NO ME DI CUENTA
NO ME DI CUENTA
Subí las escaleras corriendo, para encontrarte
cuanto antes. No podía esperar más, mis manos no tocaba el roble de la baranda,
mis pies no hacían ruido sobre la roja alfombra. Estaba volando hacia ti. Cuando llegué al final, ya sin correr, caminé
rápido hacia tu habitación. Carmen, la doncella, me dijo que estarías allí. Te
imaginaba de mil formas distintas, pero me quedé con la imagen de tu bello
rostro, leyendo una novela de amor, al lado de la ventana que da al jardín, en
tu sillón de pana violeta. Te vi así: allí sentada, absorta en las letras que
desarrollaban la trama amorosa que anhelabas, con la suave luz de la tarde que
se filtraba por las cortinas de transparentes. Tus finos dedos tomando el borde
de la página siguiente, ansiosa por llegar al último renglón y poder seguir con
la historia dándola vuelta rápidamente. No me animé a entrar por las mías.
Suavemente toqué la madera de la puerta y esperé, esperé el sonido de tu voz
diciéndome que pasara, pero tardaba en oírlo. Mi impaciencia me decía que hacia
horas que esperaba. Y de pronto lo oí. Eras vos, estabas allí, detrás de esa
puerta decorada con mil formas en relieve y estabas para mí. No esperé más, tomé
el pomo de bronce y lo hice girar lentamente, sin hacer ruido alguno y empujé
la puerta. Cuando estuvo abierta, pude ver el interior. La luz de la tarde lo
iluminaba, como me lo había imaginado, suavemente se volaba la cortina, por la
pequeña abertura que habías dejado en la ventana, que franqueaba la brisa
perfumada por los jazmines. Pero no
estabas leyendo en tu sillón favorito. No estaba sobre la mesa tu novela de
amor, solo había allí un cuaderno hermosamente decorado. Era tu diario, abierto
descuidadamente. Sin pensar lo tomé con ansiedad, ¿estaría allí mi nombre? Si, allí estaba, pero
tachado, rayado varias veces, borroneado con rabia. Solo quedaba de él, un
manchón de negro grafito.
Tan sorprendido y dolido me sentí, que no me di
cuenta que estabas detrás de mí, te acercabas lentamente. Me di vuelta y te vi
claramente, tu rostro demostraba solamente odio. Me mirabas y tus ojos, antes
de cielo puro, eran ahora de fuego, un fuego que comenzó a quemar mi alma.
Sentí que mi corazón se detenía y creí que sería para siempre. Se había partido
en mil pedazos. ¡Me odiabas! Así de repente y yo sin advertirlo a tiempo. No
tenía palabras, solo te miraba y no comprendía. Tu amor se había ido. Pero
solamente se había ido de tu corazón. En el mío vivía y perduraría. En ese
instante, en ese fragmento de tiempo, me di cuenta. Te llevaría conmigo hasta
el final. Te lloraría por toda la vida. Todo eso pasaba por mi mente y vos no
habías dicho nada, ni una sola palabra. A veces las palabras sobran. Un poco más calmado, volví a mirar tus ojos y
como si hubiera pasado el tiempo, vi que ya no ardían, estaban fríos y no vi
nada en ellos. Solo el vacío del desamor.
Rolando José Di Lorenzo
Comentarios
Publicar un comentario