LA DUDA --- Rolando José Di Lorenzo


   No le diría nada a nadie, había llegado a esa conclusión cansado de tantos consejos inútiles. Se iría de allí  para siempre. No lo verían más, total nunca lo valoraron. No les debía nada. No les brindaría el espectáculo de un enojo o un portazo, no lo merecían. Cargaría sus pocas cosas y a recorrer los caminos del mundo, olvidándose de su pasado; que por suerte era tan  corto que no le costaría mucho hacerlo desaparecer.  Mientras juntaba su ropa y la metía en el bolso, Carlos pensaba en esas cosas y muchas más, porque también trataba de  imaginar su futuro y ese era su gran problema, su gigantesco problema. No estaba seguro de nada, ni siquiera de su capacidad— ¿No sería verdad, eso de que no era bueno para nada?-— Tantas veces se lo habían dicho, que había ido haciéndose carne en él— ¿Y si realmente no se diera maña para nada?—Volvió a decirse.
 Carlos dejó un momento de acomodar la ropa en el bolso y se sentó en la cama, mirando las paredes de su cuarto, los banderines, los pequeños trofeos, el escritorio con la computadora, el plasma, el equipo de aire acondicionado.  Eso también era suyo— ¿Cómo podría vivir sin todo eso? ¿Sería posible hacerlo?-— Porque vivir también es pasarla bien y hacer lo que uno quiere, sin importarle lo que digan los demás— ¿Cómo conseguiría un cuarto como ese? —Tendría que trabajar, aunque pensándolo bien también ahora debería trabajar; aunque sea para colaborar un poco en la casa. Pero no estaba tan seguro si ellos se merecían su sacrificio, porque últimamente lo vapuleaban fuerte con las protestas y quejas.
 No terminaba de armar el bolso, seguía sentado en la cama, con la cabeza apoyada en sus manos. Sería peor irse, seguramente su madre o su hermana menor lo llamarían a diario preocupadas. Tampoco quería causar ningún daño a la familia. El único que no lo llamaría seria su padre, al contrario estaría contento de que se fuera, de— “que comenzara una nueva vida por sus propios medios, como lo hacían los verdaderos hombres”— como le decía últimamente. El viejo siempre fue un exagerado, por otra parte sabía que lo quería, ambos se querían. Dio vuelta la cabeza, miró el bolso y lentamente comenzó a sacar lo que había puesto.  Cuando terminó abrió la puerta del dormitorio y grito:

— ¡Vieja! ¿Me preparaste la ropa para esta noche? ¡No te me olvides viejita, sino estoy listo!

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