LA LEYENDA DEL NIÑO COBRA Y LA NIÑA PLANTA
El niño, de
pronto comenzó a hablar y le narró a sus mayores, que lo escucharon con
detenimiento, el relato asombroso de dos niños buenos, solitarios y
diferentes, que tituló:
“LA LEYENDA
DEL NIÑO COBRA Y LA NIÑA PLANTA”
Un niño,
llamado Max, vivía con su papa en el fondo del laboratorio, que este tenía para
el estudio de las cobras, las temibles serpientes venenosas. Para ayudar a su
papa, Max preparaba la comida para estos reptiles, a base de carnes y todos los
días les daba de comer. Un verano, atacó la zona un gran tornado, que partió al
medio el laboratorio, quedando en su lugar la mitad, donde estaban Max y las
cobras. La otra mitad, con el padre adentro, desapareció. A raíz de esto, Max
estaba desconsolado, llorando solo, en uno de los pocos lugares habitables que
había dejado la tormenta. Entonces fue cuando se le aparecieron las cobras. Una
de ellas, la más grande y vieja, quizá la líder del grupo, lo miró, lo
reconoció y luego le dijo a las demás: “No lo ataquen, ni lo muerdan, lo
conozco, es mi amigo”. Más tarde, fueron
todas saliendo de los escombros del laboratorio, llevándose con ellas a Max. Cuando llegaron a las cuevas, donde vivían juntamente
con muchísimas más serpientes, todas analizaron la situación, pero hicieron
caso al pedido de la líder y aceptaron a Max entre ellas. Lo comenzaron a
tratar como si fuera un hijo y Max con el tiempo se fue adaptando al medio y a
sus nuevas amigas, que consideraba familiares.
Lentamente, comenzaron a crecer los poderes extraordinarios, los más
notorios: Su capacidad para arrojar veneno con sus dedos y con la lengua, hacia
caer desmayados a sus oponentes. Al mismo tiempo cuando los poderes aparecían,
le crecía una bella cola de serpiente y su cara adoptaba la forma de las
cobras. Así fue como se convirtió en el “Niño Cobra”
Cerca de
allí, vivía una hermosa niña, llamada Ana, que ocupaba una casa con un gran
vivero, junto a su mamá. Esta cultivaba plantas y muchas de ellas eran
carnívoras. Todo estuvo bien, hasta que un día una de estas plantas la mordió.
No solamente lo hizo con el ánimo de comerla, sino que además, como era una
planta que había estado expuesta a la radiactividad, que por algún motivo
desconocido, había en ese desierto, le transfirió células extrañas. Por todo
esto, con el tiempo le surgieron dones especiales: con la mente hacia crecer
plantas carnívoras y sus manos convertidas en hojas, podían morder. Cuando se
enojaba, le aparecían esos poderes y unas asombrosas ramas y hojas, como
también pequeñas raíces en los pies, que la afirmaban fuertemente al piso.
Luego cuando volvía a sentirse feliz, estos poderes desaparecían, entonces
pasaba a ser una niña aparentemente normal. Pero en realidad se había
convertido en la “Niña Planta”.
Paseando por
el desierto, un día se encontraron, se estudiaron calladamente un buen rato, se
hablaron y se hicieron amigos. Ambos se contaron sus historias, sus desdichas y
sus especiales poderes. Y así se sintieron felices, por no estar tan solos y por
poder compartir las diferencias, con que la vida los había signado.
Historia original,
supervisión y aprobación de: Joaquín Ospital. (Mi nieto, de 8 años)
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