LA ESCALERA—Rolando José Di Lorenzo--Relato que integra la Antología DESNUDOS SOBRE EL PAPEL de Editorial Dunken

LA ESCALERA—Rolando José Di Lorenzo

   La escalera, que estaba al fondo del terreno de la casa del tío Honorio, siempre había sido un misterio para Mario. Estaba apoyada en una pared muy baja, que los separaba del terreno del vecino. La pared que era de ladrillos montados en barro, se veía muy vieja y estaba gastada y en algunas partes rota, tanto que se veían las plantas de al lado. El pequeño Mario se paraba junto a esa vieja escalera que no llevaba a ningún lado y se quedaba mirándola, preguntándose por que estaría allí. Era alta y delgada y parecía que se afirmaba en el aire. Justo en ese lugar no había nada alrededor, solo la pequeña pared donde se apoyaba. Muchas veces pensó treparla, pero no se animaba porque no la sentía segura, posiblemente en cuando comenzara a subirla se caería para el otro lado. Otras veces se imaginó llegar hasta el último escalón y ver lejos muy lejos, quizá la vista llegara hasta el mar, que estaba muy distante y no lo conocía. También imaginaba que luego de subirla, desde lo más alto, vería el futuro o el pasado. Soñaba que desde allí arriba elegiría su destino y podría ser el bombero o el policía que esperaba ser cuando llegara a grande. Pero a pesar de su interés, nunca se atrevió a poner un pie ni siquiera en el primer escalón. Una tarde cuando volvió a su casa, juró que lo haría. Planeó que al día siguiente la treparía, le daba vergüenza tenerle miedo a esa odiosa escalera que apuntaba al cielo y no servía para nada. Entonces al día siguiente fue decidido al fondo del terreno, se paró nuevamente frente a ella, puso sus manos a cada lado y apoyó el pie derecho, le pareció en ese momento sentir una vibración extraña, como si tuviera corriente y la soltó inmediatamente. Era imposible que estuviese electrificada, la miró por todos los lados y se convenció de que no estaba conectada a ningún cable. Se acercó de nuevo con bronca por haber sentido miedo, volvió a tomarla con las dos manos y al apoyar el pie, no solo sintió la vibración, sino que además escucho un ruido extraño, como el zumbido de un motor y de pronto comenzó a sacudirse, como para desprenderse de él. Mario corrió hacia la cocina del tío, saludó de pasada y de allí a su casa sin parar.
   Si algo caracterizaba a Mario era su tozudez volvió en cuanto pudo a la casa del tío y pasó al fondo sin que nadie lo viera, no se detuvo hasta que estuvo al lado de la escalera. La miró con furia y amenazándola a gritos con destruirla si no se dejaba subir, la tomó con las dos manos con mucha fuerza, rápidamente apoyo el pie derecho y en cuanto lo afirmo y puso el otro, la escalera rugió y comenzó a subir rápidamente, zumbaba y vibraba por todos lados. Mario la abrazó con fuerza y con terror vio cómo se alejaba del piso. Seguía subiendo y subiendo con gran velocidad, siempre hacia arriba, derecho, pero muy alto. Demasiado alto para Mario, no sabía qué hacer, se acordó de las recomendaciones de la abuela y comenzó a rezar, confundiendo las oraciones, pero no importaba seguramente Dios lo escucharía igual, cerró los ojos y siguió rezando.  De pronto sintió que lo sacudían fuertemente y la voz del tío Honorio que decía:
¬— ¡Marito…Mario! ¿Qué te pasa?— los gritos del viejo lo despertaron poco a poco, hasta que se dio cuenta de que estaba sentado en el piso aferrándose las rodillas, muerto de miedo, entonces miró a los ojos al tío y le dijo:
— ¡Tío…me llevaba la escalera, me sacaba de aquí y volaba y se iba lejos, muy alto!— Mario con los ojos llorosos le relataba a su tío lo sucedido, mientras el viejo lo miraba incrédulo, sorprendido y dijo:

—Escalera… ¿Qué escalera Mario?— al tiempo que con ambas manos mostraba todo a su alrededor y decía —Nunca tuve una escalera.

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