En un pueblo, donde las casas son blancas, de puertas oscuras, calles sinuosas, y en cuyo pórtico de entrada, cada una luce una cruz invertida. Y sus habitantes no hablan, o si lo hacen, solo en murmullos, es más, nadie ha podido avistar aves, solo cernícalos de vuelo bajo, expectantes, se diría hambrientos. A nuestra profesora de ciencias, no se le ocurrió mejor idea que hacer una excursión justo en ese raro pueblo. Teníamos miedo, porque a pesar de que era una excursión exploratoria, todos sentíamos una mezcla de emociones. Con esas aves volando bajo y las cruces en las entradas, parecía la locación de una película de terror. Nadie hablaba, solo mirábamos hacia ambos lados de las calles, cuando de pronto, desde una de las puertas señaladas, se asomó un ser extraño que parecía flotar, porque nada lo sostenía sobre el piso y sus manos no tocaban el marco de la puerta. Abrió su enorme boca y de ella salieron risas y serpentinas. La profesora, que iba adelante, gritó espantada y se dio...