EL TÍO OB --- Rolando José Di Lorenzo


-Dotti…Dotti…no te alejes linda- Los gritos del Tío Ob, hicieron dar vuelta a la niña rubia, que corría riendo alegre colina abajo. Miró al pobre Tío, que trataba de alcanzarla a los tropezones, su gordo cuerpo no podía con el terreno. Dotti seguía corriendo, porque le apasionaba descender por la colina a toda la velocidad que le daban sus piernas.
-Dotti, espérame por favor, te puedes caer, no corras…- Ob, no podía creer como la bestia de su cuñado, podía haber llamado Dorotea a su hija, Dorotea, esa preciosura alegre y vivás. Aunque él no podía discutir mucho el tema, su dictatorial padre lo había marcado para toda la vida con su nombre: Obdulio, Obdulio, que seguramente debería haber sido el nombre de algún antepasado, de improbable bonhomía. Suerte que ante tal desgracia su madre había comenzado a llamarlo Ob, soportando los reclamos furiosos de su padre: Nazareno II. Todo eso pensaba Ob mientras trataba de alcanzar a la niña, que cada vez se alejaba más y más.   Para colmo de males su bella hermana Hermelinda, se había casado con el perfecto e intachable ciudadano Abelardo III, hijo de conocidos delincuentes de guante blanco, esos que manejan políticos y jueces. Cosa que él no había dejado de lado y continuaba con la corrupción de su familia.
-Dotti, por favor detente, espérame, que te vas a lastimar…- Seguía gritando el Tío y la niña lo oía, pero seguía con su juego. El bueno del Tío Ob siempre jugaba con ella y era el único que la colmaba de besos y abrazos, además de chupetines y caramelos. Aunque no sabía porque su padre, siempre le decía que tuviera cuidado con ese gordo tarambana. Dotti, pensaba esto al tiempo que trataba de imaginar, que significaba lo de “gordo tarambana”. Lo miró nuevamente, en el preciso momento en que rodaba por el pastizal amarillento de la colina. Se detuvo un momento, pero en cuanto vio que el tío se levantaba apresurado, comenzó a correr nuevamente. Ella solo quería llegar al bosquecito antes que Ob. Ser la primera, como le decía siempre su padre. Y lo estaba consiguiendo.
Ob, no podía más, sus piernas no le daban, pero de ninguna manera dejaría sola a la niña. Aunque solo sirviera para cuidarla, lo haría, hasta el último suspiro. Nada le había salido bien en su vida, soñó con ser músico y nunca supo diferenciar un Do de un Mí. Cuando intentó con la pintura, no solo no pudo imaginar una escena digna de ser pintada, sino que sus dibujos y trozos no pudieron dar forma ni siquiera a un mísero círculo. Y luego la literatura, escribir…
- Dotti, niña, no me hagas correr más, espérame por favor- Seguía gritando y en un momento determinado de la bajada, notó que sus piernas no lo soportaban más, al tiempo que dentro de pecho algo estallaba en mil pedazos. Se le desgarraba el corazón y por más que ya de rodillas, se apretara con ambas manos, tratando de sostener la vida, se daba cuenta de lo que pasaba, su pobre corazón había claudicado, había terminado vencido en la dura lucha contra su gordura. Contra su indiferencia.
-Dotti, pequeña…-Las palabras apenas salían de su boca, abierta a mas no poder, para tomar la mayor cantidad de aire posible. De pronto cayó de bruces y sintió en su cara la frescura del pasto de la colina.
La niña cuando volvió su carita sonriente por última vez antes de llegar a la sombra del bosquecito, vio que el tío Ob esta caído en el pasto. Dejó de correr y llamándolo a gritos, comenzó a desandar el camino, lentamente primero y corriendo luego, para llegar hasta él.   Cuando llegó, notó la cara enrojecida de Ob y su boca abierta y escuchó detenidamente lo que trataba de decirle:
-Dotti, por favor no te alejes, quédate conmigo...seguramente nos vendrán a buscar enseguida… Niña, no te vayas sola…yo descansaré un ratito…y…luego…- Por más que la niña acercó su oreja a la boca del tío, ya no escuchó nada más.

Se sentó al lado del hombre inerte, apoyó su manito sobre la cabeza de su tío amado y mirándolo fijamente, comenzó a llorar.

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