El sendero— Rolando José Di Lorenzo—Cristian Cano
El sendero— Rolando
José Di Lorenzo—Cristian Cano
Las aves se callaron y detuvieron su vuelo,
las mariposas se alejaron de las flores y los perros comenzaron a llorar. El
viejo detuvo su andar, algo estaba mal, lo notaba en el aire, ya era como los
animales de su quinta, si no veía presentía y esto no era nada bueno. El gato
bajó de un salto del árbol y me metió bajo los leños. La tarde silenciosa y
quieta se estaba terminando, parecía que el mundo se hubiera detenido, aunque
la oscuridad seguía avanzando. El viejo tomo asiento en su reposera y comenzó a
balancearse lentamente. Como no sabía lo que estaba pasando decidió esperar,
solo que a su edad eso no era desesperante, esperar era parte de su vida y
tampoco le daba miedo la situación. La noche terminó ganando el espacio como
todos los días, pero esta vez algo era distinto. Entonces, lo vio: en la noche
se abrió un camino levemente iluminado, y desde el fondo de ese paisaje venia
un perfume suave y fresco traído por una brisa desacostumbrada. El hombre se
levantó y comenzó a caminar hacia el sendero iluminado, pisó el terreno y se
sitio confortado, era un lugar amable, como amable había sido él con los demás.
Ahora los pájaros todavía vivos revoloteaban en el suelo sucio repleto de hojas
secas. Morían. Los animales se morían. El sendero en el que siempre había
reparado su familia, ese camino desconocido que se esconde ahí, entre las
sombras más insignificantes. En el rincón húmedo de un cuarto vacío. Abajo de
un banco mohoso que ya nadie usa. Y vio al gato escapar hacia el campo, y
corría como nunca había habido un gato así. Nada bueno, le repetía su
bisabuela. Esa luz que creemos nos espera, es el engaño de alguien más.
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