OTRA OPORTUNIDAD Fragmento del relato que integra EL COLOR DE LA SANGRE Mi segundo libro
—Yo le hubiera dado otra oportunidad —dijo
seriamente Diego.
—¿Otra más? Le di como cuatro, no las
quiso aprovechar —respondió José enojado, mostrando los cuatro dedos de la mano
derecha y siguió— no me dijo nada, ni una palabra, no me aclaró ninguna
situación y lo esperé dos horas.
—¿Y luego cayó solo desde el piso 25? José…
¿Se cayó por accidente? ¡Qué le pasó de golpe! ¿Quiso aprender a volar? —Diego
decía esto sin gracia alguna, no eran bromas y el otro se daba cuenta, tenía
que seguir con su defensa.
—Sí, se cayó solo, estaba borracho y
apoyado en la baranda. Yo ni loco me acerco a una baranda a esa altura, sabés
que sufro de vértigo. —siguió enérgicamente explicando la situación José. El
otro lo miraba fijamente a los ojos, pero estaba pensando en encontrar una
solución al problema y no en culparlo por lo sucedido.
—Está bien, José, listo, olvidemos el
tema, lo hecho, hecho está —dijo entonces Diego con tono tranquilizador—
Busquemos cómo arreglar las cosas, sin culpas, pero para mañana lo tenemos que
tener claro, por vos y por todos nosotros —terminó diciendo con toda calma y voz
suave.
Indudablemente, José sintió alivio,
aunque no se sentía culpable de nada. Él
había hecho lo que le mandaron a hacer. Juntos se levantaron de la mesa.
Caminaron hacia la salida. Los dos acompañantes se adelantaron para abrir la
puerta. Miraron hacia ambos lados de la calle. Luego de hacer una seña con la
cabeza, los otros dos salieron y caminaron hacia el gran auto que estaba estacionado
frente al bar. Entraron todos y al instante arrancó y velozmente se dirigió
hacia el puente, que estaba solo a dos cuadras de allí. Se había hecho tarde,
estaba anocheciendo.
Cuando José llegó a su edificio donde
estaba su departamento, se acordó de que no tenía nada para comer ni beber, dio
media vuelta y se encaminó hacia el restaurante que estaba en la esquina. Por
el rabillo del ojo vio a un hombre, que trató de ocultarse en la sombra de un
gran árbol, siguió caminando y soportando la descarga de adrenalina. Estaba
tenso como la cuerda de un arco segundos antes de lanzar la flecha. No se dio vuelta, no le hacía falta, sabía lo
que tenía que hacer si el tipo se movía hacia él. Pero no pasó nada, llegó a la
puerta de restaurante, la abrió, y sin mirar hacia, atrás entró. Se ubicó en
una mesa, lo más alejada de la puerta y de la vidriera. Mientras se pedía una
hamburguesa con papas y una cerveza negra, no dejó de mirar la puerta. Pasaron
los minutos le trajeron su pedido y pudo comer sin sobresaltos.
En cambio Diego,
llegó a su casa sabiendo que lo esperarían con la cena lista y antes de eso, su
aperitivo. Su esposa no dejaba pasar detalle, sabía muy bien lo que a él le
gustaba y hasta parecía que le daba placer hacerlo; aunque estaba al tanto de que
eso no era así, incluso se había enterado recientemente que ella lo engañaba.
Pero en ese momento estaba en un problema más grande y peligroso, debería andar
con sumo cuidado: ya tendría tiempo de hacer justicia, cuando todo estuviese
bien de nuevo.
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