LOS FANTASMAS DEL “ARTEMIO GAMBETTA”—Rolando José Di Lorenzo


Los fantasmas se levantaban desde el césped y comenzaban una danza extraña, corrían de aquí para allá, saltaban, se arrojaban al piso y todos parecían perseguir algo invisible a los ojos aterrorizados del pobre canchero. Esa noche, don Pedro no pudo dormir, estuvo a punto de huir de la habitación que ocupaba bajo la tribuna de cemento del Artemio Gambetta, cancha del “Pelotazo futbol club” pero desafiando a sus temores se quedó para cumplir con su responsabilidad.
A la mañana siguiente, con el recuerdo de la terrorífica noche, lo fue a ver al sacerdote del pueblo, nadie mejor que él para entenderlo.  El párroco no daba crédito a sus oídos, pero conocía bien a don Pedro; algo había visto el hombre y lo acompañaría en la extraña situación.
Esa misma noche, juntos caminaron ocultos por alambrados y gradas, hasta el lugar donde el hombre había visto a los fantasmas. Al rato de estar allí y exactamente a la media noche aparecieron. De nuevo con su extraña danza, solo que ahora con menos miedo y sintiéndose acompañado, el canchero, fue reconociendo en esos movimientos un partido de futbol, pero con una coreografía sublime, ciertamente corrían todos detrás de una invisible pelota, pero era una maravilla verlo, hacían los pases perfectos, se combinaban unos con otros, hacían caños, bicicletas, sombreritos y todo salía a la perfección, por eso no se había dado cuenta de que jugaban un partido de futbol, acostumbrado a ver lo que hacían los jugadores los domingos, era como ver otro juego, era un verdadero juego, donde reinaba la alegría y la satisfacción de la cosa bien hecha.  Luego de unos minutos, los dos se miraron y no necesitaron decirse nada habían comprendido todo, todo menos de donde salían esos fantasmas. Luego fueron desapareciendo los translucidos jugadores y todo quedó quieto y en orden, quizá demasiado quieto. Se retiraron del campo y antes de despedirse, decidieron no contarle nada a nadie, por lo menos hasta descubrir de dónde venían esos seres.
Una noche antes de dormir, don Pedro le dio una mirada al campo y le pareció ver movimiento. Imaginó que comenzaría un nuevo partido entre los fantasmas, salió muy despacio  y fue entonces cuando vio que cuatro muchachos, arrojaban cenizas desde una urna entre el césped de la cancha. Nadie le había pedido autorización para estar allí y menos para arrojas cenizas mortuorias, se les acercó sorpresivamente y no tuvieron más remedio que darle las explicaciones del caso. Los jóvenes cumplían una función muy especial y secreta en el pueblo. Los deudos de los fallecidos ex jugadores o fanáticos del club, les solicitaban cumpliendo la última voluntad de los moribundos futboleros, esparcir las cenizas en el querido campo de juego y ellos como ya sabían cómo hacerlo,  por unos pesos cumplían con el mandato.

Cuando don Pedro a la mañana siguiente se reunió con el párroco y le contó lo acontecido, todo les quedó aclarado, habían descubierto de donde salían los jugadores que hacían el magnífico juego.

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