MATAR LAS PALOMAS- Fragmento del relato publicado en EL COLOR DE LA SANGRE - mi segundo libro

—Mamá no soportaba el canto de las palomas, o mejor dicho odiaba su canto…ese lúgubre cu cuu, cu cuu —dijo Javier, con la voz quebrada y mirando hacia abajo, donde solo estaba la tabla de la mesa vacía.
—¿Sabés porque le pasaba eso? —continuó con sus preguntas Mario.
—No, quizá fuese porque le traía recuerdos amargos, o porque le presagiaban momentos peores —el joven contestaba hablando sin ningún énfasis, sin ritmo y sin entonación; era como una maquina parlante.  Pero siguió con su relato:
—Cuando tenía diez años recién maté mi primera paloma, cuando se lo conté a mamá, sentí mucho miedo a su reto o castigo, pero no me dijo nada, pensé que le complacía —siguió mirando la mesa, que dejaba ver entre las ranuras y grietas viejas de la madera, la mugre acumulada por años —pero no la hice feliz, a ella nada la hacía feliz y eso me hacía sufrir mucho.
—Seguramente ella necesitaba de algo más que una paloma muerta para ser feliz —Le comentó Mario— ¿No crees que fuese así?
—Sí, estaba seguro que era así, pero en ese momento yo no tenía otro poder que mi pequeña gomera, hecha por mí y no podía hacer otra cosa por ella, que no fuese matar una paloma —levantó la mirada y la fijó en los ojos del interlocutor. A este le sorprendió la profunda oscuridad de sus ojos. Eran negros  pero vacíos, negros pero muertos…o quizá presagiaban muerte. <> pensó Mario inmediatamente.
El joven se levantó lentamente de su banqueta de hierros oxidados y caminó hacia la ventanita. Miraba todo detenidamente, a través de los vidrios sucios de ese agujero mugriento y enrejado. Tratando de memorizar todo lo que veía.
Mario era en realidad un pobre tipo, había caído en la mala vida por un sinfín de motivos, o simplemente por ninguno. Un ladronzuelo de poca monta, que se dedicaba cosas descuidadas, al que le gustaba relacionarse con la gente, ganándose  la confianza de todos. En esos momentos lo podía la curiosidad, por eso siguió  indagando a ese misterioso joven, que hablaba pero no decía cosas profundas, que no se negaba a contestar, pero era tan superficial como frio y distante. Los secretos que guardaba no los dejaba ver y quizá no lo hiciera nunca. Pero él quería saber más, saber quién era en realidad ese personaje, que parecía tan siniestro. Por otra parte ninguno de los dos tenía algo que hacer ese día y lo mejor era seguir conversando, para matar el tiempo.
—¿Luego de aquella pequeña gomera, te hiciste otra, o conseguiste otra arma? —preguntó con suma avidez.
—Me hice varias gomeras, luego compre una muy potente, con las que podía arrojar bolas metálicas, que ocasionaban la muerte instantáneamente.

—¿Seguiste matando palomas?.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El pájaro

EL ANCIANO SABIO —Rolando José Di Lorenzo