NO ME DI CUENTA - Microrelato
NO ME DI CUENTA —
Rolando José Di Lorenzo
Subí las
escaleras corriendo, para encontrarte cuanto antes. No podía esperar más, mis
manos casi no tocaban el roble de la baranda. Mis pies no hacían ruido sobre la
roja alfombra. Estaba volando hacia vos.
Cuando llegué al fin, ya sin correr, caminé rápido hacia tu habitación.
Carmen, la doncella, me dijo que estarías allí. Te soñaba de mil formas
distintas. Y me quedé con la imagen de tu bello rostro, leyendo una novela de
amor; al lado de la ventana que da al jardín, en tu sillón de pana violeta. Te imaginé
así: allí sentada, absorta en las letras que desarrollaban la trama amorosa que
anhelabas. Con la suave luz de la tarde que se filtraba por las cortinas
transparentes. Tus finos dedos tomando el borde de la página siguiente, ansiosa
por llegar al último renglón y poder seguir con la historia dándola vuelta
rápidamente.
No me animé a entrar por las mías, suavemente
toqué la madera de la puerta y esperé el sonido de tu voz diciéndome que
pasara, pero tardaba en oírlo. Mi impaciencia me decía que hacia horas que
esperaba. De pronto creí oírlo. ¿Eras vos, estabas allí, detrás de esa puerta
decorada con mil formas en relieve y estabas para mí? No pude más, tomé el pomo
de bronce y lo hice girar lentamente, sin hacer ruido alguno y empujé la
puerta. Cuando estuvo abierta, pude ver el interior. La luz de la tarde lo
iluminaba, como me lo había imaginado. Suavemente se volaba la cortina, por la
pequeña abertura que habías dejado en la ventana, que franqueaba la brisa
perfumada por los jazmines. Pero no
estabas leyendo en tu sillón favorito. No estaba sobre la mesa tu novela de
amor, solo había allí un cuaderno hermosamente decorado. ¡Era tu diario! y
abierto descuidadamente. Sin pensar lo tomé con ansiedad, ¿estaría allí mi nombre? Y lo vi enseguida, allí
estaba, pero tachado, rayado mil veces, borroneado con rabia. Solo quedaba de
él, un manchón de negro grafito.
Tan
sorprendido y dolido me sentí, que no me di cuenta que estabas detrás de mí pero
te presentí de repente, me di vuelta y te vi claramente, tu rostro demostraba
solamente odio. Me mirabas y tus ojos, antes de cielo puro, eran ahora de fuego.
Un fuego que comenzó a quemar mi alma. Sentí que mi corazón se detenía y creí
que sería para siempre. Se había partido en mil pedazos. ¡Me odiabas! Así de
repente y yo sin advertirlo a tiempo. No tenía palabras, solo te miraba y no
comprendía. El amor se había ido, pero solamente se había ido de tu corazón, en
el mío vivía y perduraría. En ese instante, en ese segundo, me di cuenta que te
llevaría conmigo hasta el final. Te lloraría por toda la vida. Todo eso pasaba
por mi mente y vos no habías dicho nada, ni una sola palabra. A veces las
palabras sobran. Un poco más calmado,
volví a mirar tus ojos y como si hubiera pasado el tiempo, vi que ya no ardían,
estaban fríos y no vi nada en ellos. Solo el vacío del desamor.
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