EL OJO MAGICO
El Ojo Mágico
¿Que era? Un verdadero “ojo mágico”, de un color verde flúo brillante y en el centro, un sector negro, que se ampliaba o achicaba, según mejorara o no, la sintonía de la radio. Y se controlaba desde una perilla rotativa, grande, de bakelita color marrón. Antes era así y estaba bien. Todo cambió, pero nada hay como aquel ojo mágico, porque creo que también indicaba otras cosas mágicas, no solamente la sintonía de la radio, sino también la de nuestra época, la de nuestro tiempo. Aquel tiempo irrepetible, de cuando era chico, hace mucho, mucho. ¿Cómo era aquel tiempo? Muy especial porque era mío y sigue siéndolo, pero tan lejano, que tengo mucho miedo que se me pierda, que se me caiga de la bolsita de los recuerdos. Por eso lo escribo, para que lo sepan y lo recuerden. Para que alguien más se quede con ese tesoro antiguo y querido.
A la tardecita, mi viejo volvía del trabajo, con su overol gris aceitunado de Grafa, lo hacía caminando, porque estaba cerca de casa, unas 5 cuadras, además, no teníamos auto todavía. Estaba un poco más gordo que antes, más fuerte, me gustaba verlo llegar. Me gustaba sentirlo en casa, no recuerdo palabras o gestos, pero se que me gustaba estar cerca y eso me hacía sentir bien. Mi vieja estaba siempre, a esa hora, ya tenía preparada la comida, la casa estaba reluciente. Yo había ya ido a la escuela, había terminado mis deberes, ya había jugado con Carlitos y Armando. Más tarde, se encendía la radio: Radio El Mundo, primero las noticias, luego el “Glostora tango club”, “Los Pérez García” y mas tarde las novelas, aquellas relatadas por Julio Cesar Barton. Los radioteatros de las 10 de la noche. Era otro mundo y era otra vida. Seguramente que se podría escribir mucho, sobre aquellas novelas famosas, que se adaptaban a la radio y de hecho se ha escrito. Los mejores artistas del momento trabajaban en ellas. Una de ellas, que me impactó mucho: la versión de “Por quién doblan las campanas” Increíble, como nos hacían ver, utilizando nuestra imaginación, todas los momentos de esas historias, cargadas de dramatismo y romance.
Algunas noches, llegaba Harry, mi primo, solo o con sus amigos, otras con su novia Norma. Esos días escuchábamos discos. Porque el aparato donde estaba el ojo mágico, era un “combinado”, que nos había armado Pascual, otro primo. Se abría una puerta hacía adelante y salía en una bandeja corrediza, con un cambiador automático “Cambre” que era de color dorado y cargaba hasta 5 discos. El sonido salía de un gran parlante, que se escondía detrás de una tela labrada de color negro. Algunos discos teníamos nosotros y otros los traía Harry. Entonces comenzaban esos momentos inolvidables de jazz: Harry James, Ray Conniff, Benny Goodman, Satchmo y Sinatra. Siempre Sinatra, así comencé a conocerlo. Poco a poco, de la mano de Harry, entré en ese mundo maravilloso del jazz. Para entonces ya estaba encendida la estufa de leños, que también había construido Harry, que era un hacedor, un artista. El hogar estaba a pleno, ya habíamos comido, una cena muy nuestra: las sobras del mediodía, o unos sándwich de longaniza calabresa con queso duro y rodajas de tomate, en unas fugazas blanquitas y tiernas. Con agua, porque mi viejo, en aquel tiempo no tomaba vino y yo tampoco gaseosas. A veces creo recordar el sabor de aquellos sándwich, que locura. ¿O será que todavía están allí? ¡Eso debe ser! Siguen estando allí. Estarán siempre junto a todo aquello. Junto aquel tiempo que nos marcaba “el Ojo Mágico”
¿Que era? Un verdadero “ojo mágico”, de un color verde flúo brillante y en el centro, un sector negro, que se ampliaba o achicaba, según mejorara o no, la sintonía de la radio. Y se controlaba desde una perilla rotativa, grande, de bakelita color marrón. Antes era así y estaba bien. Todo cambió, pero nada hay como aquel ojo mágico, porque creo que también indicaba otras cosas mágicas, no solamente la sintonía de la radio, sino también la de nuestra época, la de nuestro tiempo. Aquel tiempo irrepetible, de cuando era chico, hace mucho, mucho. ¿Cómo era aquel tiempo? Muy especial porque era mío y sigue siéndolo, pero tan lejano, que tengo mucho miedo que se me pierda, que se me caiga de la bolsita de los recuerdos. Por eso lo escribo, para que lo sepan y lo recuerden. Para que alguien más se quede con ese tesoro antiguo y querido.
A la tardecita, mi viejo volvía del trabajo, con su overol gris aceitunado de Grafa, lo hacía caminando, porque estaba cerca de casa, unas 5 cuadras, además, no teníamos auto todavía. Estaba un poco más gordo que antes, más fuerte, me gustaba verlo llegar. Me gustaba sentirlo en casa, no recuerdo palabras o gestos, pero se que me gustaba estar cerca y eso me hacía sentir bien. Mi vieja estaba siempre, a esa hora, ya tenía preparada la comida, la casa estaba reluciente. Yo había ya ido a la escuela, había terminado mis deberes, ya había jugado con Carlitos y Armando. Más tarde, se encendía la radio: Radio El Mundo, primero las noticias, luego el “Glostora tango club”, “Los Pérez García” y mas tarde las novelas, aquellas relatadas por Julio Cesar Barton. Los radioteatros de las 10 de la noche. Era otro mundo y era otra vida. Seguramente que se podría escribir mucho, sobre aquellas novelas famosas, que se adaptaban a la radio y de hecho se ha escrito. Los mejores artistas del momento trabajaban en ellas. Una de ellas, que me impactó mucho: la versión de “Por quién doblan las campanas” Increíble, como nos hacían ver, utilizando nuestra imaginación, todas los momentos de esas historias, cargadas de dramatismo y romance.
Algunas noches, llegaba Harry, mi primo, solo o con sus amigos, otras con su novia Norma. Esos días escuchábamos discos. Porque el aparato donde estaba el ojo mágico, era un “combinado”, que nos había armado Pascual, otro primo. Se abría una puerta hacía adelante y salía en una bandeja corrediza, con un cambiador automático “Cambre” que era de color dorado y cargaba hasta 5 discos. El sonido salía de un gran parlante, que se escondía detrás de una tela labrada de color negro. Algunos discos teníamos nosotros y otros los traía Harry. Entonces comenzaban esos momentos inolvidables de jazz: Harry James, Ray Conniff, Benny Goodman, Satchmo y Sinatra. Siempre Sinatra, así comencé a conocerlo. Poco a poco, de la mano de Harry, entré en ese mundo maravilloso del jazz. Para entonces ya estaba encendida la estufa de leños, que también había construido Harry, que era un hacedor, un artista. El hogar estaba a pleno, ya habíamos comido, una cena muy nuestra: las sobras del mediodía, o unos sándwich de longaniza calabresa con queso duro y rodajas de tomate, en unas fugazas blanquitas y tiernas. Con agua, porque mi viejo, en aquel tiempo no tomaba vino y yo tampoco gaseosas. A veces creo recordar el sabor de aquellos sándwich, que locura. ¿O será que todavía están allí? ¡Eso debe ser! Siguen estando allí. Estarán siempre junto a todo aquello. Junto aquel tiempo que nos marcaba “el Ojo Mágico”
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