LOS GEMELOS Tercer cuento del libro EL MARTILLO DE JOSÉ


LOS GEMELOS


Los Bolloni, que eran gemelos idénticos, Gerardo y Ángel, llegaron al pueblo de muy jovencitos, a los 15 o 16 años, (no tengo muchas referencias de ese tiempo). Vinieron de la mano de un viejo, que era su tío, un hombre de unos 70 años, o más, que estaba muy bien, fuerte y sano, como lo demostró luego trabajando como carpintero en diversas carpinterías del lugar y por último, en su propio taller. Don Saturno, que ese era el nombre del viejo, no llevaba el apellido Bolloni, sino que era Rodrigoza, posiblemente sería pariente de los gemelos por la rama materna.
Los chicos no estudiaron en el secundario del pueblo, sino que se pusieron a trabajar inmediatamente. Nadie tenía datos confiables de esa familia y a la gente de aquella época les preocupó tener nuevos vecinos, a los cuales no se los podía conocer en profundidad. Pero igualmente habían sido bien recibidos los tres.
El viejo Saturno alquiló una pequeña casa en las afueras del pueblo. Era una edificación humilde, sin revoque exterior, con techos de chapa en bastante mal estado y que solo tenía un dormitorio, baño y una cocina grande, que también servía como comedor. Tenía mucho terreno, en el que fue haciendo una quinta, con el objetivo de que la trabajaran en sus ratos libres los gemelos y que aprendieran las tareas de una huerta y quizá las de una granja.
Los chicos eran iguales, hasta tenían el mismo tono de voz; la misma altura, solo que uno de ellos era un poco más flaco que el otro y en él se dejaba entrever una incipiente barba rojiza, que no la tenía su hermano, que parecía lampiño. Para ellos, no era ninguna novedad confundir a la gente. Lo habían hecho con el viejo infinidad de veces y hasta en el primario, confundiendo a compañeros y maestras. A medida que crecían, se daban cuenta de que era más fácil hacerlo, quizá porque la gente estaba muy ocupada y no le daba importancia a los detalles; entre ellos no existían secretos, casi a diario, se contaban las cosas que habían vivido en el día, era una costumbre, siempre encontraban el tiempo como para hacerlo y esto los mantenía aún más unidos y seguros. A ninguno de los dos, se les escapaban los detalles, eran minuciosos, investigadores, curiosos, pero muy reservados, nunca una palabra de más y menos hablar de ellos ante los demás.
A pesar de ello, nunca trabajaron juntos. Gerardo, que era hábil con lo números, había conseguido trabajo en la administración de un gran almacén, el único en el pueblo, con casi todos los rubros, desde los comestibles, hasta artículos para el hogar y materiales de contracción.
Ángel, en cambio, no podía estar en un escritorio, necesitaba aire libre, los rayos del sol, aun en invierno, era lo único que lo mantenía vivo según sus palabras) y estaba convencido de ello. Por eso trabajaba en un vivero, que estaba lejos del centro, y que era de una familia japonesa recién llegada al pueblo. A los japoneses les vino bien tener a Ángel trabajando a su lado, porque él los ayudaba a perfeccionar el español, que habían aprendido recientemente con más ganas que estudios. Los Yamura eran cinco: los padres, Hiroshi y Sakura, y tres hermanos, Sayumi, una chica; y dos varones, Kai y Sora. Sayumi tenía la edad de Ángel y los dos chicos eran bastante menores, todos ellos estaban dedicados a ayudar los padres en el vivero.








Trabajaban a la par de ellos y lo mismo hacía Ángel, que al trabajo no le escapaba y además, ya le empezaba a gustar lo que hacía; pero a medida que pasaban los días y los meses, lo que más le gustaba del vivero era la chica,
Pasaban mucho tiempo juntos, trabajando y hablando, pero no solos, siempre estaban los hermanos, o alguno de los padres. A la noche, cuando hablaba con su hermano y le contaba sobre su día, éste intrigado le preguntaba sobre su relación con Sayumi: cómo era, cómo hablaba, el interés de los dos, indudablemente, era la japonesita.
Gerardo estaba muy bien en su trabajo, cada vez le tenían más confianza y le daban tareas más complicadas y reservadas, porque habían comenzado a conocerlo y veían que una de sus virtudes era la fidelidad; en realidad, los dos hermanos hacían un culto de la fidelidad y de la amistad. No podía seguir pasando el tiempo sin que lo llamara el amor, o sin que sintiera la pasión, ni que viviera ansiedad o angustia por esa causa. 
Como a él le gustaba mucho bailar, no se perdía noche de baile en el Club Independiente, el más grande y amigable del pueblo. En una de esas tertulias agradables conoció a Julia, una chica morocha, con enormes ojos oscuros, que los usaba como un arma de grueso calibre, alta y no muy delgada, la más buscada del salón, porque además de su belleza, bailaba como ninguna. Los dos se sintieron tocados y para cuando terminaron de bailar los lentos, que por entonces eran casi toda la música de la noche, no podían dejar de mirarse, ni de soltarse las manos. De pronto, ella le dijo a Gerardo que debían dejar de bailar un rato, porque sus padres, que estaban en una mesa del salón, ya la miraban más que intrigados, a lo que él le contestó que si tenía que ir a la mesa de ellos para dar alguna explicación lo haría; pero dejarla, nunca, que jamás soltaría su mano y  siguió diciéndole que nunca dejaría de mirarla. Entonces fue cuando ella le dijo que todo tenía su tiempo, que había que dejar que las cosas transcurrieran, que fluyeran libremente.
Esa noche Gerardo no entendió nada. Todo le parecía irreal y cuando se lo contaba a su hermano, seguía pareciéndole una fantasía, no podía ser que se hubiese enamorado en una hora, era casi imposible que se sintiera tan atado a esa hermosura, que su vida dependiera de esos ojos, que ya ocupaban todo su espacio. Hubiera seguido detallando su amor si Ángel no le hubiera llamado la atención con firmeza y tratara de traerlo a la realidad, con voz fuerte le decía que parara un poco, que estaba bien enamorarse, pero no volverse loco, a lo que Gerardo le contestó:
-¿Que es el amor sino locura?, remolinos de pasión, llamaradas que encienden el corazón -   Ángel lo miró sorprendido y por último le dijo:
- Como yo todavía no lo he sentido, no te puedo responder, pero le pido a Dios poder sentirlo.- Y pensó que si no lo sintiera, sería la primera vez que no compartiera con su hermano las mismas sensaciones y solo eso, lo desconcertaba.
Sayumi no tardó en enamorarse de Ángel, ¿podría haber sido de otra forma? ¿No reunía él acaso todas las condiciones que deseaba una chica como ella? Aunque se sabía de memoria lo que le dirían sus padres: “que la cultura”, “que la raza”, “la religión” y otras cosas más, pero lo único que ella ahora sabía era que Ángel era hermoso, dulce, servicial y que, además, estaba segura de que también él estaba interesado en ella.








Por otra parte, al no tener él una familia bien estructurada, no tendrían que superar ese otro escollo que podría surgir, solo faltaba que Ángel se diera cuenta de la situación, que sintiera lo mismo que ella. Suyami pensaba: “no falta casi nada, solo detalles”.      
Los días siguieron pasando entre el trabajo y las lecciones prácticas que el muchacho les daba a los Yamura, y nada cambiaba entre ellos; entonces, Sayumi se dio cuenta de que debería tener alguna estrategia, algo tendría que hacer, como para que Ángel se sintiera “el elegido”, como ella a sí misma se decía cuando lo nombraba en silencio. Ya pensaría mañana mismo en ese tema.
Al día siguiente, el que estaba tramando encuentros, visitas, conversaciones y llamadas era Gerardo, que veía empantanada su relación con Julia, que luego de aquella noche del nacimiento de su pasión no había vuelto a verla. Pero ya tenia todo averiguado: sobre su vida, su familia, su casa, su trabajo, ya tenía un mapa de ella, pero lo que le dolía era que todo eso era solo la superficie, le faltaba lo importante: llegar a su interior y como se decía a sí mismo: “más que conocerla, hacerme conocer”. No podía dejar que ella solo se quedara con su apariencia o el sonido de su voz. Él tenía valores escondidos y además, sabía que sería un ganador, estaba seguro de ello y eso era lo más importante de él y Julia debería saberlo, solo le faltaba decírselo o que se diera cuenta sola. Cuando esa noche se lo contó a su hermano, antes de dormirse, a este se le ocurrió que algo similar estaba ocurriendo con Sayumi y luego de hablarlo con Gerardo, le quedó más clara su situación en el vivero de los Yamura. Desde mañana estaría alerta, no quería ser sorprendido por algún avance de ella, y si veía que todo eso era cierto: “Voy a actuar, los varones somos los que tomamos esas decisiones”, pensó convencido Ángel.
A la mañana siguiente, mientras trabajaban en el vivero, Sayumi le dijo:
- Ángel, ayer recibimos correspondencia desde Japón, de nuestros antiguos amigos y vecinos de mis padres – muy alegremente, y siguió:- ¿Te había hablado alguna vez de ellos? –con un cierto tono de misterio.
- Creo que sí, aunque no recuerdo bien –respondió prestamente Ángel y a su vez preguntó: ¿por qué lo decís, debo saber algo?
- Lo que pasa es que junto a la carta de la familia, venía una carta para mí – dijo sonrosándose la joven, -de Souta.
- ¿Souta? ¿Quién es Souta? –respondió algo molesto-. ¿Lo conozco, acaso? ¿Y… todo estaba bien? –hablo alejándose de ella, caminó al sembrado, mientras pensaba: “¿Qué carajo quiere este nipón ahora? ¿Y a mí qué me importa si todo esta bien o no?”.  Mientras seguía pensando, casi pisó los canteros de malvones rojos, que habían transplantado el día anterior y por evitarlo, saltó hacia su derecha pegándose con el caño mayor de riego en la cabeza y no solo eso, sino que terminó en el suelo, sentado en el barro. “Y todo esto por ese boludo de Souta —se dijo furioso—, qué vergüenza, de culo en el barro y delante de todos”.  Pero lo peor fue cuando escuchó las inocentonas risotadas de los tres hermanos Yamura, comandados por Sayumi.
Luego de unos días, la charla de los mellizos ya no era tan alegre. Gerardo le contó que Julia, según él “su chica”, le había pedido que no la siguiera buscando, ni llamando, porque no estaba interesada realmente en él, eso fue todo y allí cortó definitivamente.








Ángel no sabía qué decirle, solo le pidió calma, que reflexionara con tranquilidad y le auguró que luego de un tiempo, seguramente otra chica se cruzaría en su camino y todo renacería.    En realidad no tenía idea de lo que estaba diciendo,  pero le pareció bueno y por lo que veía, a su hermano también lo confortaba. Luego de un rato éste le preguntó sobre su relación con los japoneses del vivero y entonces lo puso al tanto de todo lo que pasaba, incluyendo la carta de ese tal Souta y de lo mal que se había sentido cuando Sayumi se lo dijo.
- ¡No… hermanito! estás mordiendo el anzuelo, si es que ya no lo tragaste… ¡No me digas que estás enamorado de la japonesita! –dijo casi riendo Gerardo
- Pará, loco… no es así –corrigió sin mucha convicción Ángel solo soy el empleado de la familia y sí, es cierto, amigo de la chica
A Gerardo le causaba risa escuchar a su hermano defendiéndose de un ataque inexistente, pero para normalizar la situación, siguieron charlando el tema con calma y así termino la noche y se fueron a dormir.
Una mañana, la hija de una de las clientes del vivero que estaba acompañando a su madre en las compras, le comentó a Sayumi que recién había visto a su empleado en el centro, saliendo de un banco y que le llamaba la atención, que ya estuviera  en el vivero. ¿Cómo había hecho para regresar tan rápidamente?  Luego, siguiendo con el comentario, le dijo como al pasar: “Debe tener un hermano seguramente”. Sayumi le contestó con un comentario superficial, pero se quedó pensando en esto y luego de un buen rato, seguía este comentario dándole vueltas en su cabeza, realmente sentía algo muy raro, ya vería ella lo que hacía al respecto.
Al día siguiente, alterando un poco su estrategia planeada hacía días, lo llamó a Ángel y abruptamente le dijo:
-¿Por qué no me dijiste que tenías un hermano? –mirándolo con cara de enojo, sabiendo que estaba haciendo una jugada seria.
-Nunca me lo preguntaron –contestó nerviosamente el muchacho, no creí necesario hacerlo. ¿Por qué está mal? Y además, ¿cómo lo sabés?
- Debe ser muy parecido a vos, porque te confundió una cliente, que me dijo que estabas casi al mismo tiempo en el centro y aquí.
-Sí, es verdad, somos casi iguales, somos gemelos –contestó ya más tranquilo, porque la situación no parecía pasar a mayores y siguió-:
- ¿podemos ahora seguir trabajando?  -encaminándose hacia el sembrado de las aromáticas.
Sayumi no podía quedarse con eso así, en suspenso,  algo le quedaba pendiente, tendría que conocer al hermano de Ángel, entonces le pidió a este que lo invitara al vivero y que conociera a su familia, que ellos estarían gustosos de recibirlo. Así fue, el sábado a la tarde Gerardo conoció el vivero, la familia y a Sayumi, quien  quedó impresionada por el parecido, toda la familia sintió lo mismo, hasta la voz era igual, los gestos, todos sus movimientos. La chica no dejaba de mirarlos, le era imposible apartar la mirada de ellos, estaba magnetizada, sintió miedo de que sus padres se dieran cuenta y logró alejarse lo suficiente de la situación.









 Pasaron toda una linda tarde, hasta la cena y luego, los hermanos se fueron juntos hacia su casa. Era la primera vez que salían juntos, era la primera vez que caminan juntos hacia su casa, ellos mismos se sorprendieron y lo comentaron entre sí, un poco intrigados por esa situación y hasta sintieron que podía ser un presagio de algo nuevo en sus vidas, pero esto último lo pensaron en secreto, se lo callaron
Pasó el tiempo y Sayumi ya era toda una mujer, hermosa, elegante y ahora dirigía el vivero, ante la repentina muerte de su padre. Vivía en una casa que se había comprado en la ciudad, en un barrio importante, pero estaba sola, aunque había formado pareja con Ángel y se llevaban muy bien, él habitaba un departamento en el centro, también seguía en el vivero, casi al nivel de ella. El negocio había crecido mucho, eran mayoristas de flores y abastecían a diferentes zonas del país. Había sido necesario formar un equipo de trabajo: él se encargaba de las plantas y ella de los negocios.      Por otra parte, Gerardo seguía soltero y viviendo en la casa que había comprado el viejo Saturno, que había muerto hacia muchos años; aquella que había remodelado totalmente. Continuaba con su trabajo en aquel almacén, que se había convertido ahora en un supermercado, del cual ya era el gerente financiero, todo le iba bien;  a esa altura de la vida a los tres le iba muy bien y se los veía felices. Los hermanos siguieron con sus charlas de todas las noches, aunque había algunas cosas que ya no comentaban. Eso sí, continuaron con la vieja costumbre de no andar, ni mostrase juntos.
Sayumi tenía muchas amigas por esa época y entre ellas estaba Juliana, que era aquella chica que había descubierto que Ángel tenía un hermano. Por cuestiones familiares, se había tenido que ir a otro país, faltando de allí varios años y precisamente para festejar su regreso, Sayumi había convocado a todas las amigas en esa reunión. Allí recordó el tema y también lo intrigada qué había estado en aquel momento, entonces se acercó y sin saber bien por qué, le preguntó por lo bajo, casi en secreto:
- ¿Al final supiste si Ángel tenía un hermano? Porque yo tengo esa duda desde aquella época.
- Sí, sí…un hermano gemelo –ella también lo dijo por lo bajo, pero intencionadamente para que no la escucharan las demás
- ¡Gemelos! ¿Y son iguales en todo, tal como se dice? – preguntó inocentemente su amiga
- ¡No te das una idea!… casi igualitos –contestó Sayumi, con una extraña sonrisa de satisfacción en su cara y siguió: – casi idénticos – y continuo sonriendo maliciosamente, mientras se dirigía hacía la mesa donde estaban todas las demás, con un llamativo andar sensual, que nunca había notado Juliana en ella.


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