EL NIÑO Y EL TREN . Rolando José Di Lorenzo -

— ¡Papá, papá,  vení, vamos a viajar en el tren!—Así le gritaba Guillermito a Claudio, mientras le tironeaba insistentemente del suéter.
— ¿El tren…de que tren me hablás?—Sorprendido Claudio al escuchar a su hijo—Querido no pasa por aquí ningún tren, está todo abandonado y hace muchos años.  
—No papi, vos no sabés…cuando lo vea venir de nuevo, te llamo y nos subimos—Claudio no se animaba a insistir en su negativa, le daba lastima, pero sabía,  de la imaginación de los niños. Dejó todo así por el momento y se fue a trabajar, pero no se sintió bien en todo el día, se le aparecía la imagen de Guillermito entusiasmado con viajar en tren y si bien no tenía remedio, pensaba como o que  tendría que hacer para compensarlo y darle algo que le gustara tanto como eso.
Cuando llegó a la casa y antes de cenar, se fue caminando con su hijo hasta la vieja y derruida estación de trenes, que estaba a solo dos cuadras de su casa. Se sentaron en los restos de un banco del andén y comenzó a explicarle al nene lo que sucedía allí, cuando de pronto y como surgido de la nada, apareció el tren. ¡El tren! como antes, con sus ruidos, sus humos y olores, se pusieron de pie y los gritos de emoción del niño, superaban a los bramidos de la enorme máquina.  Guillermito saltaba y arrastraba de la mano a su padre, hasta que lo hizo subir en el vagón más cercano, en ese mismo instante, y respondiendo a los silbatos del guarda, el convoy arranco y los fue llevando hacia el norte, como lo hacía antes, como lo había hecho siempre.
Sentados a la derecha del vagón vieron cómo se fue alejando la estación y la ciudad y entraron en una zona, que luego de unos minutos se tornó desconocida para Claudio. Ese tren los llevaba por lugares insólitos, no alcanzaba a comprender. No conocía ese rio que desembocaba en un enorme lago azul, ni tampoco el bosque cerrado que ahora atravesaban y ese paisaje distante de montañas violáceas. Lo miró a su hijo y lo vio pegado a la ventanilla riendo feliz por ese viaje, sin importarle los lugares, ni el tiempo, ni el vacío total del vagón, donde no había nadie más que ellos
— ¡Viste Papi, viste!…este tren pasa todas la tardes por la estación y el maquinista me saluda y el guarda hace sonar el silbato, por eso te decía que deberíamos tomarlo—El niño hablaba con total conocimiento de esos viajes y Claudio no sabía que responder, lo miraba azorado y al mismo tiempo feliz de verlo tan contento.  De pronto el guarda comenzó a hacer sonar su silbato insistentemente, no lo veían, pero seguro que era el, y sonaba fuerte el llamado, un silbido, un pito, o mejor dicho un timbre y siguió y siguió, hasta que despierto Claudio le dio un manotazo en el lugar justo al despertador y saltó de la cama asustado.  En el instante se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Pero mientras se preparaba el café mañanero, garabateo la historia en el primer papel que encontró, no quería perder la idea, sobre ese niño, el viaje y el tren y le surgió primero el nombre del cuento: “El niño y el tren”, eso estaba bien, cuando volviera de la editorial, escribiría un nuevo cuento, uno más para el libro que estaba preparando.  Cuando estaba abriendo la puerta, escuchó la voz de su hijo Lucas, que le gritaba:

—Papi, luego cuando vuelvas, tenemos que ir a ver el tren que pasa a la noche, es hermoso.

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