EL PLAN - Relato corto -Rolando José Di Lorenzo
EL PLAN
—— Rolando José Di Lorenzo
Marcelo, corría y corría desesperado. El susto
que se había llevado, luego del intento de asalto que había sufrido, le impedía
detenerse. Aunque unos minutos más tarde, muy cansado se tiró al piso, jadeando
sin parar.
Al rato se levantó y comenzó a sacudirse el
polvo y las hojas pegadas a su ropa. Además de asustado estaba enojadísimo. A
él, habían intentado robarle, justo a él: <> Pensaba ofendido, aunque en realidad, tenía
por sabido que era un pobre ladrón y estafador de medio pelo.
No lo había podido evitar, cayó como un
chorlito, o como un tonto mejor dicho, esa calle que había transitado inconscientemente
y de noche. Era el lugar justo para un asalto. Si bien no lo había visto
claramente, le parecía que el ladrón era un chico, o por lo menos muy joven. Pero
ya había pasado: > Se dijo a si mismo>
Siguió caminando y pensaba en el importante
tema que tenía que resolver. Muy importante para él. Estaban involucradas
personas de alto vuelo. Gente que tenía mucho poder y plata, sobre todo mucha
plata. Eso era lo único que lo alentaba,
trataba de imaginarse como sería el día después. Ya había hecho el estudio del
terreno y este le parecía muy bien realizado. De a poco, se estaba conformado su
plan. Había llegado a conocer a las
personas y sus movimientos, como si fueran de su familia y eso era bueno.
Al mismo tiempo, iba recordando la cara de
estupido del chico que había querido asaltarlo. Le daban ganas de volver, para
demostrarle quien era él y darle el castigo merecido. Debería tranquilizarse, era mucho más importante pasar desapercibido
por esos días, para poder realizar su trabajo con éxito. Por eso había corrido,
no por cobarde. Solo era para evitar meterse en un lío innecesario.
Pensaba y repensaba en la forma de hacer las
cosas. Esta vez no se podía equivocar, no, de ninguna manera, estaba en juego
la vida de Josefina. La pobre Josefina,
su mujer, su mujer de toda la vida. La que lo había aguantado siempre, la que
lo había apuntalado en los peores momentos. Ahora ella necesitaba de él y tendría
que jugarse por entero. Necesitaba esa
plata para una cirugía fundamental, para que ella siguiera con vida. Aunque no
era nada seguro. Igual que la vida, que en definitiva, no era nada segura.
Para que todo saliera bien, le faltaba
conseguir plata para algunos gastos, o
un colaborador. Pero esto era difícil, porque cualquiera que se metiera en el
asunto, querría mucha participación y él no lo podría conceder. Necesitaba
conseguir lo más posible para sí.
Mientras caminaba y pensaba, llegó a la
esquina de la calle por la que estaba andando. Se encontró de golpe con un
patrullero con la baliza encendida, estacionado casi sobre la vereda. Uno de policías estaba de pie, hablando con
un hombre de mal aspecto. Inmediatamente y luego de sentir un ardor por todo su
cuerpo, y casi a un tris de cortársele la respiración, bajó la cabeza y pasó al
lado del policía con un paso normal. El de un hombre común, que caminaba hacia
su casa, luego de una reunión con amigos. Y él daba esa imagen, además, estaba bien vestido, no como ese pobre croto
al que estaban investigando. Siguió así
y nada pasó, ya casi al llegar a la otra esquina, respiró con tranquilidad, se
dio cuenta de que todo estaba bien.
Pero en su cabeza las cosas no estaban tan
bien. No se podía olvidar del intento de asalto del pibe, allá en el parque. Ese hijo de puta, que casi le complica la
vida y solo por unos pocos pesos, muy poco, casi nada para un atraco. La cosa había
sido así, pero ya estaba terminada. Y no permitiría que eso interfiriera con su
plan. <>, pensaba Marcelo, no
garantizaba su forma de reaccionar. Tenía unas ganas locas de agarrarlo a
trompadas y patadas, hasta dejarlo deformado para toda su vida.
Sin darse cuenta, se había alejado mucho de
su casa. Y seguramente su mujer, en cualquier momento, preocupada, lo llamaría
al celular. Pero él debía seguir planeando el golpe con todo cuidado y con
total tranquilidad. Por eso andaba
caminando; a esta hora en su casa, el televisor dominaba la sala, el perro estaría
dando vueltas y vueltas y Josefina, no pararía de hablar. Seguiría caminando un
rato más y pensando aún mucho más profundamente, en la construcción del plan,
que lo salvaría de todos sus problemas.
Un muchacho flaquito, lo cruzó en ese
momento, y se volvió a acordar del delincuente juvenil. Ese que tendría que haber destrozado
definitivamente. Darle patadas en su cabeza hasta que le saltaran los ojos,
como dos pelotitas de ping pong: <> pensaba
enfurecido, <> Se
daba cuenta, que cada vez que lo recordaba, mas ganas tenía de matarlo a
golpes, a cada momento se incrementaba su odio.
Pero de todos modos, seguía elucubrando su
plan: <>. Pensaba y ordenaba su plan: <>. La cosa era interesar el tipo, engancharlo con
la propuesta, pero debería ser algo grande y jugoso. El hombre elegido, era un negociante fuerte y
con mucha experiencia y se sentía muy seguro de sus condiciones. Y esa era precisamente, era la chance que tendría,
pensaba: <>.
De nuevo se cruzó con otro móvil policial. Esta
vez los dos policías estaban adentro, conversando con entusiasmo, pero al
verlo, ambos le prestaron atención.
Marcelo pensó inmediatamente, que su paseo nocturno podría despertar
sospechas, ya era tarde, si zafaba de esta, se iría a su casa rápidamente. Aun así, ahora debería seguir caminando, bajo
la mirada atenta de la policía; que si bien, no se bajaron del auto, lo seguían
con la vista. Llegó a la esquina y dobló con total tranquilidad. Ya fuera de la vista de los agentes, apuró el
paso. No seguiría con esto, mañana seria otro día y tendría tiempo para terminar
con su plan.
En la cuadra siguiente y de frente a él,
venían dos jóvenes charlando animadamente y los dos, eran muy parecidos al que
lo había interceptado en el parque hacia un rato. Detuvo su marcha y trató de reconocer a su
frustrado agresor. Los jóvenes también se detuvieron, quizá, asustados, por la
actitud de ese hombre, que estaba parado en el medio de la vereda, delante de
ellos. Entonces ambos cruzaron la calle
y siguieron caminando por la vereda de enfrente. Marcelo se dio cuenta, en ese
momento, que no era ninguno de ellos aquel malviviente de la plaza y también
continúo con su camino.
Ahora se dirigía hacia su casa, no podía dejar de pensar en el gran golpe, la
solución para la operación de su esposa y los fondos para el futuro de ambos. Aún
faltaban muchos detalles para llevar a cabo el plan, que seguro lo iría
completando en el corto plazo. De
repente llegó a una plaza, que reconoció enseguida. Ya estaba cerca de su casa,
entonces fue cuando lo vio. Si, era él,
era el guacho hijo de puta que le había amargado el día y estaba cruzando
tranquilamente por el medio de la plaza. Debajo de los faroles, bien iluminado,
el descarado Lo miró detenidamente y
no pudo aguantar. Sin decir palabra, Marcelo, salió corriendo hacia el delincuente.
Cruzó la calle sin pensar ni mirar. Saltó los canteros de la plaza y con el
ruido que hacia al correr, el muchacho se dio vuelta y al ver semejante hombre
correr hacia él, también se dio a la fuga. Aunque haciéndolo mucho más rápido,
asustado por ese tipo, con cara de criminal, que daba gritos y hacia movimientos
furiosos con sus brazos y que se le venia encima.
— Vení hijo de puta, atacame ahora basura, no
corras maricón —gritaba Marcelo enloquecido, viendo que el muchacho cada vez se
le iba mas lejos.
A todo esto, en un patrullero que pasaba por
el lugar, los dos policías vieron la situación y decidieron actuar. Pusieron la sirena y aceleraron el auto para
dar la vuelta a la plaza y detener al hombre que gritaba y corría por entre los
canteros y arbustos; aparentemente persiguiendo a un joven, que ya casi desaparecía
por la otra avenida. Dieron la vuelta a mucha velocidad. Al mismo tiempo que
Marcelo, cruzaba la otra calle también sin mirar y fue inevitable. El golpe, levantó al hombre por encima del
capot del auto, cayó sobre el techo, rodó por sobre el baúl y terminó en el
piso dando aún dos vueltas más. Cuando
los policías detuvieron el auto y se bajaron, el hombre atropellado no se movía
y debajo de su cabeza destrozada, comenzaba a hacerse un charco de sangre.
— ¿Este no el hombre que vimos hace unos
minutos? —Dijo uno de ellos al otro
— Si, fijate, ese que nos llamó la atención
como nos miraba —siguió
— Me parece que tenes razón —le contesto su
compañero— ¿qué le estaría pasando al pobre tipo? –siguió con el comentario.
— ¿Pobre? —Dijo el primero—por culpa de este atolondrado,
tendremos que dar mil explicaciones y no sé cómo vamos a salir de esta todavía —siguió
diciéndole a su compañero. Mientras, se agarraba la cabeza luego de sacarse la
gorra y detenía su miraba de odio sobre Marcelo, cuyos ojos abiertos y vacíos
ya no miraban nada.
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