UN TAXI DE IDA Y VUELTA
UN TAXI DE IDA Y VUELTA
Todo comenzó aquel día, en que ella bajó de un
taxi, quizá el mismo que ahora se la llevaría de allí y se dirigió al pequeño bar, por casualidad. El mismo bar, que se convertiría mas tarde,
en el lugar de ellos, el lugar de la reunión amable, de las charlas sobre cine,
de las discusiones sobre historias y cuentos.
Un lugar donde lo menos importante era lo que iban a tomar o a comer, donde
lo importante eran ellos, Marina y Franco, ellos, que habían descubierto el
amor y que lo llevarían adelante, contra viento y marea, según se habían
prometido.
Marina,
no era una heroína típica de las novelas de amor, era bajita y delgada, quizá
demasiado pequeña, una carita similar a otras tantas, de las que se ven en
cualquier vereda, de cualquier lugar.
Pero su voz llamaba la atención, melodiosa, baja y suave, como el fondo
de sus ojos, como su mirada, que dejaba a su alma desnuda y vulnerable. Él,
veía todo esto en ella, pero también le gustaba su forma de ser, discutidora,
inteligente, obstinada y divertida.
Franco,
en cambio, era un flaco desgarbado, con el cabello largo, negro, casi sin
peinar, un tipo informal por donde se lo mirara, melancólico, callado. Cuando
hablaba lo hacia en voz baja, como temiendo molestar a alguien y miraba a su
alrededor antes de sentarse en un lugar, como si buscara un enemigo entre la
gente, quizá por su timidez.
Cuando aquel día se vieron, se gustaron y
ambos se lanzaron a una relación descontrolada, que luego iría creciendo rápidamente. En ese momento, se dieron cuenta de todo lo
que pasaba: Se estaban enamorando y así fue, día a día y lo tomaban como algo
inevitable. Los dos creían fuertemente
en el destino y creyeron que estaban signados, que habían nacido el uno para el
otro.
Las
diferencias, que fueron encontrando entre ellos y que en muchas ocasiones, los
llevaban largas discusiones, las tomaron como cosas posibles de corregir, todos
lo dejaban para más adelante, con la seguridad absoluta de que el futuro, sería
el sanador de todos sus males y desencuentros.
Se amaban y eso era todo para ellos.
Pero no fue así, porque los caminos que les
eligió la vida, fueron muy diferentes, de los que cada uno de ellos esperaba o
necesitaba. “La vida, maneja los hilos
muy por encima de la gente y talla en ella, el verdadero destino, ése que nadie
puede imaginar y que siempre es misterioso” pensaría mas tarde y con angustia Marina.
Aquel taxi,
aquel encuentro casual en el bar, aquella mañana de verano, no garantizó
que estuvieran hechos el uno para el otro.
Solo ellos, así lo creyeron y se jugaron a que todo saldría bien, pero
el tiempo les demostró que estaban equivocados.
Un día, agotados por
la lucha, decidieron dejar las
cosas como estaban, interrumpir el duro camino para no dañarse más; habían pasado buenos momentos juntos y no era
justo, que cuando esos momentos se transformaran en recuerdos, quedaran como imágenes
dolorosas.
Tomados de la mano, como era su costumbre, se
levantaron de la mesa del pequeño bar. Ésa
mesa, que era la de ellos, la que estaba junto a la vidriera pequeña, casi al
fondo del salón, sobre la que desde ahora quedarían para siempre olvidadas,
promesas, deseos y besos. Caminaron lentamente
hacia la puerta y luego de cerrarla a sus espaldas, se dieron un beso, se
soltaron las manos y ella comenzó a caminar hacia el cordón de la vereda, para
tomar un taxi, el primero que pasara, que la llevara lejos y pronto, quizá para
no arrepentirse.
Rolando
José Di Lorenso
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