad. Fue en otro momento en que llegó ante él, “Caperucita Roja” algo crecida, que no podía dejar de confiar en los extraños, cansada de que todos los lobos siguieran haciéndole propuestas raras. La dejó conforme el anciano, cuando con total sutiliza le enseñó cual era el verdadero camino de la virtud. También tuvo que soportar al temible “Fu Manchú”, que acosado por la vejez y la artrosis, estaba perdiendo habilidades maléficas y por lo tanto perdiendo su esencia; no fue fácil explicarle el camino del arrepentimiento y la bondad. Difícil también fue el encuentro con el “Capitán Garfio”, empecinado en su lucha contra el paso del tiempo y no pudiendo dejar de odiar al imberbe Peter, pero también sus palabras fueron su alma. No quedó convencido de haberle enseñado al “Conde Drácula”, que lo consultó por  la flojedad de sus colmillos, los beneficios del vino tinto, aunque lo intentó con todo su amor.  “Gilgamesh” a pesar de los siglos que había desperdiciado buscando la inmortalidad. Por ser tan viejo y quizá sin darse cuenta que ya era inmortal, logro hallar la paz con sus consejos. Pero cuando lo visitó “Otelo”, ese sí que fue un hueso duro de roer. Como no pudo convencerlo con simples palabras, le conto un cuento mágico; que nunca había necesitado relatar y entonces el anciano le dijo: “Hace mucho tiempo, casi en los orígenes, consultó el hombre celoso a un genio, luego de frotar miles de lámparas. Este le dijo, que a los hombres engañados por sus esposas, le crecían a veces enormes cornamentas en su frente, que de acuerdo a quien la mirara, podía ser motivo de burlas o de lastima. Pero que ese hombre, si la aceptaba con resignación, con el tiempo se acostumbraba a ella y hasta le facilitaban la vida. Podía también suceder que afrontara con dignidad y rectitud el caso; dándole una solución definitiva a la situación amorosa y la cornamenta desaparecía. Dejando en los demás, solo un vano recuerdo. Pero lo más grave, era cuanto el hombre celoso, solo tenía una oscura sospecha y se aferraba a ella, sin buscar la verdad, lentamente le crecían unos “cuernos internos”, que poco a poco le iban perforando el alma, hasta convertirlo en un árbol seco, en un verdadero muerto viviente. Pero parece que a Otelo no le hizo mella.


Rolando José Di Lorenzo

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